Para los niños y niñas víctimas de acoso escolar los siete meses que dura ya la pandemia se han dividido en dos fases: el tiempo que han estado en casa lejos de sus acosadores y el momento en que han tenido que volver al colegio a reencontrarse con ellos. Desde que el Gobierno ordenó en marzo el cierre de centros educativos como una de las primeras medidas para contener la COVID-19, todo lo que tiene que ver con la vida en las aulas ha sufrido un profundo proceso de transformación hacia lo virtual. La forma de impartir las clases, los contenidos, las comunicaciones entre alumnos y profesores y las relaciones entre compañeros se han dado a través de pantallas. El acoso escolar no ha quedado fuera de esa dinámica.
Al desaparecer la presencialidad lo han hecho también las agresiones físicas, pero ha cobrado más fuerza que nunca una práctica ya de por sí habitual, el ciberacoso. Diana Díaz, que ha estado dirigiendo durante estos meses el teléfono de atención a víctimas de acoso de la fundación de Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo (ANAR), explica que las consultas de las víctimas y sus familiares han cambiado. “Según sus relatos ha supuesto un cierto alivio no tener que encontrarse cara a cara con el agresor, pero de todas formas este sigue ahí y se ha adaptado al entorno digital”. Las nuevas formas de violencia han estado dirigidas por un lado a excluir al acosado expulsándolo de los grupos o ignorando sus comentarios, cuenta Díaz, y a atacarlo a través de redes sociales “subiendo fotos para reírse de él”.
El equipo de atención de ANAR para los casos de cyberbullyng está compuesto por expertos psicólogos en infancia y por abogados que evalúan en trabajo conjunto cada una de las consultas. “En función de la gravedad del asunto, de la edad penal de los agresores o del tipo de delito en el que hayan podido incurrir, orientamos a las familias en los pasos que tienen que dar para solucionarlo”. Este tipo de acoso empieza a manifestarse a partir de los 12 o 13 años, una edad en la que la mayoría tiene su primer contacto con los dispositivos tecnológicos. El perfil de estas víctimas ha sido, por tanto, el de adolescentes y preadolescentes que arrastraban un acoso cronificado del colegio, pero también alumnos “impopulares” a los que ningún compañero ha prestado atención en los meses de confinamiento o que se han convertido de un día para otro en objeto de sus burlas.
El papel de los docentes, fundamental para la prevención y detección de este tipo de conductas, se ha visto obstaculizado por los propios límites de las pantallas y por unos protocolos que no contemplaban la compleja realidad que instauraría la pandemia. Díaz explica que ANAR ha recibido “numerosas llamadas de profesores que tenían dudas sobre cómo llevar ciertos casos de acoso o que nos pedían labores formativas”. Con carácter obligatorio, todos los centros cuentan con un plan de convivencia que incluye las pautas para luchar contra el acoso, ciberacoso y otros conflictos entre iguales.
Amaia Prado, psicóloga educativa y vocal del Colegio de la Psicología de Madrid (COP), ha trabajado con la administración asesorando a los centros educativos y cree que los planes de convivencia deben reforzarse aún más ahora que se ha reanudado el curso escolar. “Es previsible que las medidas tomadas para controlar el virus vayan a originar nuevas formas de acoso”, asegura.
Los grupos burbuja
Una de las medidas que ha implantado la comunidad educativa en la organización de los colegios para reducir el contacto entre alumnos y facilitar el rastreo son los llamados “grupos de convivencia estable” o “grupos burbuja”. Están compuestos por un máximo de 20 niños, aunque el número varía según el centro, son de carácter permanente y sus miembros no pueden relacionarse con los de los otros grupos en las clases ni en los recreos. El problema que encuentra Prado en este sistema es que acosador y víctima coincidan en el mismo grupo. “Por un lado, un grupo más pequeño es más fácil de contaminar, de manera que si surge el acoso hacia un compañero es más fácil que otros lo sigan, y por otro lado la evidencia de la ansiedad que produce en la víctima el estar encerrado con su agresor o agresores sin posibilidad de entrar en contacto con otros compañeros”.
Desde ANAR, Díaz explica que “los padres de los niños acosados han recibido esta medida con mucha preocupación” y que han sido numerosas las consultas que han atendido sobre estos grupos en los días previos a la vuelta al cole. La presidenta de la Asociación Madrileña Contra el Acoso Escolar (AMACAE), María José Fernández, asegura que estas coincidencias ya se están produciendo. “He trabajado con una madre a cuya hija pusieron en un grupo de cuatro alumnos con dos de sus acosadoras. No se está pensando en esto a la hora de hacer los grupos. Preocupan mucho las medidas de seguridad, pero ha pasado a un segundo plano el acoso escolar”, opina. A la ansiedad que provoca en las víctimas el hecho de volver a encontrarse con sus agresores, se suma ahora el miedo a coincidir con ellos en el mismo grupo.
La psicóloga Prado incide en la necesidad de “no dejar de lado los proyectos de prevención del acoso. Mucho menos ahora que se están dando situaciones tan complejas y dispares en las aulas. Pensemos, por ejemplo, en aquellas en las que se han hecho grupos mixtos con niños de distintas edades”. Cree que todos los docentes, o como mínimo a nivel de tutores, necesitan “saber cómo aplicar estos proyectos, adquirir habilidades de resolución de conflictos, cómo actuar frente al ciberacoso, trabajar la educación emocional...”. Sobre todo, dice, va a hacer falta enseñar empatía. “Me encuentro a menudo con que los alumnos no tienen ese concepto, no saben ponerse en el lugar del otro”.
Señalar al “infectado”
Las expertas señalan otro detalle que “pasa más desapercibido” pero que podría ser, sin embargo, un potente desencadenante de nuevos casos de acoso: el señalamiento al niño o niña que ha dado positivo en COVID. Advierte Prado que “puede empezar en edades muy tempranas y sobre todo en menores que hayan recibido en casa la encomienda de no juntarse con este u otro niño por si le contagia el coronavirus”. Aunque dice comprender que el objetivo de las familias es la seguridad de sus hijos, cree que “este tipo de comentarios pueden tener consecuencias nefastas” en la nueva convivencia, donde el riesgo cero al contagio no existe.
“En la clase de mi hijo ha habido dos casos de positivo. He recomendado a los demás padres que no dijesen a sus hijos los nombres de esos dos compañeros, porque directa o indirectamente les estamos trasladando el mensaje de que no se acerquen a ellos y de que por su culpa tienen que estar todos en cuarentena”. Recomienda, por el contrario, invitarlos a ponerse en el lugar de ese niño preguntándoles cómo lo vivirían ellos si estuvieran enfermos o cómo se sentirían si fueran rechazados. “Así es como se trabaja la empatía, que va a ser más necesaria que nunca”.
Los datos del último informe “La opinión de los estudiantes” publicado por ANAR este mes de septiembre señalan que el 95% de los alumnos reconocen el acoso escolar como una forma de “maltrato”, pero aún así un 35% ha manifestado percibirlo en su clase, la mitad de ellos hacia una sola persona. Las agresiones más comunes son en forma de motes e insultos, seguidas por el maltrato físico, el robo de pertenencias, el aislamiento y la difusión de rumores.
“Es complicado que un niño verbalice que está siendo acosado, apunta Prado, pero suele manifestarse en su comportamiento”. Pone por ejemplo que no quieran ir al colegio, que tengan rabietas espontáneas, estén más agresivos en casa, pierdan material continuamente, o vengan de manera habitual con golpes diciendo que se han caído. “Las secuelas en el niño si nadie se da cuenta son tremendas, desde ansiedad, trastornos depresivos y conductas suicidas, a que se dé la vuelta la tortilla y el acosado se convierta en acosador al entender, concluye la psicóloga, que es la única manera de estar seguro en ese entorno”.