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Dejar llorar o no: el falso debate sobre cómo dormir a los niños

“Si lo quieres dejar llorar y hacerle eso a tu hijo, tú verás” [sic]. Amenazas veladas como ésta se han convertido en algo relativamente habitual cuando se inicia una discusión sobre la forma de dormir a los bebés. Por un lado, están los que aseguran que dejar llorar a los niños es una tortura innecesaria que les dejará “secuelas” psicológicas. Por otro, los que creen que los niños que practican colecho serán “más dependientes de los padres”. Sin embargo, la realidad es que apenas hay evidencias científicas que sostengan ninguna de estas afirmaciones, que no hacen sino confundir a los padres y generarles sentimientos de culpa.

La frase que abre este artículo es una afirmación del pediatra Carlos González, uno de los principales representantes en España de la crianza con apego, junto a la psicóloga Rosa Jové. En el otro extremo de la balanza se sitúa el especialista en medicina del sueño Eduard Estivill, defensor de un método conductual que lleva su nombre. Los tres son autores de grandes superventas sobre el sueño infantil y bajo su paraguas se han creado legiones que defienden con saña sus dogmas y se apresuran a realizar juicios sumarios a quien no comulgue con la doctrina oficial.

La también escritora Carolina del Olmo se refiere a esta situación en su libro ¿Dónde está mi tribu?, en el que asegura que “la intervención de los expertos tiende a polarizar los debates en el campo de la crianza, exagerando discrepancias y fomentando un tipo de argumentación basada en dogmas inamovibles”. El resultado, dos extremos que han terminado transformando el debate en una burda caricatura de la realidad y que cada vez está más alejado de la vida diaria de la mayoría de los padres.

Ningún método es perjudicial a largo plazo

Una de las principales preocupaciones de los cuidadores a la hora de abordar el sueño de los niños se centra en los efectos dañinos que pueden tener, tanto a corto, como a largo plazo, los métodos conductuales basados en dejar llorar al bebé, cuyos opositores consideran que es prácticamente una forma de maltrato.

El método Estivill, basado en lo que se conoce como método de extinción gradual, es uno de los muchos métodos conductuales desarrollados para que los bebés aprendan a dormir solos. Uno de los principios más controvertidos de esta técnica es que parte de la idea de que si los niños necesitan un adulto para conciliar el sueño es porque tienen insomnio por hábitos incorrectos.

Para resolver este supuesto problema se deja solo al bebé durante periodos cortos de tiempo, atendiendo su llanto cada cierto número de minutos. Algunas críticas se han centrado en que dejar llorar al niño puede causarle problemas, ya que el estrés que sufre el bebé al verse desatendido podría elevar los niveles de la hormona cortisol, lo que podría tener efectos perjudiciales a largo plazo.

Sin embargo, uno de los estudios más recientes sobre esta cuestión, publicado el pasado año en la revista de la Asociación Americana de Pediatría, y en el que se tomaron medidas de cortisol en la saliva de los bebés, concluyó que los métodos de extinción gradual no solo “proporcionan beneficios de sueño significativos”, sino que “no producen respuestas de estrés adversas, ni efectos a largo plazo en las emociones, ni en el comportamiento del niño”.

No es el único estudio que ha llegado a esta conclusión. Según ha explicado a eldiario.es la investigadora de la Universidad de Miami, Tiffany Field, “las preocupaciones sobre los efectos a largo plazo de los métodos que se utilizan para dormir son exageradas”. Field ha sido la autora de una reciente revisión de la bibliografía científica sobre los distintos métodos que se utilizan en la actualidad y concluye que “no se ha observado ningún efecto adverso a largo plazo” para ninguno de ellos.

Que sea eficaz no quiere decir que sea aceptable

Sin embargo, el hecho de que este tipo de métodos sean seguros e incluso eficaces a la hora de conseguir que un bebé duerma casi toda la noche, no quiere decir que su aplicación sea necesariamente aceptable.

Las evidencias disponibles muestran que los bebés de menos de un año no tienen capacidad para entender que sus cuidadores siguen existiendo aunque no estén a la vista, con lo que el hecho de que desaparezcan les causa angustia y, aunque esto no afecte a su desarrollo, está claro que va en contra de las recomendaciones generales de atender las necesidades emocionales del niño.

Ahí es donde se apoyan los críticos que, como González, consideran que es un error negar a los bebés la presencia de sus padres cuando la necesitan y que niegan la hipótesis inicial de Estivill sobre los supuestos problemas de insomnio de los niños. En esencia, lo que plantean es que es “natural” que los niños no sean capaces de dormir toda la noche hasta pasados los 4 años y, por tanto, hay que asumir que la calidad del sueño va a empeorar cuando se tienen hijos.

Sin embargo, es importante señalar que, independientemente de si se considera algo “natural” o no, la falta de sueño puede llegar a plantear problemas serios tanto a los propios bebés, como al resto de los habitantes de la casa, ya sean los propios padres u otros hermanos o familiares. Según la Asociación Americana de Pediatría, no dormir lo suficiente cada noche se asocia con un aumento de las lesiones, la hipertensión, la obesidad y la depresión.

Cuando no dormir no es una opción

El asumir que tener hijos implica sí o sí una pérdida importante en la calidad del sueño y que las alternativas conductuales son poco menos que una forma de maltrato es una de las críticas que se le hacen a los partidarios más extremistas de la crianza con apego, ya que obvian la realidad social en la que viven muchas familias, que no disponen de tiempo, ni de recursos, como para ajustarse a la doctrina oficial.

La necesidad de tener dos salarios, las exiguas bajas de maternidad y paternidad o tener jornadas laborales largas son circunstancias que “apenas se toman en consideración cuando se discute de estos temas, ni siquiera cuando entran en contradicción manifiesta con las prescripciones de los expertos”, explica del Olmo.

Al final, aunque los estudios científicos nos ayuden a ir estableciendo unos mínimos, no hay que perder de vista que las diferentes opciones de crianza tienen un marcado carácter ideológico y no se pueden identificar como correctas o incorrectas en base a los datos disponibles, dado el enorme número de factores que intervienen.

Queda en manos de los padres valorar las circunstancias que rodean al bebé y a la familia para decidir qué tipo de crianza se ajusta más a su forma de ver la vida y a sus posibilidades, una cuestión que no es tan fácil de responder como parecen afirmar algunos expertos. Como dice del Olmo, “puede haber un millón de datos relevantes, pero ninguno por si solo, ni todos ellos reunidos, pueden sustituir a la decisión de qué vas a hacer cuando tu bebé llora con sueño”.

Otros métodos

Existen otros métodos conductuales para los padres a los que no les parece aceptable la extinción gradual. El bedtime fading consiste en dejar solo al bebé de forma progresiva. Los cuidadores deben colocarse cada día un poco más lejos de la cuna cuando el bebé se va a dormir. También están los despertares programados, que se basa en evitar el despertar espontáneo del bebé, despertándole entre 15 y 30 minutos antes de la hora a la que se suele despertar solo. Luego se le ayuda a dormirse de nuevo.