Huelo a leche. Hace una semana que no me lavo el pelo. Vivo pegada a un bebé y a un sacaleches. Enjabono cacharros, los enjuago y les tiro agua hirviendo. He descongelado todas las bolsas de leche que tenía, usado todos los botes llenos de la nevera, y cuando no quedaba, he preparado leche de cabra en polvo para suplementar a mi cría humana mientras me preguntaba si una cabra le daría leche de humana a su cría.
Huelo a leche. Tengo alarmas, muchas alarmas, que suenan durante el día, que me indican una toma, un suplemento, una sesión de sacaleches. Tengo alarmas durante el día y la noche. Hay una a las tres de la madrugada. Y hay que poner sacaleches. Tengo varios sacaleches. Uno alquilado, uno antiguo, uno nuevo. He gastado más en ellos que en cualquier otra cosa. Me muero de sueño.
Abro el Whatsapp y hablo con las compañeras. Las compañeras al otro lado de Internet, que están dando teta, sacándose leche o en una habitación de hospital durmiendo en una butaca estropeada con el bebé encima lleno de cables y tubos. Y me quedo frita, y le doy al teclado sin querer ggggggg y me despierto y lo borro y me quedo frita y lanzo una videollamada sin querer y me despierto y cuelgo. Pongo al bebé en la cama y camino descalza por el gélido suelo de invierno hasta la cocina para guardar la leche en la nevera, vuelvo y el bebé se ha despertado.
Huelo a leche. Hay que bajar el contenedor de los pañales. Hay que poner una lavadora de pañales. Hay tres botellas de suero fisiológico empezadas. Hay arrullos llenos de mocos de bebé por todas partes. Los virus respiratorios acechan. Hay que ir a pesar al bebé, cada gramo cuenta, cada moco es el enemigo, ha probado ya diez balanzas distintas, hay que restar el peso del body y del pañal.
Huelo a cloro. He salido de casa, he ido a por bebé número uno, hemos subido al metro, hemos reído, cantado, saltado. Hemos ido a la piscina. Hemos jugado a buscar pelotas de colores, a cazar letras, a recoger círculos. Nos hemos abrazado muy fuerte. Me he alejado del bebé número dos. He dejado botes de leche en la nevera y el sacaleches limpio, para cuando vuelva.
Huelo a leche. Me había imaginado escribir sobre el puerperio tranquilamente en una cafetería con un bebé a la teta y el otro en la escuela, pero escribo en las notas del teléfono. A ratos. En el metro. En el sofá. En la consulta. En la cama. A las tres de la mañana.
Huelo a leche. Me duelen las cervicales, las dorsales, las lumbares, las rodillas, las ingles, las manos. Me duelen los dedos, los ojos, los isquiones, el útero, el periné, la diástasis abdominal. Intento beber agua pero estoy deshidratada. Mi piel es una lija pero mis tetas chorrean, chorrean leche que deja manchas por todas partes, en las sábanas, en la ropa del bebé, en mis pantalones, en mis camisetas, en la mesa, en el suelo.
Huelo a enferma. Qué difícil es cuidar cuando estás a 39°C. Hemos caído una tras otra. Yo solamente quiero dormir. Pero Bebé Uno quiere jugar, ya se encuentra mejor. Bebé Dos quiere mamar mucho, se encuentra peor. Yo solamente quiero dormir. Una semana entera metida en casa. Al final no era Covid. Hay más virus en el mundo.
Huelo a leche. Hoy termina mi baja de maternidad. No son cuatro meses, son tres meses y veinte días. Hoy termina mi baja de maternidad y empiezan las triquiñuelas de las lactancias compactadas y de gastar todas las vacaciones del año. Y luego tal vez vendrá la reducción de jornada, la pérdida de poder adquisitivo, la pérdida de oportunidades laborales, la brecha de género. Estoy enfadada. Menuda mierda de baja. He escrito mierda. Porque es una mierda.
Claro que quiero una baja más larga, una baja de seis meses, bueno en realidad la quiero de ocho. La quiero para mí y para mi pareja. Pero no la quiero para pasar ocho meses cuidando a un bebé. Me quiero cuidar a mí también. Y al nosotres que un día fue, antes de empezar a multiplicarnos. Quiero mayor inversión en escuelas infantiles públicas, que sean gratuitas y que las trabajadoras cobren sueldos proporcionales a su responsabilidad.
Huelo a leche. Paso dos mil horas en Instagram. Estoy cansada de leer que cuando terminan nuestras bajas volvemos a trabajar para pagar a alguien que cuide de nuestres hijes dando por hecho que nos querríamos quedar cuidándoles nosotres. Habrá quien sí, habrá quien no. Cuidar cansa. Habrá quien querría tener una plaza garantizada en una escuela infantil pública y gratuita, y volver a trabajar, al gimnasio, a comer por ahí a mediodía, a llevar ropa que no esté manchada de leche. Y mocos.
Si tú estás bien, yo estoy bien. Si yo estoy bien, tú estás bien. Si no estamos bien, todo arderá.