Llega el día mundial del consumismo, el Black Friday o viernes negro, con una sencilla promesa bajo el brazo: dinamizar el consumo y generar riqueza. ¿Pero no fue el exceso de consumo y la cultura del despilfarro lo que justamente nos llevó a la crisis? ¿Cómo podrá ser ahora su medicina? Y sobre todo, ¿cómo pretende ser la medicina de la crisis medioambiental que se nos avecina?
Hace décadas que la publicidad utiliza de forma normalizada eslóganes como “Porque yo lo valgo” o “Don’t imitate, innovate” y apunta abiertamente al ego del consumidor como método. Hace décadas que, en vez de prometer el acceso a la clase media, el consumo se va presentando como la llave para su salida, como una paradójica herramienta de diferenciación estandarizada. La publicidad se ha instaurado como el principal canal ideológico del consumismo y, al mismo tiempo, vertebra el ideal del crecimiento productivo ilimitado y la libertad de mercado como una fuente inagotable para la satisfacción plena de las necesidades. Su capacidad seductora termina por desmaterializar los objetos anunciados y transformarlos, simbólicamente, en un conjunto de atributos intangibles, espejo de aquellos anhelos y aspiraciones que interesan al mercado. Y, sin embargo, el modelo de sociedad que defiende es insostenible.
Los casi 3.000 millones de consumidores que conforman la clase media mundial esquilman el 80% de los recursos y, aprovechando las energías fósiles, han terminado por construir un sistema depredador que provoca el deshielo en los polos, contamina el aire de las ciudades y los ríos, y provoca graves conflictos sociales en países con recursos naturales. Y es que el reino del consumo low-cost, la tiranía del beneficio económico a corto plazo y la ambición de la clase empresarial no sólo han construido una amplia clase media consumidora pasiva, hedonista y acrítica, sino que también han puesto en jaque la viabilidad de su propia materia prima fundamental: el planeta Tierra.
A estas alturas ya tenemos todas las certezas de que el olvido interesado de los límites (los recursos naturales finitos o la capacidad del aire, el agua y la tierra para ser contaminados) y la obsesión ideológica por el crecimiento económico constante ni siquiera han posibilitado una sociedad más satisfecha consigo misma, sino más bien todo lo contrario: la sociedad que ha dispuesto de los recursos más abundantes y de las tecnologías más avanzadas se encuentra aprisionada, sin embargo, de una espiral consumista que nos hace infelices, competitivos con los demás, nos enfrenta al resto de los pueblos y pone en grave riesgo la subsistencia del entorno del que dependemos.
Entonces, ¿nos vamos de compra al Black Friday o lo dedicamos a buscar alternativas? Como respuesta al Black Friday, organizaciones y colectivos de distintos países proponen desde hace 24 años convertir esta jornada en un Día sin Compras, una celebración dedicada justamente a la búsqueda de alternativas. Pero más allá de esta huelga de consumo simbólica, ¿cómo deberían ser estas alternativas?
A pequeña escala, desde hace tiempo han ido surgiendo proyectos que ensayan una forma más sostenible de consumo. No se mueven por el ánimo de lucro, su margen de negocio no es muy grande, pero poco a poco están suponiendo alternativas viables a algunos paradigmas del comercio, la banca o la industria de la alimentación. El comercio justo ha conseguido popularizar criterios sociales en las condiciones laborales utilizadas a la hora de elaborar multitud de productos. La banca ética, sobre todo la que nace de iniciativas de ahorro popular, ha hecho posible pensar en una forma consecuente en la gestión del dinero. Los establecimientos de productos ecológicos, cuando son pequeñas tiendas de barrio que se abastecen de la producción ecológica más cercana, favorecen la distribución de la riqueza local, potencian la vida comunitaria y la producción agrícola y ganadera sostenible. Por desgracia, el mercado tradicional, con todos los beneficios sociales que proporcionaba para la comunidad, también ha pasado a ser una opción de compra “alternativa”, ante la competencia de grandes superficies, supermercados y tiendas de bajo coste.
Pero además, hay otros proyectos en marcha, de escala reducida, que funcionan como verdaderos espacios de ensayo de alternativas de consumo sostenible y socialmente responsable. El sitio web Ingenios de Producción Colectiva (IPC) de Ecologistas en Acción, una propuesta práctica con motivo del Día sin Compras, reúne en fichas prácticas una buena cantidad de estos proyectos, con el objetivo de difundirlos y animar a personas y colectivos a que los pongan en funcionamiento.
Cada uno de estos proyectos nace a partir de objetivos muy distintos, pero tienen en común su riqueza e imaginación a la hora de señalar posibles soluciones a los problemas que el actual modelo de consumo genera. Comparten profundas raíces en procesos colectivos, comunitarios o solidarios, y la cultura propositiva necesaria para que el cambio de modelo se haga efectivo.