En 2022 la Real Academia de la Lengua Vasca (Euskaltzaindia) eligió 'zorioneko', afortunado en castellano, como palabra del año en euskera en honor a la mano de Irulegi. Lo hizo después de que en noviembre de ese año, la Sociedad de Ciencias Aranzadi hubiese dado a conocer el descubrimiento de esta pieza de bronce datada en el siglo I a.C. con una inscripción de cuatro líneas en la que los expertos lingüistas Joaquín Gorrochategi y Javier Velaza interpretaron la primera palabra como 'sorioneku', muy similar al 'zorioneko' actual, lo que, de confirmarse, revolucionaría las investigaciones sobre el euskera al demostrar que los vascones escribieron en su propio idioma.
Un año después de su descubrimiento, la revista editada por el Gobierno de Navarra 'Fontes Linguae Vasconum' ha reunido a diferentes expertos lingüistas para analizar el detalle de la inscripción de la mano. La conclusión a la que han llegado es que no se puede determinar que el idioma en el que se hizo la inscripción sea vascónico, pero tampoco lo contrario. Es, de hecho, la misma hipótesis que defendieron Gorrochategui y Velaza el día que presentaron la mano.
Tras el estudio más minucioso de la inscripción, que ha incluido una mejor limpieza de la mano, los expertos se decantan ahora por que la primera palabra sea 'sorioneke' y no 'sorioneku'. Este cambio de la última letra da origen a una nueva hipótesis: la mano se trataría de una ofrenda a la fortuna en un contexto de las guerras sertorianas (años 83-73 a.C), de las que los pobladores del valle de Aranguren tomaron parte. Sería por tanto un dativo a la fortuna, costumbre que los vascones habrían imitado de alguno de los pueblos cercanos, como los romanos, y no una pieza que se colgó en una puerta para desear “buena fortuna” a los pobladores de una casa, como se teorizó en un inicio.
Además, el filólogo y especialista de la lengua vasca de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) Joseba Andoni Lakarra descarta que el término 'sorioneku/ke' equivalga al a 'zorioneko' –'dichoso', 'feliz', en castellano– ni se relacione con 'zorion' –dicha, felicidad– del euskera actual. Según añade el autor, estos términos no se formaron hasta el siglo XVIII, cuando el impulsor de esta lengua en la Ilustración Manuel Larramendi y sus seguidores comenzaron a difundirlos a través de la literatura y el uso oral.
Más allá del cambio de 'sorioneke' a 'sorioneku' y el significado que tenía la mano para los pobladores de Irulegi, la gran duda que despierta la pieza es si realmente está escrito en lengua vascónica, la lengua de los antiguos vascones y que dio origen al euskera actual. Esta es la hipótesis que siguen defendiendo el catedrático de lingüística indoeuropea por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) Joaquín Gorrochategui y el catedrático de Filología Latina en la Universidad de Barcelona y experto en epigrafía Javier Velaza, quienes sostienen que la mano contiene algunos signarios fácilmente atribuibles a los vascones. En concreto se refieren a uno con la forma de la letra 'T' latina mayúscula. “Es un signo que ya aparece en dos monedas que proceden del mismo territorio y que en su día nos sorprendió mucho porque son monedas escritas aparentemente con un signario derivado del ibérico con una letra que no aparece en ningún otro texto en ibérico, por lo que parece que se trata de un signo diferente creado por los vascones”, explica Javier Velaza en conversación con elDiario.es/Navarra.
Pero el epigrafista experto en lengua ibérica Joan Ferrer i Jané apunta otra hipótesis: que si bien la mano estaría escrita en lengua vascónica, ésta fuese pariente de la lengua ibérica. En su artículo publicado en la revista 'Fontes Linguae Vasconum' sustenta esta teoría arguyendo que la pieza “presenta un mayor grado de afinidad con el ibérico de lo esperado”. Así, analizando la inscripción desde la lengua ibérica llega a la conclusión de que el protovasco se tratase de “alguna variante aquitana”, lo que lo acercaría al ibérico. Este extremo lo confirmaría también el hecho de que la inscripción esté realizada sobre la figura de una mano cortada que, como apunta Francisco Beltrán Lloris, catedrático en Historia Antigua en la Universidad de Zaragoza, es típica de la cultura íbera.
En todo caso, esta teoría no supondría que la hipótesis de que es vascónico quedase anulada. Gorrochategui y Velaza sostienen que se podría tratar de una adaptación del signario ibérico al vascón. “Los vascones seguramente aprendieron a escribir de los íberos, al igual que hicieron los celtíberos; pero es que los íberos aprendieron de los pueblos del sur, y éstos a su vez aprendieron de los fenicios”, apunta Velaza. Es decir, la mano de Irulegi viene a demostrar el continuo contacto entre culturas y pueblos que se dio en la Antigüedad en la zona de la actual Navarra.
Todos los expertos comparten que para llegar a alguna certeza sobre si el idioma empleado en la inscripción de la mano es vascónico será necesaria la aparición de nuevas piezas con las que poder comparar el texto, cuestión que no descartan que suceda en próximas fechas a la vista de este reciente descubrimiento. “Siempre hemos trabajado con hipótesis que creemos verosímiles, nunca con certezas porque no las tenemos”, argumenta Velaza.
Y es que hasta la fecha tan solo se conocen cinco inscripciones que se cree que pueden estar escritas en lengua vascónica y que, además, “son muy breves”. Un dato que puede servir de referencia que apunta Velaza es que del ibérico se tienen más de “2.500” inscripciones y todavía no se ha podido traducir la lengua; de la lengua etrusca se tienen “13.000” inscripciones y se ha podido traducir “un 20%”. “Este es el principal problema. Entiendo que la gente quiera saber, pero tienen que entender que llegamos hasta donde podemos llegar”, concluye el catedrático de Filología Latina en la Universidad de Barcelona.
Otro punto en el que coinciden los expertos que han participado en el análisis de la mano de Irulegi es que la pieza es auténtica y que el trabajo arqueológico se hizo bien, documentando cada punto del proceso con imágenes desde el momento de la excavación en la que se localizó la pieza y manteniendo en todo momento la cadena de custodia, que no se rompió nunca. Eso no es algo menor, ya que hace una década se pretendió situar el origen del euskera en el yacimiento romano de Iruña-Veleia, a las afueras de Vitoria, donde aparecieron centenares de piezas excepcionales también sobre la cristiandad o incluso jeroglíficos egipcios o un pretendido Cenáculo (la última cena de Jesucristo). Aquella acabó en condena judicial por falsificación de las piezas romanas originales y la constatación de que los surcos de las inscripciones presentaban restos de metales modernos.