Alexandria Ocasio-Cortez y las mujeres que no se callan

27 de julio de 2020 22:26 h

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¿Hola? ¿Hablo con la policía? Me gustaría denunciar un asesinato: este jueves, el diputado republicano Ted Yoho ha sido elegantemente aniquilado por Alexandria Ocasio-Cortez, popularmente conocida como AOC, desde su escaño en el Congreso. En menos de 10 minutos, la diputada neoyorquina dejó en evidencia a Yoho como el palurdo que es y pronunció una mordaz denuncia del machismo estructural. Si todavía no han visto el discurso completo, esta es su oportunidad de asistir a una clase magistral sobre cómo reaccionar a la misoginia.

Un poco de contexto: este lunes Yoho se enfrentó a AOC en las escaleras del Capitolio de EEUU y llamó a la congresista “repugnante” por hablar de la relación que hay entre pobreza y crimen. Cuando se alejaban uno del otro, Yoho llamó a Ocasio-Cortez “maldita perra”. Aunque ha insistido en que nunca dijo eso, un periodista lo escuchó.

El miércoles, Yoho pidió perdón en el Congreso por la brusquedad de su conversación con su “colega de Nueva York” (ni siquiera tuvo la cortesía de referirse por su nombre a Ocasio-Cortez) y dijo que las palabras que se le atribuían habían sido malinterpretadas. También dijo que llevaba “45 años de casado” y que tenía dos hijas, por lo que era muy consciente de las palabras que usaba. Ya sabemos que un hombre casado y con hijas no puede ser machista. Miren si no a Harvey Weinstein y a Brett Kavanaugh. ¡O a Donald Trump!

Algunos medios calificaron al burlón discurso de Yoho como una “disculpa” pero claramente no se trataba de eso sino de una afirmación de poder que repite un patrón conocido. Primero, el intento de negar lo evidente insistiendo en que había sido “malinterpretado”. Luego, la justificación santurrona: “No puedo disculparme por mi pasión”, dijo con una sonrisa en la cara. ‘¿Qué me van a hacer?’ es lo que, entre líneas, quería decir con su pequeño discurso.

Como dijo el jueves Ocasio-Cortez, en un primer momento había descartado reaccionar. El martes tuiteó irónicamente “las perras consiguen que se hagan las cosas” y ya estaba lista para pasar a otra cosa. De alguna forma, cuando se es mujer es posible acostumbrarse a la deshumanización, perder la sensibilidad ante ese tipo de comportamientos. No denuncias los casos de acoso o de maltrato porque nadie te va a tomar en serio. Ignoras al tipo que te grita obscenidades en la calle porque temes por tu seguridad personal. Ignoras los comentarios machistas que hace un colega del trabajo porque te preocupa tu seguridad laboral. Es una de las características más perversas del patriarcado: te deja sin la posibilidad de luchar, hace que lo dejes pasar.

Pero Ocasio-Cortez decidió que no iba a dejarlo pasar cuando escuchó a Yoho pronunciar su antidisculpa. Como dijo la diputada en su discurso, ha escuchado cosas como las que le dijo Yoho un millón de veces. “No es nuevo y ese es el problema, este asunto no es un incidente aislado, es cultural, una cultura... que acepta la violencia y el lenguaje violento contra las mujeres, y toda una estructura de poder que lo apoya”. AOC siguió con su crítica a Yoho por haber usado a sus hijas como escudo. “Yo también soy la hija de alguien”, dijo.

La potencia del discurso de Ocasio-Cortez no reside sólo en su contenido. También en la forma en que lo pronunció, con una rabia cuidadosamente controlada que todas las mujeres conocen bien. “No puedo pedir perdón por mi pasión”, había dicho Yoho. Es cierto, Yoho es un hombre y por eso no necesita hacerlo. Como Brett Kavanaugh, que después de su rabieta frente al comité judicial del Senado recibió elogios de Donald Trump Junior precisamente por el “tono” que había empleado. A hombres como Kavanaugh y Yoho no les quita puntos demostrar su “pasión” ni mostrar emociones. A las mujeres sí. Si muestras demasiada emoción te has vuelto “histérica”, “loca”, o una “mujer desagradable”. Por eso se aprende a controlar la rabia y modular la emoción. Así es como se aprende a pedir disculpas por la pasión.

Pero no importa lo mesurada o razonable que seas: nunca es suficiente. Un artículo del periódico estadounidense The New York Times sobre el discurso de Ocasio-Cortez señalaba cínicamente que la congresista “destaca por su capacidad de usar a sus críticos como una forma de amplificar su propia marca política”. En lugar de cuestionar las normas culturales que permiten a hombres como Yoho menospreciar impunemente a las mujeres, el artículo calificaba a Ocasio-Cortez como una oportunista alborotadora. Una mujer defendiendo su dignidad es reducida a alguien que “construye su marca”. El artículo es la muestra perfecta de lo que decía Ocasio-Cortez cuando hablaba de “toda una estructura de poder” detrás de las acciones de Yoho.

Esa estructura de poder, hay que decirlo, tiene que ver con el género tanto como con la raza. Para los hombres como Yoho sólo hay algo más irritante que una mujer sin miedo a decir la verdad y es una mujer sin miedo a decir la verdad que además tiene la temeridad de no ser blanca. “No puedo pedir perdón por mi pasión o por amar a mi Dios, a mi familia y a mi país”, dijo Yoho en el Congreso. Lo no dicho por Yoho estaba claro: las mujeres como Ocasio-Cortez no pertenecen a “su” país. Ocasio-Cortez también se refirió a eso durante su discurso, un sentimiento que dice escuchar mucho: “El año pasado el presidente de los Estados Unidos me dijo que me fuera a casa a otro país, con la implicación de que ni siquiera pertenezco a EEUU”.

Adivinen una cosa: Ocasio-Cortez no se va a ninguna parte. Representa el futuro de Estados Unidos: las mujeres que se niegan a que las manden a callar, las mujeres que se niegan a quedarse en el lugar que supuestamente les corresponde y las mujeres que se niegan a pedir disculpas por su pasión.

Traducido por Francisco de Zárate