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Cómo afrontan los hijos adoptados la búsqueda de la familia biológica: “Todos idealizamos lo que queremos encontrar”

Iratxe y Enrique son dos caras de la misma moneda. Ella encontró a su familia biológica hace siete años y él lleva tres décadas intentando dar con la suya. Ambos son adoptados y, como la mayoría de quienes deciden comenzar este camino, emprendieron la búsqueda de orígenes para obtener información, tanto genética como de su historia. En España el derecho a conocer los orígenes biológicos de los adoptados está reconocido por ley.

Pese a que tradicionalmente se percibía la búsqueda de la familia biológica como un fracaso de las adopciones y se tildaba a los hijos de “desagradecidos”, Iratxe Serrano reconoce que “ya tenemos una mínima cultura de la adopción y esa visión ha cambiado”. De hecho, las asociaciones de adoptantes pelearon que este derecho se reforzase con la ley de Protección a la Infancia y la Adolescencia en 2015. Benedicto García, coordinador de la Coordinadora de Asociaciones en Defensa de la Adopción y el Acogimiento (CORA), que aglutina a 28 organizaciones, indica que las familias lo defienden “a muerte, porque lo necesitan y nosotros tenemos muy claro que van a seguir siendo nuestros hijos”.

Para ayudar a los adoptados en este proceso, que puede durar de unos meses a varios años y que tiene un repunte en septiembre y tras Navidad, Serrano, que preside ‘La voz de los adoptados’, prepara junto a un grupo de expertos, entre los que se encuentra el mediador de familias, psicopedagogo y gerente de MADOP, Jaime Ledesma, un manual sobre la búsqueda de orígenes para mostrar como consideran que puede ser “más fructífera y positiva y menos traumática”.

Porque, pese a las historias edulcoradas del cine y la televisión, en la realidad no tienen siempre un final feliz. Enrique Vila Torres, que es abogado y lleva 25 años ayudando a localizar familias biológicas de forma profesional y mediar entre ellas y sus hijos dados en adopción, lleva desde los 23 años buscando a la suya. “No me va a suponer un trauma no encontrarla, es más rabia, pero me hago mayor y las esperanzas se van perdiendo”, comenta.

En 1999, explica el abogado, el Tribunal Supremo dictó una sentencia en la que se reconoce el derecho de los adoptados a conocer sus orígenes biológicos y, ese mismo año, se eliminó el parto anónimo. Tras una riestra de sentencias a favor, este derecho se recoge en la ley de 2007 y se desarrolla en 2015, convirtiendo a España en un país “muy pionero” frente a otros de su entorno, como Italia, Francia o Alemania, donde se prioriza el derecho de la madre a que no se desvele su identidad, explica Vila Torres.

Esto facilita la labor de búsqueda de la madre biológica, al permitir acceder a la partida de nacimiento o, en caso de que no aparezca el nombre real, a través de un proceso de jurisdicción voluntaria, solicitar la partida literal de nacimiento donde, en una anotación en el margen izquierdo consta la inscripción de la adopción. En este punto, la búsqueda puede dar resultado; de lo contrario, comienza una labor de ratón de biblioteca rastreando archivos o bases de datos.

“Después de decenas de sentencias está siendo más fácil ejecutar ese derecho. El último reducto que nos queda son los archivos de la Iglesia. Muchas veces te dicen que no pueden dártelos y, tras una sentencia judicial, que no los tienen o que los han perdido”, lamenta el abogado, que ha enviado al Papa información sobre 16 casos que duda le hayan llegado.

Preparación, contacto y encuentro

“Lo mío fue sencillo, porque se trataba de una adopción bastante regular y aparecían nombres y apellidos. Me puse en manos de un mediador profesional y conocí a mi madre hace siete años”, indica Iratxe Serrano, para quien “no hay dos búsquedas iguales”. En lo que sí coinciden los expertos consultados es en la necesidad de contar con la figura de un mediador porque “todos idealizamos lo que queremos encontrar”, añade Vila Torres. Serrano lo ejemplifica: “No es lo mismo descubrir que tu madre biológica se quedó embarazada fuera del matrimonio a saber que fuiste fruto de una violación perpetrada por tu abuelo. Tenemos que saber gestionar la información”.

Así, el mediador Jaime Ledesma establece tres fases diferenciadas: preparación, contacto y encuentro. “La primera nos parece la más importante, porque es donde van a decidir si esto es lo que quieren y plantearse otras situaciones en las que tal vez no habían pensado. Analizamos con ellos sus motivaciones, qué expectativas tienen, nos imaginamos con diferentes madres biológicas y cómo reaccionarían ellos ante cada una. Si piensan que era muy pobre y por eso les dejó, el mediador debe ponerles ante el choque de que tal vez hubiera podido hacerse cargo o que tiene más hijos y solo abandonó a este”, desarrolla.

“Existen motivos que consideramos idóneos y otros que no, como que hayas tenido una mala relación con tu familia adoptiva y creas que si encuentras a la biológica vas a tener los padres que no has tenido. La motivación es muy variopinta y evoluciona con el tiempo y durante el proceso, pero yo creo que la principal es conocer tu historia, tu árbol genealógico, qué enfermedades puedes tener en el futuro y, cuando te planteas tu propia maternidad, que material genético le puedes pasar a tus hijos”, desarrolla Iratxe Serrano.

Para Enrique es difícil de explicar, pero lo resume en una palabra: curiosidad. “Curiosidad por saber cómo es mi padre, mi madre, si fue incesto, violación, amor… He tenido un hijo que se parece mucho a mi y pienso en cómo será su abuelo”. Ledesma, que lleva entre 20 y 30 casos al año, señala que “muchos adoptados se reconocen por primera vez en alguien físicamente cuando son padres, lo que te reafirma en quién eres”.

Ledesma finaliza la primera fase de la mediación con una carta dirigida a la madre biológica que los adoptados escriben. En ella, organizan y transmiten a la mujer sus ideas, siguiendo unas pautas. “A veces quieren decirle a su madre que tiene las puertas de su casa abiertas para siempre. ¿Seguro? No sabes a quién se las estás abriendo”, apunta. En el caso de Vila Torres, a esta carta añade otra de su puño y letra en la que habla como hijo adoptado, explicándo los sentimientos que tienen.

Es entonces cuando el mediador contacta con la madre biológica. “Intento que sea a través del móvil porque tenemos más garantías de que sea la persona que conteste y no tenemos que dar tantos rodeos al hablar. No podemos presentarnos en su casa y decirle a su familia: tú no lo sabías, pero hace años dio a luz un niño. Si no tenemos su móvil, lo hacemos a través del fijo, por carta o, como última opción, de forma presencial. Durante esa conversación le anunciamos que hay una persona que la está buscando y le gustaría contactar, vamos dando rodeos, fechas y lugares hasta que va cayendo y le proponemos hablar en otro momento, porque no sabemos si está acompañada o la están escuchando, y le decimos que tenemos una carta para ella, a modo de cebo”, explica Ledesma.

Vila Torres prefiere hacerlo “si puede ser, en directo y con las cartas”. A partir de aquí, hay casos de todos los colores: “Hay madres que están emocionadas y quieren un encuentro y otras que piden no ser molestadas”, indica este último. En algunos casos, un tiempo de después de la negativa inicial ellas mismas se ponen en contacto con el mediador.

“Los miedos de estas mamás son muy legítimos”

Para Iratxe, “cuando una persona adulta comienza su búsqueda de orígenes, debe hacerlo desde el perdón y el respeto. Si la madre pone una negativa de entrada no es ético que vayas por otro lado a buscar a tus hermanos, porque esa mujer merece un respeto y yo puedo entender que lo haya llevado en secreto. Tiene que haber un matiz de respeto a su propia historia. Cuando yo encontré a mi madre, jamás había hablado de esto con nadie: yo era un secreto para su familia, su marido, sus hijos, sus padres. Con el tiempo fue haciéndose más valiente y contándoselo a todos, pero los miedos de estas mamás son muy legítimos”.

“Si la madre biológica dice que sí, entramos con ella en un proceso parecido al de la preparación. Muchas siguen teniendo la imagen de un bebé y deben darse cuenta de que han pasado los años, que tiene una vida y hacerle ver que no es que le haya ido mal con su familia ni que quiera reconstruir su vida, sino que es un proceso de búsqueda de identidad y que, si ocurre genial, pero no quiere decir que vayan a tener una relación especial. Eso a veces les frena: si no es para recuperarle para siempre, no querría, piensan algunas”, indica el psicopedagogo, para quien es fundamental “respetar siempre su voluntad”.

“El mediador tiene que dejarle claro que no está recuperando un hijo. En mi caso tenía claro que si encontraba a mi familia biológica era para mantener el contacto, pero podría no haber sido así. Podría haber querido mantener una conversación y ya está. Para ella podría haber sido el inicio de una relación que yo no hubiera querido tener. Aquí se ha dado la circunstancia de que todas las partes queríamos, pero si no puede ser muy frustrante. Tú llevas mucho tiempo dándole vueltas, pero la otra persona está en la inopia y tal vez nunca pensó que su hijo biológico iba a buscarla”, añade Iratxe Serrano.

Si todo va bien, se produce un encuentro, que, a veces es secreto, “bien porque la madre no quiere que lo sepa su familia, bien porque el adoptado no quiere que lo sepa la suya”, explica Ledesma, para quien este último punto no es recomendable: “Creemos que es mejor que se deje participar o, al menos que se informe, a la familia adoptiva. Normalmente, cuando acaba el proceso el vínculo afectivo se ve reforzado”.

A partir del primer encuentro, el mediador se aleja paulatinamente y, si quieren mantener una relación, esta se va regulando. “Es como una relación de pareja: a veces empieza muy bien y luego no tanto”. Una herramienta eficaz suele ser “establecer hasta un régimen de llamadas o de visitas, a través de una especie de convenio regulador que firmamos los tres”, indica el experto para quien, “no saber nada de ellos es una buena señal. En una ocasión, una madre me dijo que me respondería a todas las dudas que tuviera su hijo y me dio todos los datos de la historia, pero insistió en que no era capaz de verle después de lo que le hizo. Me dio mucha pena, porque no se había perdonado a si misma, pero debes respetar su voluntad. Yo nunca cierro un caso y, ojalá en algún momento, dé el paso y me llame para decirme que ha cambiado de opinión”.