La ginecóloga Miriam Al Adib se pregunta en el prólogo de 'Partos arrebatados. La violencia obstétrica y el mercado de la sumisión femenina' (Ménades Editorial, 2021) cuándo dejó de ser normal la violencia que ejercía el hombre hacia la mujer en el seno de una pareja. Y ella responde: “Cuando se empezó a hablar de ello, por eso lo primero es romper el silencio”. La doctora en antropología Eva Margarita García (Madrid, 1977) lleva años investigando sobre la violencia que sufren las mujeres en el embarazo, en el parto y en el puerperio, una violencia silenciada e, incluso, entendida y aceptada por las víctimas porque culturalmente se ha entendido que se pare sufriendo y que la medicina protege y cuida ante todo.
La violencia obstétrica hace referencia al conjunto de prácticas que degradan, oprimen e intimidan a las mujeres por parte de profesionales de la salud. Se trata, según constató la ONU hace cuatro años, de una práctica generalizada y de una “violación de los derechos de las mujeres”, en palabras de la Organización Mundial de la Salud. Esta violencia puede ser tanto física (falta de respeto en los ritmos del parto o el uso de procedimientos innecesarios) o psicológica (insultos, vejaciones, falta de explicaciones de lo que se está haciendo con el cuerpo o infantilización de las mujeres). Eva Margarita nos propone en 'Partos arrebatados' un recorrido histórico, así como una aproximación emocional a las prácticas y las consecuencias de este tipo de violencia machista.
¿Por qué se tratan los partos como una patología?
Patologizar todos los momentos de la salud femenina resulta una estrategia fabulosa de domesticación de los cuerpos de las mujeres. Es evidente que, si vivimos en una sociedad patriarcal, todos los saberes que dicha sociedad produce también serán patriarcales. Esto dará lugar a una medicina profundamente androcéntrica, por eso, desde hace siglos, vienen tratándose circunstancias como la menstruación, la menopausia, o el embarazo y el parto, como patológicos, como algo enfermizo que hay que curar, en vez de como estados naturales femeninos.
¿Cómo afectó la caza de brujas en la concepción del parto? ¿Cómo pasaron a ser tratados por mujeres comadronas a medicalizados por varones?
La caza de brujas fue un momento importantísimo de la historia, porque supuso la desposesión de las mujeres de esos saberes profundamente femeninos, que eran los relativos a la matronería, a los anticonceptivos, a las plantas medicinales. La atención al parto constituía un saber que las mujeres transmitían de generación en generación, de una manera práctica, y en la cual los hombres no tenían gran interés. Con la caza de brujas, se intentó frenar ese saber femenino supuestamente para impedir los abortos y los anticonceptivos, pero realmente lo que se consiguió fue controlar a la población, incluso con la promulgación de leyes sobre la obligatoriedad de reproducirse: quien controla los nacimientos controlará a los nuevos trabajadores y, con eso, a la producción. La caza de brujas se ve como algo oscuro y medieval, pero allanó el camino para la instauración del capitalismo.
Dice que separar a las mujeres de la práctica de la medicina fue una maniobra política por cuestiones de género y clase.
Se dieron cuenta de que las mujeres tenían entre sus manos el futuro de la humanidad: únicamente ellas poseían los conocimientos necesarios para atender partos y, por lo tanto, la perpetuación de la especie quedaba entre sus manos. Claro, una cuestión tan importante no podía seguir dejándose en manos de “simples mujeres”, así que había que arrebatarles esos conocimientos. Entonces surgió la profesionalización de la obstetricia como ciencia, y las matronas pudieron seguir ejerciendo, pero siempre bajo la atenta mirada de esos médicos varones que serían quienes determinarían si se trataba de “comadronas sabias y buenas”, en palabras del 'Malleus Maleficarum', libro de cabecera de la Inquisión. La matronería perdió el prestigio que tenía antaño, y las comadronas tuvieron que ponerse a las órdenes de los obstetras para poder seguir en la profesión. Se pisotearon los conocimientos de las comadronas. La medicina androcéntrica había ganado la batalla.
¿Se ha parido durante muchos años en la postura que mejor les venía a los médicos?
Parir en litotomía obligatoria para que quien te atiende esté a sus anchas y no se tenga que agachar a cambio de que tú lo estés pasando fatal no tiene ningún sentido, pero demuestra cómo no se tiene en cuenta la opinión y las necesidades de las mujeres para nada. Se dice que en la corte francesa en épocas de Luis XIV se reunía una muchedumbre en torno a la reina cuando esta estaba pariendo. Entiendo que no había televisión y que tendrían que distraerse, pero un parto es un momento de recogimiento en todas las especies de mamíferos, y los partos con público no debían de ser momentos fáciles en absoluto. Esas pobres mujeres eran consideradas poco más que máquinas de fabricación de bebés.
¿En qué consiste el triángulo de violencias que desarrolla en el libro, y cómo estas violencias trabajan en el embarazo y parto de las mujeres?
El triángulo de la violencia es un concepto introducido por el sociólogo noruego Johan Galtung, y explica cómo lo que vemos de la violencia es únicamente la punta del iceberg: la violencia directa. Pero esa puntita se asienta peligrosamente en una violencia cultural y en una violencia estructural, que son las partes fuertes e invisibles, que legitiman dicha violencia directa. Esto podemos verlo en la violencia de género: vemos casos de mujeres maltratadas, de feminicidios, de acoso sexual, pero lo que no se ve es que todo esto se asienta en un patrón poderoso de ideología patriarcal, donde las mujeres se consideran inferiores en todos los ámbitos. Claro, entonces es que ideológicamente esa violencia de género está legitimada, porque resulta la máxima expresión de la ideología patriarcal.
Pues con la violencia obstétrica, como parte de la violencia de género, pasa lo mismo: que está asentada en la medicina androcéntrica, que ve a las mujeres como la otredad, como las histéricas, como los cuerpos siempre enfermos. Así que, nuevamente, se trataría de coherencia ideológica, y si además lo unes a una violencia de tipo simbólica, es como si un cordero fuera feliz al matadero. Ya tienes ahí el caldo de cultivo idóneo para poder patologizar el embarazo y el parto y que encima te den las gracias por ello.
Según la publicación 'European Perinatal Health Report' sobre la salud perinatal en Europa, España es un país especialmente intervencionista: primeros puestos en los partos instrumentalizados, en inducciones, en episiotomías y en cesáreas. ¿A qué se debe?
Se debe a una multitud de factores de tipo cultural, social, también influye la natalidad en España (cada vez se tienen menos hijos y más tarde)… Al final se tratan muchos embarazos como si fueran de riesgo simplemente porque la madre es “más mayor de lo que debiera”, según ciertos protocolos. Al final parece que, si el embarazo es de riesgo, estaría más justificado que se instrumentalizara aún más, porque siempre dicen lo mismo: “es por el bien de la madre”, y con esa frase parece que la discusión se termina. La OMS lleva casi 40 años alertando del alto intervencionismo en los partos en España, pero seguimos haciendo oídos sordos. La Estrategia de Atención al parto normal, que en un principio esperanzó a muchas personas, parece que hoy en día se ha olvidado, y los cambios en los protocolos hospitalarios van muy muy despacio, no sé si porque la burocracia en España es especialmente lenta. Y encima, ahora con el COVID la cosa ha vuelto a empeorar.
¿Cómo opera el miedo de las mujeres en el silencio ante las malas praxis?
Viene de muy lejos, a las mujeres se nos educa bajo el arquetipo de la madre abnegada, el “parirás con dolor”, la visión de madre sufriente y sacrificada. Así que muchas mujeres después de experimentar un parto traumático deciden callarse para que no se las tache de “flojas”, de “quejicas”, de “malas madres” incluso. Tienen miedo de ser señaladas, de ser ovejas negras, de ser “las que no cooperan”, así que se callan. A veces se callan incluso consigo mismas, normalizando lo que ha sucedido, quitándole peso, dejándolo apartado en un rincón de la mente. Pero ese suceso seguirá ahí a nivel emocional, no se esfumará, e influirá en futuros embarazos, algunas mujeres llegan incluso a desarrollar una auténtica tocofobia, un terror espantoso al momento del parto.
¿Qué es la maniobra de Hamilton, la amniorrexis (rotura de bolsa) y la episiotomía? ¿Por qué podrían ser parte de la violencia obstétrica?
La maniobra de Hamilton consiste en introducir los dedos por el cuello del útero para despegar las membranas de la bolsa amniótica para intentar que el parto empiece. La amniorrexis es una rotura de la bolsa amniótica con una lanceta, igualmente para intentar acelerar el parto. La episiotomía consiste en producir un corte en la vagina para supuestamente facilitar la salida del bebé. Todos estos procedimientos, destinados a modificar los ritmos naturales del parto, pueden ser violencia obstétrica si no se consulta antes con la madre.
Imaginemos que un señor va a hacerse una revisión médica: ¿no nos parecería de una mala praxis escandalosa que sin mediar palabra se le introdujeran dos dedos por el ano, así, sin avisar, a lo bruto? ¿Por qué entonces lo vemos normal en las mujeres? ¿Por qué no nos cuestionamos que realizar procedimientos médicos dolorosos sin pedir permiso supone un acceso al cuerpo sin consentimiento? La violencia obstétrica no tiene por qué estar en los procedimientos en sí, sino en el uso que se hace de dichos procedimientos, y en el consentimiento que tiene que haber de por medio. Si una mujer quiere ponerse de parto porque teme una inducción, por ejemplo, y solicita que se le haga una maniobra de Hamilton, evidentemente en ese caso es ella la que ha querido, por lo que ahí no habría violencia obstétrica. Al igual que si el señor del ejemplo de antes quiere que se le haga un examen de próstata. El acceso a nuestros cuerpos ha de ser siempre con consentimiento.
¿Con qué otros tipos de violencias en los partos se ha encontrado?
Por desgracia, existen muchísimas violencias espantosas. Quizás una de las que más llama la atención, por su gran frecuencia, es la maniobra de Kristeller, que consiste en ejercer una fuerte presión con el brazo sobre el fondo uterino, supuestamente para ayudar en el expulsivo. Esta maniobra en teoría se recomendaba solo en ciertos casos y para cuando el bebé ya estaba coronando, esto es, cuando la cabeza ya estaba a punto de salir, con lo que supondría algo así como una última ayuda para el empujón final. El problema es que la maniobra de Kristeller se usa mucho y muy mal, y al final se bajan a los bebés a golpe de codo, como si las mujeres fueran un bote de dentífrico, lo que además de ser terriblemente doloroso, puede producir hematomas en la madre y en el bebé, rotura de costillas en la madre y rotura de clavícula en el bebé, prolapsos, etc. Pero lo que resulta más escandaloso de esta maniobra es que nunca la verás en el historial médico, de modo que si quieres reclamar por mala praxis derivada de dicha maniobra, será tu palabra contra la del personal del hospital.
¿Qué hay que hacer para erradicar la violencia obstétrica?
Erradicar la violencia obstétrica, como todos los asuntos de género, al final es cuestión de pedagogía. Mientras no exista perspectiva de género en la sanidad, mientras la medicina siga siendo androcéntrica, resulta extremadamente difícil superarla. Además, existe otra cuestión, y es que a nivel social hay que cambiar el paradigma general que tenemos -consciente o inconscientemente- del parto. Es imprescindible que los y las profesionales de la sanidad sigan formándose siempre en medicina basada en la evidencia, que demuestra cómo el parto es un acto fisiológico y por lo tanto hay que intentar intervenir mínimamente. Aparte de la formación y de la información (una madre bien informada tendrá más herramientas para gestionar su parto, al menos en teoría) y de la perspectiva de género, es imprescindible que se legisle. En cualquier caso, se olvida aquí algo: el bebé es la otra cara de la violencia obstétrica, y de las criaturas no se habla apenas. Así que para mi gusto no sería necesario legislar únicamente del lado de las madres, sino también del lado de los y las bebés, en las leyes de protección a la infancia. Si España ha sido pionera en otras legislaciones, ¡ojalá se atreva a dar este paso, y se decida de una vez a decir “basta ya de violencia obstétrica”!