El lunes 24 de abril, Fernando Simón volvió a aparecer en los medios explicando su opinión sobre la finalización del uso obligatorio de mascarillas en los últimos reductos que aún quedan en España. Sobre este aspecto, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias cree que “muy pronto” dejarán de ser obligatorias en farmacias y “pronto” en centros sanitarios y sociosanitarios.
En ese sentido, Simón apeló a la responsabilidad: “Que los profesionales, los trabajadores, las visitas, entiendan que si están enfermos, si tienen un catarro, si tienen una gripe, si van a trabajar, tienen que garantizar que no van a evitar infectar a otros. Y eso se consigue con el uso de la mascarilla. Yo creo que si conseguimos mantener esa cultura bien, esa cultura de proteger a los demás, yo creo que todo esto se va a poder cambiar pronto y que la obligatoriedad de las mascarillas se eliminará pronto”.
Hasta la irrupción de la pandemia, la utilización de las mascarillas había sido algo testimonial en nuestro país. Pacientes inmunodeprimidos y asiáticos con enfermedades infecciosas respiratorias o con alergia al polen eran de las pocas personas que se podían ver públicamente con los tapabocas sobre la cara. El uso de estos elementos para disminuir la transmisión de agentes patógenos respiratorios se veía con desconfianza, cuando no como algo pintoresco o estrafalario. Sin embargo, con la abrupta llegada del SARS-CoV-2, tuvimos que acostumbrarnos a su uso y normalizarlo en la vida diaria, adaptándonos a lo que la ley exigía en cada momento.
Ahora, más de tres años después del inicio de la pandemia de COVID-19, se vislumbra el fin del uso obligatorio de las mascarillas en cualquier lugar en España. Un paso simbólico hacia el fin de una crisis sanitaria cuyos coletazos seguimos sufriendo de diversas formas. Sin embargo, cuando la ley deje definitivamente de imponer la utilización de tapabocas, ¿la responsabilidad colectiva y la empatía hacia los demás ocuparán su lugar?
Si nos atenemos a lo que hemos visto este pasado otoño e invierno, en el que la COVID-19, gripe, los resfriados y otras enfermedades infecciosas respiratorias han vuelto a hacer de las suyas, no parece que tengamos muchas razones para ser optimistas. En el transporte público y otros lugares donde se da aglomeración de personas hemos vuelto a ver a no pocos individuos tosiendo y estornudando, con claros signos de padecer infecciones respiratorias, sin mascarilla por ningún lado. En cambio, las pocas personas que seguían empleando los tapabocas al estar enfermas, aunque no fueran obligatorias, pasaban ser vistas de nuevo como “bichos raros” o con desconfianza por parte de algunos.
Sería una verdadera lástima que la cultura de la mascarilla, que establecimos durante la pandemia, se perdiera en nuestra sociedad de forma definitiva cuando la ley deje en nuestras propias manos la elección de usarla o no. Si algo bueno podría sacarse de una crisis sanitaria, que ha provocado tanto sufrimiento y muertes, sería la integración permanente en nuestra sociedad del uso de la mascarilla cuando tengamos una infección respiratoria. Las epidemias de gripe, resfriados, COVID-19 y otras enfermedades respiratorias, que provocan la saturación de los servicios sanitarios cada año, podrían atenuarse si todos pusiéramos nuestro granito de arena en no contagiar a los demás. Además, multitud de personas se ahorrarían de infectarse y enfermar y las personas más vulnerables (ancianos y afectados por diversas enfermedades) tendrían un riesgo menor de morir por esta causa.
Más allá del uso de mascarillas, se tendría que haber normalizado también el hecho de no acudir al trabajo, siempre que sea posible, o teletrabajar desde casa cuando tenemos una infección respiratoria. Un hábito que se hace en numerosos países desde hace muchos años. Por otro lado, debería ser costumbre no enviar a los niños a la escuela si padecen alguna gripe u otra enfermedad respiratoria, pues este colectivo es un propagador nato de patógenos respiratorios.
La guinda del pastel sería no acudir a urgencias cuando estamos sufriendo estas dolencias, de forma leve, tanto para evitar contagiar a los demás que se encuentren allí como para no contribuir a la saturación de los servicios sanitarios. Sobre esta cuestión, las bajas y justificantes de ausencias deberían tramitarse online (como se hace en algunos países para los primeros días de enfermedad), en lugar de tener que ir al médico para un trámite que entorpece la atención de personas que realmente necesitan a un sanitario y no a un burócrata.
Puede que ya no estemos inmersos en medio de una crisis sanitaria que ha segado la vida de innumerables personas, pero nuestra responsabilidad colectiva sigue siendo esencial para contribuir a salvar vidas humanas cada año. Pequeños gestos, como llevar la mascarilla cuando suframos una infección respiratoria, realizados por todos, puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte de los más vulnerables. Nunca lo olvidemos.