“Cuando lees el libro entiendes muchas cosas sobre mis ilustraciones”, bromea Rebeca Khamlichi (Madrid, 1987) en su estudio de pintura ubicado en Chueca, rodeada de varias vírgenes pop y de algún autorretrato en el que se dibuja como niña-mono. En ese libro, Las hijas de Antonio López -el título viene de una broma recurrente entre su hermana Elisa y ella de la que, hasta lo que sabe, el pintor hiperrealista no tiene noticia-, cuenta la historia de su infancia y familia. Su padre era adicto al alcohol, maltratador y ausente a temporadas. Su madre estaba incapacitada para hacerse cargo de ellas, y llegó a estar captada por sectas religiosas: “Eso sigue pasando y no puede ser que nadie proteja a esas personas débiles que están siendo abusadas”.
Rebeca, junto a Elisa, ya de adolescente escapó y construyó su vida. Contar su testimonio en formato ilustrado (“a mi hermana le impresionó porque había escenas que recordaba exactamente igual que yo, como fotografías”) ha constituido el primer paso para “vomitarlo”, pero también ha supuesto su granito de arena para que los ahora adultos que han sufrido maltrato o abandono infantil hablen de ello. Le encantaría poder ayudar de más maneras a niños que pasen por lo mismo “pero todavía es novedad para mí hablar de esto con libertad. Estoy en ese proceso”.
Supongo que cuando se viene de un entorno tan desfavorable, es complicado enfrentarse a la idea de la familia tal y como a veces se idealiza, el sitio estable al que volver.
Yo he aprendido a entender que son mis circunstancias. Si pienso en la idea de la familia idealizada me frustraría muchísimo, y no quiero. No quiero pensar en cómo sería mi vida si las cosas hubiesen sido distintas. Intento comprender que mis padres tenían unos problemas que no sabían solucionar en una época en España en la que las cosas no eran como ahora: no se hablaba de violencia de género, ni siquiera de violencia doméstica. En los 90 aún eran cosas de casa. Del carácter, de los nervios, como se decía antiguamente.
Yo sabía que la mía no era una situación normal, pero todo el mundo miraba hacia otro lado. Y tú eres pequeño y te resignas. A medida que vas creciendo vas viendo que eso no debe ser así. Ana Orantes le puso voz a algo que pasaba en muchísimas casas.
¿Tienes recuerdo de ese antes y después, de Ana Orantes?
No, lo he descubierto de mayor. Cuando era pequeña no existía, no recuerdo haberlo visto por la tele, ni en prensa, ni en ninguna parte. Tú habías tenido la mala suerte de casarte con alguien que bebía mucho o 'tenía la mano suelta', pero no se entendía la violencia de género como ahora.
Y hemos tardado. Creo que hace solo un par de años que los niños se contabilizan como víctimas de violencia de género, ¡y estamos en 2018! Es fuerte si lo piensas. Que los niños que hemos visto y sufrido esa violencia no fuéramos reconocidos. Y es positivo, las cosas tienen que tener un nombre, desde ahí es como sabes de lo que estás hablando y existe. Si es violencia de género es violencia de género. Cuando se empiece a hablar más de violencia contra los niños la gente lo tendrá mucho más claro.
¿Cómo se hace para que una experiencia así no marque su futuro, para no reproducir las dinámicas, para construir su propia vida o familia tras ello sin que le destruya?
Yo tenía muy claro que no quería que las circunstancias adversas o el haber vivido situaciones de violencia me marcaran para mal el resto de la vida. Y quería mandar el mensaje de que lo puedes superar y ser una persona feliz y realizada, aun con una niñez infeliz, o diferente. Aprendemos por repetición, pero yo pensaba en que esto era justo lo que no quiero. Me lo llevé hacia el otro lado.
En ocasiones pasa al contrario, las dinámicas se reproducen.
Hay que llegar también a esos niños que pueden terminar siendo lo mismo. Escucharles a tiempo, darles las armas, ayudar a que le den la vuelta. Es una situación muy compleja y no sé si el gobierno destina el suficiente dinero a intentarlo o demasiadas veces simplemente van a un centro de menores.
En todas las familias pasan cosas, aun con toda la buena intención de los padres. Los niños son figuras muy frágiles, no sabes cómo va a aflorar cualquier idea en ellos. Las cosas también están cambiando y hay muchos modelos distintos de familia que en los 90, eso también va a ser bueno. Ya no es una vergüenza que una mujer no casada se vaya con sus hijas, por ejemplo. Quizá influye que nosotras vivimos en Madrid, una ciudad muy grande y abierta. Pero cada vez hay más información, otros tipos de familia, que ayudan a las que no son estándar, se salen del corsé o han tenido dificultades a no sentirse tan mal.
Lo que dice es que en su caso fallaron todos los mecanismos posibles.
Es que lo tenía todo. Una niña con un padre que la liaba siempre; además, las únicas del cole con un apellido no español -su padre es de origen marroquí-, cuando la inmigración no estaba tan presente, con lo que eso implicó. Y con mi madre a sus cosas. Me da más pena que rabia, al final yo he rehecho mi vida pero ellos estaban atrapados en unas circunstancias de las que no sabían salir.
Efectivamente fallaron todas las barreras de protección, pero personalmente no quería seguir regalando más tiempo a estar mal. Y mi hermana igual. Me ayudó tenerla a ella, alguien a quien proteger y cuidar. Ha sido la cara buena de la familia. Y me preocupaba que el libro le hiciera daño. Si ella no me hubiera dado permiso no lo hubiese sacado, aunque yo lo necesitara para liberarme. Mi madre lo tiene pero creo que no lo ha leído.
Usted habla de mucha fortaleza pero muchas veces, para poder salir de una situación así, hacen falta recursos y asistencias específicas.
Mi proceso ha sido el de trabajar hacia delante, sobrevivir, tenía tres trabajos y luego pintaba, estar ocupada. Eso me sirvió hasta los 30, cuando entré en una depresión gorda. Escribir el libro ahí me ayudó. Supongo que hay que poder pedir ayuda para recuperar la autoestima: los niños normalmente son súper queridos por los padres, son su referente. Quienes han vivido estas situaciones llegan a la adolescencia con muy poca autoestima y hay que trabajar también por ahí. Hay gente que necesita otras cosas, más asistencia psicológica, y es igual de válido.
¿Ha recibido respuesta de personas adultas con una experiencia parecida?
Yo uso mucho las redes sociales, enseño un montón de cosas divertidas de la vida, trabajo en algo que mola y que me gusta. Pero vengo de circunstancias difíciles, y si hay alguien en una situación parecida me gustaría que supiera que no tiene por qué durar eternamente. En mi generación hemos crecido mucho con el estigma de no contar las cosas. Estoy segura de que si yo lo hubiera comprendido antes, hubiera sido más fácil escapar. Para los niños de hoy en día es algo más sencillo saber que no está bien que papá pegue a mamá, o que les peguen a ellos. Nosotros crecimos avergonzándonos de esto. Me ha costado 30 años entender que la historia de mi familia no es mi vergüenza sino una fortaleza, conseguir dejarlo atrás.
Mucha gente que ha leído el libro me ha escrito para contarme vivencias parecidas. Muchos con padres adictos, cuando todavía había más desconocimiento. Y se habían sentido bichos raros siempre. Me han dicho que leerlo les ha dado esta otra visión. Nosotras lo tenemos asumido en nuestra vida, no nos parece tan bestia aunque sí doloroso. Pero me está gustando la respuesta porque siempre hay alguien que lee el libro y, si ha tenido una familia maravillosa, se siente agradecida; si ha tenido una más tipo la mía, reconfortada, piensa que no está tan sola.
Estos meses, las experiencias que se contaron en #Cuéntalo, o testimonios como el de James Rhodes, han puesto de manifiesto que a veces la violencia y abusos sufridos en la infancia se quedan ahí: cuando las víctimas son pequeñas no pueden denunciarlo, y cuando crecen, ya es demasiado tarde o sienten que no merece la pena. ¿Lo ve así?
No hemos escuchado la voz de esos niños víctimas de la violencia. Cuando eres niño no te puedes defender. La gente que está a tu alrededor es quien tiene que ayudarte: los vecinos, profes, pediatras. Son cosas que se pueden detectar. Si tú sabes que en el piso de al lado donde vives hay bronca diaria, significa que la vida de ese niño no debe de ser muy buena. No puedes mirar a otro lado, es algo que tenemos pendiente como sociedad.
Eso sí me daba furia al escribirlo: acordarme de cómo mis vecinos al principio llamaban a la policía, pero luego simplemente daban golpes a la pared para que bajáramos la voz. La gente tiene miedo de que quiten la custodia, o piensan que a dónde irán esos niños, pero yo creo que si realmente hay una situación de riesgo cualquier cosa es mejor que vivir con miedo de quienes te tienen que cuidar. Los padres no siempre son perfectos y no puede ser que nadie haga nada por unas criaturas.