El achique de espacios es una estrategia futbolística por la que se persigue acortar al contrario el terreno posible para jugar, mediante una presión asfixiante y una defensa adelantada que especula con el fuera de juego. Todavía un barcelonista como yo recuerda esa final de Atenas del 94, en la que Capello aplastó al Dream Team de Cruyff de la forma más frustrante. Bien ejecutado, el rival acaba por desesperarse en esa maraña de presión agobiante, mientras sus intentos acaban por fenecer en el fuera de juego continuo de una defensa que se adelanta y se repliega con precisión castrense.
Aparte del fútbol hay otros escenarios donde se practica el achique de espacios. Sin ir más lejos, el terreno de juego político en España se ha ido reduciendo progresivamente en los últimos años. El listón de qué está bien o mal cada vez está más bajo, el margen de maniobra ideológico de lo que se define como “correcto” cada vez es más estrecho. Existe un extraño unanimismo en la opinión publicada/retransmitida de las principales cabeceras de opinión tradicionales, mientras que paradójicamente pretenden representar vertientes editoriales diferentes. Es verdad que alguno todavía reserva espacio para la opinión diversa entre sus firmas.
Cuando alguien plantea cierta heterodoxia, cuando el acorde que se interpreta suena extraño, inmediatamente la defensa se adelanta para dejar en fuera de juego al hereje. No es que éste sea un fenómeno nuevo, o que sea un caso exclusivamente español, pero lo que sí llama la atención es lo pequeño que se ha hecho últimamente el terreno de juego. También es cierto que el histrionismo con el que estéticamente interpreta alguna formación sus propuestas, ayuda a que la sociedad acepte con más naturalidad el reproche de lo políticamente correcto. Y ayuda, por cierto, también a enterrar algunas propuestas de fondo que acaban por pasar desapercibidas entre tanto ruido.
Una de las grandes victorias de la socialdemocracia fue que la derecha europea asumió el Estado de Bienestar como un valor común a preservar; lo han minorado, lo han minado donde han podido, pero nunca con la intención explicitada de hacerlo, porque hasta para sus votantes sería pecado mortal. La gran derrota ideológica de la socialdemocracia en estos últimos años es haber asumido estándares neoliberales como “lo normal”.
Una de las cosas que más me llamó la atención de lo que sucedió con la abstención del PSOE durante la investidura fue esa alusión a “los intereses de España”, ese concepto tan indeterminado y manido, que suele servir para que la derecha de este país arrime el ascua a su sardina.
Uno de los grandes “crímenes” que le imputaban a Pedro Sánchez –por cierto nunca confirmado por ninguna fuente oficial– fue que había pactado con Podemos y que junto con la abstención de los nacionalistas iba a ser presidente. Tamaña afrenta se perfeccionaba con una supuesta comisión negociadora, pactada con los independentistas para tratar el conflicto territorial abierto en Cataluña. Hay quien para añadirle más drama, referenciaba la información como procedente del CNI. Parece que esta “traición” justificaba una rápida intervención para salvar España. Pues bien, es difícil encontrar publicado sobre el tema algo diferente a discutir si esto era cierto o no, pero dando simplemente por maléfica la maniobra, sin más análisis sobre su bondad.
Y es curioso pensar cómo se pretende alternativamente solucionar el problema suscitado en Cataluña de una forma muy diferente a esa comisión bilateral; de hecho, hoy día, el problema amenaza con volver a desbocarse. Por otra parte, se puede derrotar al Gobierno del PP en el Congreso con los votos de los independentistas y/o Podemos, pero no llegar a la presidencia con una operación semejante. Se puede apelar a una “legislatura del diálogo” con el PP en La Moncloa, pero no alternativamente con el PSOE, aunque la propiedad conmutativa funcione independientemente del orden de los sumandos.
Lo importante era poner delante “los intereses de España”. Como decía Azaña: “El patriotismo no es un código de doctrina; el patriotismo es una disposición del ánimo que nos impulsa, como quien cumple un deber, a sacrificarnos en aras del bien común; pero ningún problema político tiene escrita su solución en el código del patriotismo”.
Hablando de más cosas, durante estos días se ha lanzado una ofensiva sobre la idoneidad de la candidatura única en el PSOE. Se argumenta que así se cerrarían las heridas y se conseguiría la unidad. Todo eso, como si lo que ha ocurrido en el PSOE no proviniera de diferencias de concepción política muy profundas. Se hace además negativizando la participación de la militancia en esta y otras decisiones capitales, destilando un aroma aristocrático que los más bondadosos conectarían con Platón y los menos, a fuentes menos honrosas. Ya puestos, para evitarnos líos con la turbamulta, dejemos indefinidamente a la gestora; camino lleva.
Otra de las verdades inconmovibles de este país es que Pedro Sánchez no se puede presentar a las primarias del PSOE. Todos los días tenemos alguna declaración de algún venerable que le califica como “pasado” (tengo entendido que eso en psicología se llama proyección), algún editorial que dice que “divide” (eso de votar no hace más que dividir), o algún psoeólogo que dice que “está acabado y solo” (que ya es afán insistir tanto con alguien que está tan acabado). La línea de defensa está que echa humo de tanto provocar fueras de juego.
Y digo yo…¿no hemos echado cientos de años como humanidad, para llegar a la conclusión de que las profundas diferencias de criterio en democracia se solucionan votando, de acuerdo a las normas establecidas? Menos achique de espacios, que acabaremos por ser más los que no cabemos que los que sí.