Una inconexa demostración “fesseriana”
Sin entrar en el debate de si ya mostraba patologías anteriores o no, las salas de cine son noticia por su mal estado de salud. Contagiadas de la incertidumbre o de la mala gestión de quienes sean los que las gobiernan, parecen manifestar la necesidad de un cambio urgente en la estrategia. Los grandes taquillazos, hasta ahora vacuna frente a las crecientes amenazas en forma de streaming, han sido retrasados para asegurar su porcentaje de eficacia, mientras que las películas de bajo presupuesto han resultado no ser lo suficientemente potentes.
Al menos, hasta la inminente llegada a las salas de la nueva película de Javier Fesser. Con el éxito de Campeones (2018) todavía en la retina –incluida su selección para representar a España en los Oscar–, aterriza Historias lamentables, una interesante propuesta con la que el director madrileño busca sorprender: cuatro historias independientes que, sin otro tema en común que lo “miserable” de todos sus protagonistas, aspiran a acabar confluyendo en el mismo tiempo y espacio. Un atrevido formato que Fesser consigue impregnar con su lenguaje, pero que falla al concebirlo como un conjunto coral.
Y esto se debe, entre otros motivos, a la irregularidad de sus partes. Desde la indiferencia de la primera (Rayito), más cerca del sketch que del cortometraje; hasta la larga y volátil última (La excusa), que promete más risas que las que proporciona. En un lugar distinto encontraríamos la segunda (El hombre de la playa) y tercera (El cumpleaños de Ayoub), historias más notables, humanas y ambiciosas a la hora de atreverse con los matices y algún que otro aspecto de crítica social. Pero ninguna de las cuatro partes consigue justificar de alguna forma que no sea accidental su conexión con el resto y, por ende, su convivencia en el mismo largometraje.
De hecho, llega un momento en el que los cabos que se lanzan entre ellas resultan tan gratuitos, que puede llevar a pensar que Historias lamentables no es más que una sucesión de descartes de épocas anteriores que Fesser acerca a los cines. No sé si como prolongación de su intención de generar una propia escuela de intérpretes, o como una exhibición de su versatilidad tras la cámara; empaquetada en formato largometraje para los más seguidores. En cualquier caso, su firma es tan innegable y reconocible que “fesseriano” también debería añadirse al diccionario. Pero, tras ello, solo queda ver si solo eso ya es suficiente para salvar las navidades de los cines.
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