Timoteo Mendieta fue uno de los 150.000 condenados a la pena de muerte por “auxilio a la rebelión”, según consta en la sentencia del proceso sumarísimo al que fue sometido por los vencedores, desleales al régimen de la República Española. Timoteo fue fusilado el día 15 de noviembre de 1939, dejó viuda y siete hijos.
Avisada de su inminente fusilamiento, su esposa María Ibarra se dirige a la cárcel de Guadalajara; cuando llega, Timoteo ya había sido ejecutado y su cuerpo volcado en una fosa común. No logró despedirse de él. A María le fue devuelta una lata donde se encontraban las fotografías de los siete hijos del matrimonio.
No se conformaron con inhumarle en una fosa común, no. Para engrandecer la ignominia levantaron un muro que impidió el acceso a las fosas durante cuarenta años, negando así el derecho de los familiares de las víctimas a venerar a sus seres queridos.
El día 20 de noviembre de 1975 muere el dictador Francisco Franco; habían transcurrido treinta y seis años desde el asesinato de Timoteo.
Fruto del proceso en el que se acordaba denegar el derecho a la justicia a las miles de víctimas de la dictadura franquista, unos cuantos personajes, exentos de legitimidad para la toma de decisiones en nombre de los ciudadanos de nuestro país, deciden y aprueban levantar otro muro, este de colosales dimensiones. Un gran muro, un muro que tuvo como objetivo primordial amparar los crímenes de la dictadura franquista bajo el paraguas de la impunidad. El muro fue inaugurado el día 15 de Octubre de 1977. Lo llamaron Ley de Amnistía, una Ley de Punto Final. ¡Qué poderoso, qué atrevido es el miedo!
Dicen, que dicen las leyes internacionales que los delitos de genocidio y/o lesa humanidad son imprescriptibles y que tales delitos permanecen y se perpetúan en el tiempo. Dicen, que dicen las leyes, que no sólo existen formas en las que el crimen de genocidio es atribuible al Estado; dicen, igualmente, que hay leyes que dicen que existe responsabilidad penal individual, y de Organizaciones y Estados que permiten estos crímenes, violando el derecho internacional. ¡Eso dicen, que dicen las leyes!
No es hasta el año 1979 cuando en el cementerio de Guadalajara se procede a derribar el muro que ocultaba y silenciaba la tragedia acontecida en los años de represión que siguieron al final de la contienda. Conocedoras del acontecimiento, María Ibarra y varias de sus hijas se desplazan hasta Guadalajara reclamando la exhumación del cuerpo de su esposo y padre para darle digna sepultura. Pese a haber transcurrido cuarenta años, la ley no tutela su derecho y con empeño y tesón sólo consiguen colocar una lápida que recuerda, según la información recabada, que los restos de Timoteo Mendieta se habían inhumado en la fosa nº 2 del patio cuatro del cementerio civil de Guadalajara. Junto a junto él, se encontrarían los restos de veinte hombres y una mujer, también fusilados.
En el mes de noviembre de 2013, el día 29, Ascensión Mendieta Ibarra, mi madre, cumplió ochenta y ocho años en un avión que la llevó a declarar en la querella que en 2010 varias víctimas habían interpuesto contra los crímenes del franquismo, admitida a trámite en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Fruto de la incansable lucha de numerosas víctimas como Ascensión y la ayuda desinteresada de ciudadanos y profesionales, juntos todos ellos, el día 19 de enero de 2016 se procede a la exhumación de los restos de la fosa número 2 del patio cuatro del cementerio de Guadalajara. Hoy sabemos que los restos de Timoteo no están en esa fosa. Hace sólo unos días que conté a mi madre toda la verdad: “Mamá”, le dije,“tu padre no está en esa fosa exhumada” y la conminé a fortalecer su voluntad para sobrevivir a la localización de los restos de su padre. Mi madre, tras reflexionar unos minutos me dijo: “Fui yo quien les abrió la puerta de nuestra casa cuando vinieron a por mi padre”.
Hace cinco años que el gobierno de turno decide que había que construir un muro nuevo y lo hace dejando sin dotación presupuestaria la partida destinada por Ley a la exhumación de las miles de fosas que, todavía hoy, existen en nuestro país.
El pasado día 29 de noviembre de 2016, Ascensión Mendieta Ibarra, mi madre, ha cumplido noventa y un años; hace setenta y siete años que fusilaron a su padre y pese al tiempo transcurrido desde entonces, la voluntad para recuperar sus restos permanece inalterable. Parece como si la apisonadora que viene vulnerando desde hace décadas los Derechos Fundamentales de nuestras víctimas no pasara por ella.
¡Timoteo Mendieta amó mucho, mucho, mucho, mucho! Amó a su esposa María, a sus siete hijos, a su familia; amó a los ciudadanos del mundo; amó y trabajó por la justicia, por la igualdad, por la fidelidad a la República y, justo por esto, le quitaron la vida. Timoteo Mendieta era un hombre bueno; su hija, Ascensión Mendieta, mi madre, es una buena mujer y merece descansar en paz aunque sólo sea, como ella pide, “con un hueso de mi padre”.
A TODAS LAS VÍCTIMAS.