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Jóvenes sobradamente machacados

24 de febrero de 2021 22:53 h

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Si vive en Barcelona es probable que sepa de algún joven que estos días ha salido a la calle a protestar. También conocerá a otros que no lo han hecho. Hay pisos compartidos en que algunos han decidido participar en las manifestaciones y otros no. O que estuvieron el primer día y no han vuelto. Todos tienen sus motivos para tomar una u otra decisión y todas las decisiones deberían ser respetables. No existe una organización ni estrategia y eso es algo que condena estas protestas al previsible desfallecimiento. 

Unos defienden que no tienen nada que perder y pese a que sea un argumento muy cuestionable afirman que la violencia es un instrumento para hacerse escuchar. Los hay que siendo una minoría son los que más se hacen notar, se mueven en entornos radicales y para ellos el motivo de la protesta es lo de menos. Otros consideran que las imágenes que se han visto estos días no les benefician porque se pone el foco en el vandalismo y no en sus reivindicaciones. En plural, porque esto no va solo de reclamar la libertad de expresión a raíz del encarcelamiento de Pablo Hasél. Lo que tienen en común todos ellos es que forman parte de un colectivo que hemos convertido en estadísticas vergonzantes. La primera y más evidente es la tasa de paro, que alcanza el 41% entre los jóvenes entre 15 y 24 años. La media de los países de la OCDE en esta franja es del 14%.  

Antes estaban mal y ahora peor. La Organización Internacional del Trabajo ha advertido de que la crisis provocada por la pandemia creará “más obstáculos” para los jóvenes en el mercado laboral. “Para quienes buscan un empleo, todo apunta a que la falta de puestos vacantes conducirá a unas transiciones más largas de la escuela al trabajo, mientras que los trabajadores más jóvenes corren el riesgo de perder sus empleos ante la ola actual de despidos y el colapso de las empresas, incluidas las nuevas empresas”, advierte la OIT. Nuestros padres calculaban la antigüedad; nuestros hijos, la precariedad.

Esa inestabilidad laboral, agravada por la pandemia, explica también que la tasa de emancipación juvenil haya registrado el mayor descenso en tres décadas. Imposible alquilar y ya no te digo comprar. Un joven asalariado en España tendría que haber reservado más de la mitad de su salario neto individual, el 56,4%, solamente para hacer frente al importe de la hipoteca. Eso es la media. Ahora imagínense que busca el piso en ciudades como Barcelona, Madrid o San Sebastián. En Catalunya, el pago teórico del alquiler habría supuesto el 119,6% del salario individual y el 68,5% para la cuota hipotecaria. Según los datos del Observatorio de Emancipación Juvenil, en el primer semestre del 2020 solo tres de cada diez españoles de entre 30 y 34 años residían en una vivienda independiente.

Así que, con estas cifras, explíquenle a un joven (y de paso a muchos adultos que no están mucho mejor) que no hay que intervenir en el mercado para poner límites a los abusos en los precios de los alquileres porque es mejor “promover” que “imponer”, según verbos utilizados por el ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana y secretario de organización del PSOE, José Luis Ábalos. En Catalunya se aprobó a finales del 2020 una ley para limitar los alquileres abusivos pero el futuro de la norma pende ahora de la decisión del Tribunal Constitucional porque el PP la recurrió. El PSC, Ciudadanos y los cuatro diputados del PDeCAT también la rechazaron en el Parlament aunque en el caso de los socialistas el argumento en ese momento fue que existía una vulneración de competencias. Que esta ley por sí sola no solucionará el problema es evidente. Hay que exigir que se apueste de una vez por un parque de vivienda social. Las entidades del tercer sector insisten en que la lucha contra la pobreza también pasa por disponer techos dignos.   

Con esta radiografía lo que se espera de los gobernantes no es que den palmaditas en la espalda a los jóvenes. Una hipócrita comprensión en el mejor de los casos puesto que también hemos constatado de nuevo que hay responsables políticos que han mirado hacia otro lado cuando se han producido actos vandálicos. Ya pasó con las protestas contra la sentencia del procés. Son los mismos que deciden su estrategia pensando más en Twitter que en el mundo real y que contribuyen a que los niveles de tolerancia a la violencia sean como mínimo sorprendentes cuando no muy preocupantes. No pasa solo con algunos políticos pero preocupa especialmente en su caso. Tampoco se entiende que otros, tras regañarlos, sigan con sus debates de salón como si aquí no pasase nada. 

Lo que se espera es que gobiernen pensando también en los jóvenes, los que se manifiestan y los que no, con medidas que pasan por diseñar un mercado laboral distinto que de entrada busque cómo poner freno a unas tasas de temporalidad inasumibles, que impulsen políticas de vivienda que reviertan datos tan vergonzantes como que la media europea cuadriplique el porcentaje actual de vivienda social (en España es menos de una por cada 100 habitantes) o que aborde de cara la lacra que supone el abandono escolar (es la tasa más alta de la Unión Europea).     

En este país es fácil convertirte en jurista, epidemiólogo o experto en dispositivos policiales. Solo necesitas estar en las redes o disponer de un altavoz mediático. Ahora bien, no se permite dudar, tampoco introducir matices. O estás a favor o en contra, pero ni se te ocurra decir que rechazas la entrada en prisión de un rapero, que te escandalizan más los millones en Suiza del rey emérito que las canciones de Hasél y que reivindicas la prohibición de los proyectiles de 'foam' pero que con la misma firmeza te indignan las imágenes del saqueo en locales del centro de Barcelona, las pedradas al Palau de la Música o la conducta de algunos manifestantes en las protestas. Todo a la vez no puede ser, te insisten los que se declaran revolucionarios desde el sofá o los que quieren que nada cambie.

Gritar más no otorga más razón y muchos silencios de estos días responden al temor a ser atacado por haber cometido el aguerrido ejercicio de matizar. El resto solo son más votos para la extrema derecha, como se ha comprobado en el resultado que Vox ha obtenido en muchos barrios metropolitanos en las recientes elecciones catalanas.