Desde antes del 23J y en el período anterior a la rentrée, en el calor del verano y en el relativo descanso para muchos –pero no para todos–, hemos asistido a un guirigay de comentarios más o menos contradictorios de eminentes periodistas, expolíticos y algún que otro académico reclamando una “solución” al resultado de las últimas elecciones: a saber, la constitución de un gobierno PP-PSOE. Con cierta regularidad se apela al ejemplo de la República Federal de Alemania (RFA) con sus, se dice, habituales “grosse Koalitionen”.
Lejos de mi intención enmendar la plana a tan ilustres opinantes, pero me atrevo a afirmar que la sugerencia es un poco errada histórica y comparativamente. La recuperación de la democracia tuvo caminos muy diferentes.
Los países ocupados por las potencias nazi-fascistas fueron liberados por una acción cooperativa entre las potencias democráticas occidentales, la URSS y sus propias fuerzas. En grados diversos, con caracteres no siempre similares, tal cooperación existió. Nada similar ocurrió en España.
La que en 1945 se dio entre las grandes potencias tropezó con dificultades políticas y estratégicas. No fue un capricho de Churchill el que tan pronto como se divisó el hundimiento del Tercer Reich ordenara, en el máximo secreto, la preparación de planes de cara a examinar las posibilidades de enfrentarse con la URSS. Incluso apelando a las aguerridas unidades de la vencida Wehrmacht nazi.
El ensueño churchilliano se revitalizó de otra manera ante un adversario común. ¿Qué pasó en la RFA? Después de interesantes discusiones sobre si el futuro régimen democrático sería o no continuación del Estado alemán, la Ley Fundamental de 1949 (Grundgesetz) zanjó el problema en la segunda dirección. Incluyó un artículo –el 131– sobre los funcionarios públicos. Preveía el examen de su situación jurídica de cara al futuro.
Se lidió con el pasado dictatorial (muchas leyes y disposiciones del mismo pasaron al olvido, muchas otras no). El idolatrado Konrad Adenauer, primer jefe de Gobierno, eludió formar coaliciones con los socialdemócratas, a pesar de que estos habían sido perseguidos (como también los comunistas) a sangre y fuego durante el Tercer Reich.
Hubo ciertamente coaliciones, pero con partidos de derechas, algunos de cuyos miembros tenían un pasado bastante pardo, por no decir muy pardo. Ahora también sabemos que, además, Adenauer se sirvió vilmente de los resortes del naciente Estado democrático para espiar a los socialdemócratas de mala manera con fines de política interna.
El BND (Bundesnachrichtendienst, servicio de inteligencia exterior, trufado de viejos nazis) colaboró gustoso en una acción profundamente anticonstitucional contra el adversario político de casa. Era “rojo” y no estaba contaminado por la colaboración con el Tercer Reich. Tales actuaciones quizá no sean conocidas de muchos lectores. Aprovecho, pues, para recomendar una obra, por el momento solo en alemán, del profesor Klaus-Dietmar Henke. Para dar envidia a nuestros políticos recordaré aquí que los historiadores alemanes han tenido la posibilidad y los medios para describir la organización y evolución del BND en la friolera de catorce gruesos volúmenes, con sus derivas de política interna. En nuestros lares todavía no se conocen todos los entresijos del 23-F.
En la RFA, después de ciertas dificultades político-administrativas, también se ha examinado con evidencia primaria relevante de época (es decir, documentos, papeles) la continuada permanencia de un inmenso porcentaje de jueces y fiscales de pasado pardo, aunque no necesariamente en sus mismos puestos (Die Akte Rosenburg. Das Bundesministerium der Justiz und die NS-Zeit). La ha publicado el Ministerio Federal de Justicia.
Naturalmente, sería interesante que los españoles pudieran leer en castellano algo equivalente. Según el profesor Glicerio Sánchez Recio, “bichitos” desconocidos han atacado y se han “comido” la documentación relevante. ¿No convendría conocer los curricula franquistas de muchos de los juristas que pasaron raudos cuales centellas de la dictadura a la democracia sin que se les tocara un pelo?
En la RFA, las primeras grandes coaliciones no ampliaron las bases de lo que aquí denominamos memoria histórica o memoria democrática. La multitud de exnazis que siguieron en la Administración, la política, las fuerzas armadas y los servicios de seguridad fue enorme. Se aprobaron dos leyes de amnistía. Ya pueden suponer los amables lectores que no se destinaron a favor de los oponentes a la aberrante dictadura nacional-socialista sino a una multitud de sus servidores.
La reacción en contra adquirió velocidad de crucero tras 1968, cuando por fin el partido socialdemócrata contribuyó a la responsabilidad de gobierno. En los años setenta una nueva generación empezó a enfrentarse con el pasado de sus padres y de sus abuelos. Desde entonces la historiografía ha puesto los focos sobre lo ocurrido en los años treinta y cuarenta con un despliegue de medios y de apoyos públicos que en España ni siquiera es posible soñar. ¿Ha servido para algo? En las partes que constituyeron la RFA antes de la absorción de la oriental la respuesta es positiva, en particular en la enseñanza reglada. Tengo la impresión de que el equivalente de sus contenidos levantaría oleadas de indignación en los partidos de derechas en España.
Hoy el crecimiento de un partido ultraderechista (AfD) permite pensar si en los últimos veinticinco años se ha hecho lo suficiente para enfrentar a los ex alemanes orientales con su propio pasado. Pero, a diferencia del caso español, todavía en la CDU hay resistencias duras a una aproximación a tal ultraderecha. Aquí el PP ha abrazado cariñosamente a Vox y ambos se presentan como las fuerzas que desean configurar el futuro conjuntamente.
¿Moraleja? Cada país se enfrenta con su historia como puede (o como le dejan). Nuestras derechas no tienen demasiada credibilidad cuando siguen afirmando que los partidos de centro izquierda y de izquierda deban llegar a un acuerdo con quienes se han sentido poco estimulados a levantar mucho más la manta sobre un pasado tenebroso. Son los sucesores de una tradición historiográfica corrupta en sus mismos fundamentos y que los historiadores (más jóvenes que servidor en la mayoría) hemos empleado mucho tiempo en tratar de poner al descubierto.
Dicho lo que antecede, reconozco que el caso italiano, que conozco peor, merecería un tratamiento especial. Dado que el asalto a la República española se hizo con el apoyo previo –y siempre negado– de la Italia fascista, quizá fuese oportuno traducir el libro de David Broder 'Mussolini´s Grandchildren'. Al Ministerio de Justicia le invito a que allegue algunos miles de euros para publicar en castellano 'Die Akte Rosenburg'. Los historiadores y periodistas españoles que no comulgan con ruedas de molino lo agradecerán.