Soy madre de un niño de dos años y una niña de pocos meses que se han criado con lactancia mixta. Les he dado teta y biberón al mismo tiempo, unas temporadas con más teta, otras con más bibe. Y no ha pasado nada. No han soltado la teta, no han rechazado la tetina de goma. No ha sido ningún drama. Al revés, para mí ha supuesto una liberación.
Me encanta estar con mis bebés pero también me gusta estar sola, tener cierta independencia para trabajar, hacer ejercicio o no hacer nada. Para hacer lo primero necesito tener lo segundo: cuidarme a mí misma para poder cuidar bien. Por eso para mí la lactancia mixta ofrece las ventajas de los dos tipos de alimentación: la conexión con el bebé, las defensas compartidas y la naturalidad de la lactancia materna; la comodidad, la seguridad y la independencia que ofrece la leche de fórmula.
Mi elección ha generado críticas de todo tipo en nuestro entorno. Igual que con otros temas relacionados con la maternidad y la crianza, parece que todo es opinable, incluso cuando no has pedido opinión. Con mi primer hijo me preocupaba más. Asistía a un grupo de crianza y, la primera vez que saqué un biberón de la mochila mientras todas las demás sacaban la teta, me quise morir de vergüenza. El fantasma de la malamadre rondando mi cabeza. Me repetía a mí misma lo que había escuchado en los cursos de preparación al parto, en la matrona, en la pediatra: “Insiste siempre con la teta, aunque te retuerzas de dolor con una mastitis”. También lo que había leído sobre maternidades feministas: “La industria de la leche artificial nos manipula para que compremos fórmula”; “Dar la teta es revolucionario”. Me sentía juzgada y presionada para hacer una u otra cosa.
En una ocasión, una mujer de mi entorno familiar se permitió la doble crítica, que ilustra muy bien la situación que estoy contando. El bebé era muy demandante, por lo que las tomas eran larguísimas y se juntaban unas con otras. “Hija mía, ¿tanta teta? ¡Si no hace ni media hora que estaba mamando! Deberías darle un biberón…”, opinó, muy prudente. A los pocos días volvimos a coincidir, y en esa ocasión estaba dándole un biberón. “Vaya, has empezado a darle biberones. Con lo buena que es la teta… ¿Es que no tenías leche?”.
Con mi segunda hija he descubierto que la experiencia es un grado. Ahora ya no me peleo con nadie y me importan muy poco las opiniones no pedidas. A la mínima que veo sobrevolar una crítica destructiva, la esquivo como puedo: miento sin ningún rubor, o más bien no cuento toda la verdad. A la matrona, que es muy defensora de la lactancia materna y siempre me pregunta, le cuento que la niña solamente toma pecho, sí, y que funciona fenomenal. Y a la mínima que veo venir a alguien que va a criticar la teta, digo que a mí me va fenomenal con los bibes. No es hipocresía. Es economía de esfuerzos con quien no quiere entenderte sino juzgarte. Bastante duros son los primeros días (meses) de crianza como para tener que soportar también ese tipo de presiones.
Sabemos que la Organización Mundial de la Salud recomienda mantener la lactancia materna en exclusiva durante los seis primeros meses. Pero sabemos también que no siempre se dan las condiciones para sostener una práctica que requiere tiempo y dedicación y que no siempre funciona. Por eso, afortunadamente, existen otras opciones de alimentación del bebé. Pero no siempre se habla de ellas. Cada vez que he hablado del tema con otras madres, me piden consejo sobre cómo hacerlo, porque nadie les ha explicado que existe esta opción. Hay quien defiende a muerte la lactancia materna y quien solamente elegiría leche de fórmula. Como si la crianza (y la vida) fuese cosa de blancos y negros, cuando en realidad existe toda una escala de grises por el medio. Hay tantas opciones como mamás y bebés.
En mi experiencia, dar solo el pecho es agotador, estresante; en ocasiones ha supuesto una esclavitud, he sentido que solo servía para eso y que tenía que hacerlo a tiempo completo. No me gusta la sensación de que mis hijos dependan exclusivamente de mí, me agobia la demanda constante de un bebé recién nacido. Me siento mucho más tranquila sabiendo que su papá (u otro cuidador) los pueden alimentar y cuidar si yo no estoy. Además, soy poco abnegada: no estoy dispuesta a pasar ni una crisis de lactancia más, con horas y horas de llanto, desvelo y sufrimiento para mí y para la criatura. Sé que hay muchas mujeres que lo vivimos así, y no por eso somos menos madres. Esto no niega la experiencia de otras, que la viven con tranquilidad, consiguen disfrutar de ello. Y que reciben muchas veces otro tipo de presiones.
Las distintas opciones no deberían dar lugar a juicios o culpabilidades, ni en un sentido ni en otro. Si solo das teta a tu bebé y te funciona, bien. Si das teta y biberón, bien también. Si solamente das biberón, estupendo. La mejor lactancia es la que cada una de nosotras queramos. La elegida, la que nos hace sentirnos bien a nosotras y a nuestro bebé.