Raúl
Dicen que uno de los momentos más bonitos en la vida de un hombre es coger a tu bebé en brazos, poco después de nacer. En mi caso, no pudo ser. La discapacidad pone todo más difícil: también ser padre. Pero, bien mirado, ser padre discapacitado es difícil… para la madre.
Me presento: me llamo Raúl Gay y soy focomélico. Eso significa que tengo las extremidades superiores e inferiores fastidiadas. En mi caso, las manos salen directamente de los hombros (no hay brazos) y para caminar utilizo unas órtesis y silla de ruedas a motor. Necesito ayuda para las tareas más básicas de la vida: levantarme, vestirme, ducharme, ir al baño.
Y con este cuerpazo, hubo una chica que decidió que era una buena idea que tuviéramos un bebé. Por supuesto, al inicio teníamos miedos y dudas. Mucho antes de buscar quedarnos embarazados, me hice un análisis genético para averiguar si “lo mío” era hereditario. Por fortuna, los resultados fueron buenos: mi hija o hijo tendría los brazos y piernas en su sitio.
Así que el día que Vega nació no pude cogerla en brazos, pero sí tumbarme en la cama y que se durmiera en mi pecho, piel con piel. Una sensación maravillosa. Después, he hecho con mi hija lo que he aprendido a lo largo de 36 años de vivir sin brazos: adaptarme, echar imaginación y ser osado (rozando la imprudencia).
Intenté cambiar pañales. Una vez. Conduje el carrito de Vega con mis piernas mientras yo iba sentado en mi silla de ruedas y casi vuelca. No volví a intentarlo, claro.
Las primeras semanas, no voy a negarlo, fueron frustrantes. No sólo no era de ayuda, sino que casi era un estorbo. Tras mucho hablar –fundamental en una relación y más cuando hay niños– llegamos a la conclusión de que mis tareas eran las cosas de botones (léase: informática) y cuidar en general de la pareja. Comprar un paquete de galletas de chocolate cuando la madre ha tenido una mala noche también cuenta como cuidados.
Y ahora, pasada esa frustración, cada día nos enfrentamos a problemas que otras parejas no tienen. No puedo vestir a Vega, dormirla en brazos, meterla en un carro, partirle la comida o estar mucho tiempo a solas con ella. Una tarde, Elena fue a buscar a una amiga a la estación y me dijo “te quedas con Vega”. No había opción a réplica. Y ahí nos quedamos en el suelo, el padre sin brazos y la hija con fuerza suficiente para quitarme un boli bic de las manos. Tras el miedo inicial (si se pone a llorar a ver qué hago), todo fue bien. Jugamos, nos revolcamos por el suelo, le canté algunas canciones y reímos bastante. Cuarenta y cinco minutos después, se abrió la puerta y apareció Elena muy tranquila, ¿por qué íbamos a estar mal padre e hija un rato juntos?
Hay un puñado de cosas que no puedo hacer, pero otras sí. He descubierto que el porteo es maravilloso. Cuando llega la 'hora loca', Elena me pone a Vega en la mochila y la pequeña se calma. Al principio caminaba por el pasillo, y se dormía. Luego íbamos los tres juntos por la calle: con la niña en la mochila, conduciendo la silla de ruedas. Y ahora ya me atrevo a salir solo con ella a dar un paseo de dos horas. Vega no dice ni pío, se suele dormir y al despertar le gusta que cante mientras vamos a 10 kilómetros por hora por el carril bici. La gente, por supuesto, alucina.
Hay estudios que defienden los permisos de paternidad como una forma de establecer el vínculo y el apego entre padre y bebé. En efecto, yo noto que los días después de estar juntos, a solas, Vega 'me quiere más', se ríe al verme y no llora tanto cuando su madre hace cosas de casa y se tiene que quedar conmigo. Porque, claro, en esos momentos le da por llorar y quiere brazos o teta: dos cosas que no puedo darle.
En lugar de brazos, tengo dientes y soy un imprudente, así que la cojo del body como hacen los gatos con sus crías y la muevo de un lado a otro. La primera vez, su madre estaba muerta de miedo; ahora sólo se queja de que toda la ropa está agujereada por mis colmillos. Y Vega, como se puede ver en el vídeo, está bastante acostumbrada. Su madre la coge con los brazos y su padre con los dientes. Lo normal. Veremos cuando en el colegio descubra que hay padres con brazos.
Mi mujer y yo hemos hecho un pacto: ella se encarga de Vega hasta los 6 años y yo a partir de entonces hasta los 18; ella de los pañales y yo de la adolescencia. Creo que salgo perdiendo.
Elena
Me casé con un tío sin brazos y el año pasado tuvimos una hija. Parece difícil, ¿eh? Pues sí, lo es.
Las dificultades en la vida práctica que sufre cualquier madre primeriza se vuelven más notables cuando no puedes decirle a tu pareja “cógeme una chaqueta” o “átame los cordones”. Y más cuando tienes que atenderlo en su vida diaria con el bebé en brazos, o mejor dicho, en un solo brazo… Tendinitis asegurada.
Sí, sí. Todo esto ya lo imaginaba porque habíamos vivido juntos dos años antes de que llegara el bebé; pero cualquier nueva situación supone un reto mayor para nosotros que para una pareja con todas las extremidades en su sitio.
Hay dos momentos clave que, para mí, marcan una gran diferencia. El primero es la hora de acostarse. Yo me voy a la cama con Vega cuando noto que tiene sueño y ya es tarde (a veces se queda dormida en brazos y el primer sueño de 22 a 23 horas se lo echa en el sofá); nos tumbamos en la cama y le doy teta. Tengo claro que si yo pudiera dormirme también en ese momento, lo haría. Pero tengo que esperar a que Raúl termine de hacer sus cosas (leer, responder correos electrónicos, jugar al ajedrez, apagar el ordenador...) y venga a la cama.
En ese momento en el que tengo que separarme de Vega para quitar las órtesis a Raúl pueden pasar tres cosas: Vega sigue dormida y puedo ir al baño para quitar ahí los velcros de las órtesis (hacen mucho ruido en el silencio de la noche). Vega sigue dormida, pero en el proceso de preparar a Raúl se despierta y yo vuelvo del baño corriendo a su lado. Vega se despierta y llora. Tengo que cogerla, calmarla y quitar las órtesis con una mano.
Total, que la mitad de los días termino haciendo contorsionismo: termino de poner el pijama a Raúl con una mano mientras trato de mantener un pezón al alcance de la boca de Vega. Al rato, padre e hija están dormidos y yo despierta porque mi momento de sueño se ha pasado y me tiro una hora con la cabeza en mil cosas. Llevo muy mal que mis horas de sueño dependan de dos personas más, pero qué le vamos a hacer.
El segundo no es un momento, sino algo diario: encargarse de las cosas prácticas de hijos e hijas. Vestir, bañar, cambiar pañales o simplemente coger la ropa son cosas que mi pareja no puede hacer. Pero también hay que poner la lavadora, ir al baño, ducharme, hacer la comida, recoger la mesa… Todo con la pequeña colgada del brazo o del fular (bendito porteo).
Tenemos un asistente personal y contamos también con la ayuda de mis suegros; eso facilita mucho las cosas. Entre semana es la asistente quien viste a Raúl. Los fines de semana y festivos, estamos solos ante el peligro.
Y si salir de casa con un bebé lleva su tiempo, hacerlo con bebé y retrón, todavía más. Cada vez que salimos a cenar o dar un paseo yo tengo que encargarme del bebé, ayudar a Raúl y luego ya me arreglo yo. Una escena habitual es estar a medio vestir, con Vega en brazos y limpiando a Raúl después de haber ido al baño.
Los bebés deben estar con sus madres, de eso no hay ninguna duda. Pero también es cierto que sólo yo puedo dormir a nuestra hija, sólo yo puedo cogerla y mecerla entre mis brazos o cambiarle los pañales. Otras madres me dicen que a ellas les pasa igual, pero al menos tienen la posibilidad de decir a sus parejas “coge al bebé un rato, que voy al baño”.
Es verdad que prefiero tener una pareja sin brazos y que mide 1,20 a tener una pareja ausente o ser familia monoparental, porque además del apoyo logístico y práctico, en el que me siento bastante sola (cuando me paro a pensarlo, cosa que procuro no hacer), está el apoyo emocional. Es muy importante estar de acuerdo en todos los aspectos relacionados con la crianza y que tu pareja comprenda los cambios hormonales que suceden durante este periodo de la vida (embarazo, parto y postparto-maternidad) y te cuide emocionalmente. Esto es esencial y en nuestra pareja se da.
Además, Vega se porta bien, no tengo demasiada falta de sueño y gracias a que ahora Raúl tiene un buen trabajo he podido pedir una excedencia tras la baja maternal. De todas formas, la discapacidad no nos ha frenado mucho. Creo que en la maternidad influye más el carácter de cada uno que la presencia o ausencia de brazos. La clave es estar en sintonía. Apenas dos días después de dar a luz, comimos en un restaurante; un mes después alquilamos una furgoneta adaptada y pasamos un fin de semana en el Pirineo; y hace un par de meses nos fuimos los tres a Singapur. Y se portó mejor la niña que el padre.