Los trenes en Catalunya llegaban tarde, se paraban mucho. Teresa Duran (Barcelona, 1949) iba camino de Figueres cuando el suyo se paró y, con 19 años cumplidos, alzó la voz y se dispuso a contar historias. Había una vez. Los allí presentes, algunos con ansiedad producida por la claustrofobia, se vieron arrastrados por las voces de los personajes de Duran. Acababa uno y empezaba otro. Y cuando el tren llegó a su destino, boca seca ella, los pasajeros le agradecieron efusivamente aquel pequeño regalo contra el tedio diario. “Y a partir de ahí, vivo del cuento”, dice entre risas.
Durán lleva más de cinco décadas estudiándolos minuciosamente, narrándolos en radios y en librerías, y escribiéndolos en revistas infantiles como Cavall Fort. La cuentacuentos tiene tres cualidades sumamente importantes: mucha memoria, arte para narrar y una curiosidad sin límites para, de país en país, ir buscando leyendas, fábulas, cuentos e historietas que, supuestamente, son cosa de niños y niñas. En algunos casos roza la arqueología porque la industria cinematográfica o el boca a boca ha ido manoseándolos y haciendo nuevas versiones.
En la editorial Edelvives tiene dos antologías colosales: 50 cuentos para entendernos mejor (2020) y 50 cuentos de personajes extraordinarios (2022), compendio que bebe de la tradición narrativa de los hogares. Las abuelas son muy dadas a los refranes: “Quien todo lo quiere, todo lo pierde”, y acto seguido puede que se dispongan a ejemplificarlo contando La gallina de los huevos de oro. Contra el bulling se ha explicado desde 1843 El patito feo; o si los oyentes son intrépidos aventureros apuesta segura es Simbad el marino, extraído directamente de Las mil y una noches. “A los niños y las niñas les fascinan los relatos de antaño, probablemente porque ven reflejados unos comportamientos, unas pericias y unas vivencias emocionales que sienten como propias”, dice Duran.
Funcionan porque los vertebran claros arquetipos que poseen la virtud de tener un carácter universal, fácil de entender y de compartir. “Estudiando a Carl Jung, Bruno Bettelheim, Vladimir Propp o Marie Louise se puede llegar a hacer un listado de las designaciones académicas de estos arquetipos y de sus funciones psicológicas y narratológicas”, afirma. Los arquetipos son como monolitos: o buenos o malos. No hay punto medio. Los principales son: el aventurero, el bienechor, el bruto, el enamorado, el héroe, el inocente, el malvado, el mandamás, el necio o bobo, el pícaro, el rebelde y el sabio. Dice la escritora Soledad Puértolas en el prólogo del último libro: “Los personajes que deambulan por los cuentos producen en nosotros un conjunto de emociones y de pensamientos que no son del todo coherentes, pero son muy vívidos, y caemos en la cuenta de que esos miedos, esas ilusiones, esos dolores y alegrías que se despliegan no están solo en los cuentos, también lo están en nuestros corazones”.
Una propuesta para leer dos cuentos populares
La Sirenita: la enamorada
“Ni los más prestigiosos científicos han conseguido descifrar los misterios del amor, esa fuerza maravillosa que empuja a las personas a hacer grandes proezas... o tonterías muy gordas”, dice Teresa Duran. En este caso, la sirenita se enamora de un príncipe y pierde la razón, y al final, spoiler mediante, también la vida. El cuento fue escrito por el danés Hans Christian Andersen en 1837, traducido a más de cincuenta idiomas, y narra que al cumplir los 16 años las sirenas pueden sacar la cabeza del mar y espiar a los humanos.
La sirenita, obsesionada con el olor de las flores y el piar de los pájaros, lleva años soñando con ese momento. Y ese mismo día saca su medio cuerpo para observar un barco navegante. Allí descubre a un hombre guapísimo, al que salvará minutos después de una gran tormenta que deja el navío hecho astillas. Posa al príncipe en tierra y ella vuelve al mar profundamente enamorada. La abuela es tajante: una sirena solo puede vivir con humanos cuando un hombre la ame más que a su madre y a su padre y se case prometiendo fidelidad eterna. “Pero eso jamás pasará porque tu cola a ellos les parece una monstruosidad”, le dice la abuela.
La sirenita va en busca de una bruja sirena oscura: “Te prepararé un brebaje y te lo beberás, desaparecerá tu cola que se transformará en unas piernas. Te advierto que te dolerá como si te cortasen con una espada afilada y que jamás podrás recuperar tu cola”. A cambio, la sirenita tendrá que entregarle su voz y, totalmente muda, enamorar al chico. “Si él se casa con otra, se partirá tu corazón y te convertirás en espuma de las olas”. Y así pasó: él y ella se hacen muy amigos, pero el príncipe no se enamora de ella. Él está obsesionado con la mujer que le salvó del naufragio y ella no tiene palabras para decirle que es ella. Acaba casándose con otra, y de muerte por sobre amor, la Sirenita se convierte en espuma.
Teresa Duran dice que la Sirenita se enamora “y este hecho le empuja a desobedecer, aceptando todo riesgo, asumiendo cualquier dolor”. Un sacrificio desmedido que podría darnos pie a explicarles a los niños y a las niñas que el amor es más sano que tantear la muerte, menos sacrificio y más compartir, más tranquilidad y placer y que debería estar basado en el bienestar mental. “En la película de Disney el final edulcorado refuerza la idea de entrega e inmolación que hace la chica por amor, pero hay que contar mejor el cierre trágico de Andersen”, asegura. En la ciudad de Copenhague se encuentra la mítica escultura de la sirenita, que recuerda que el amor no vale tanto como para perder la vida intentando alcanzarlo.
La leyenda de San Jorge: el héroe que también es heroína
El nombre de Jorge significa “campesino” y cuenta Duran que la existencia real del caballero heroico es muy dudosa, “aunque hay noticia de un mártir cristiano que murió en el año 303”. Le resulta curioso que se venere tanto en la religión cristiana como en la musulmana, donde se le cita en el Corán. Esta leyenda fue muy popular durante la Edad Media y una buena fuente de inspiración para pintores. “Sin duda la historia nace alrededor de las hogueras de quienes participaban en las cruzadas para conquistar Jerusalén”, asegura. La leyenda fue recopilada a finales del siglo XIII por Jacopo da Varazze. Cada 23 de abril tenemos a un reguero de caballeros que salvan a la princesa pero la misoginia no viene enlatada en la leyenda primigenia.
San Jorge no la salvó de morir en la boca del dragón. La ayudó a seguir viva, pero fue la bondad y la compasión de la princesa la que apaciguó el hambre de la bestia. Según la leyenda de Varazze, había una ciudad tan podrida de avaricia y egoísmo que de sus cloacas emergió un dragón. Los vecinos asustados acordaron con el rey ofrecerle todas las jovencitas, ya que eran las menos productivas, las que supuestamente menos valían. Cuando se las tragó a todas y le tocaba el turno a la princesa, el rey manifestó un rotundo rechazo, pero ella quiso ser exactamente igual que las demás, así que emprendió rumbo al estómago del dragón.
En el camino, la princesa se encontró al caballero Jorge y ella le imploró que marchara rápido porque su vida estaba en peligro. Jorge se dio cuenta de su inmenso corazón y decidió ayudarla. Le arrojó la lanza y el dragón cayó herido, pero fue la princesa quien le amarró con su cinta de pelo y, como si fuera un perro manso, lo llevó a rastras hasta la ciudad. El dragón fue domesticado gracias a los buenos sentimientos de ella. Jorge se despidió y los ciudadanos prometieron abandonar la maldad que alimentaba la monstruosidad de la bestia. Cambia drásticamente el papel de ella: de esperar a ser salvada, a ser tan fuerte de corazón que logra (con ayuda de Jorge, sí) amansar a la bestia.
En palabras de Soledad Puértolas: “Los cuentos tienen vocación de enseñarnos a vivir. Las virtudes de la prudencia, la paciencia, la templanza, la diligencia, la justicia o la lealtad son altamente recomendables. Pero la vocación didáctica no eclipsa nunca la de crear un mundo con sentido propio, la de ser, en suma, un buen cuento”. La princesa y san Jorge pudieron remar juntos y apaciguar a la bestia, y la sirenita puso su vida en juego por amor, y fue el amor romántico quien la mató. Entretener, divertir y extraer moralejas, he ahí porqué siguen funcionando los cuentos.