Un análisis de las elecciones al Parlamento europeo

Tras una década de crisis, las elecciones al Parlamento Europeo (PE) constituyen una suerte de veredicto de las y los europeos sobre el proyecto supranacional que se inició hace más de 60 años. Y el veredicto, dentro de la complejidad de 28 países, ha resultado ser más bien positivo para la capacidad de ese proyecto de dar respuesta a los desafíos que solo pueden ser abordados solventemente  desde una perspectiva superior al Estado nación, y que son el legado de la Gran Recesión. Esos grandes retos, no perceptibles al finalizar el siglo pasado, son, al menos, los siguientes : la transición a una economía descarbonizada; la necesaria armonización fiscal ante las megacorporaciones tecnológicas; el fortalecimiento del Estado de Bienestar; la lucha contra la desigualdad, que ha debilitado a las clases medias; la supervivencia de la Unión como actor global entre la pinza que forman EEUU y China; y la emergencia de partidos nacionalistas y populistas de tendencias eurófobas y xenófobas en casi todos los países que integran la Unión Europea.

En el análisis siguiente vamos a referirnos a varios enfoques sobre las recientes elecciones, que corroboran el diagnóstico positivo que, a nuestro juicio, se desprende de las mismas.

Participación

- Después de que la participación en las elecciones al PE hubiera  seguido desde su inicio una línea descendente, hasta un mínimo del 42,61% en 2014, por primera vez ha subido –más de 8 puntos–  alcanzando la mayor participación hasta ahora con un 50,97%. Esta es una excelente noticia que demuestra que a pesar de las crisis (económica, de refugiados), y de los intentos de desacreditar a la UE por parte de grupos y movimientos ultranacionalistas, el interés de los ciudadanos europeos por el proyecto común goza de buena salud. No obstante, conviene matizar que parte de esta –relativamente– buena participación se debe a circunstancias coyunturales, como la coincidencia en Bélgica con las elecciones generales o en España con municipales y autonómicas. Por otra parte, hay enormes diferencias de participación entre unos países y otros, desde el 88,47% en Bélgica al 22,74% de Eslovaquia. Hay 15 Estados miembros de los 28 en los que la participación ha quedado por debajo del 50%. En general, se observa una diferencia de participación clara entre el Este y el Oeste. De los países del este incluidos en las ampliaciones a partir de 2004, solo en Lituania se ha superado el 50% de participación, mientras que en seis de ellos no ha llegado a un tercio de los posibles votantes. Esto sigue siendo preocupante y demuestra que en algunos de estos países, sin tradición democrática, la integración europea se ve más como un acuerdo económico que como un proyecto político. En conclusión, las cifras de participación en esta elección no son tan malas como se temía, pero están aún lejos de ser satisfactorias.

Resultados

- La primera conclusión que puede extraerse de los resultados es que el temor a una subida espectacular de los partidos antieuropeos, fundamentalmente de extrema derecha, que podría llegar a poner en peligro el proyecto europeo no se ha producido. Contando todos los miembros del Parlamento que se podrían considerar euroescépticos o eurohostiles, que cubrirían una extensa gama, desde los conservadores del partido polaco Ley y Justicia, partidarios de una UE débil y de la recuperación de competencias nacionales, hasta los neonazis del griego Aurora Dorada, sumarían en total 175, es decir un 23,3% del total. En 2014, los grupos parlamentarios en los que se situaban estos partidos: Conservadores y reformistas, Europa de la libertad y la democracia directa, y Europa de naciones y libertad (que probablemente ahora sean remodelados) sumaban 155 escaños, es decir 20 menos, ha habido un aumento de poco más del 10%. Y eso contando con los 29 escaños del Partido del Brexit, que son claramente coyunturales y previsiblemente abandonarán pronto el PE. Además, estos partidos están muy alejados entre sí en muchos casos, la colaboración entre todos ellos es impensable e incluso tendrán dificultades para constituir grupos parlamentarios coherentes. Hacen honor a su naturaleza; son nacionalistas y, por tanto, incapaces de establecer alianzas de suficiente dimensión internacional.

Los partidos favorables a la integración europea sumarían al menos 543 escaños (probablemente contarían además con una mayoría de los no inscritos) es decir, un 72,3%. El peligro de un bloqueo antieuropeo del PE es prácticamente inexistente

- Los dos partidos tradicionalmente mayoritarios en el PE, EPP y S&D, han caído significativamente desde 2014, los populares de 216 a 178 (-38) y los socialdemócratas de 185 a 153 (-32). Si entre ambos sumaban una mayoría holgada en el anterior PE (53,5%), en el actual quedan muy lejos de alcanzarla (44%), y para obtenerla necesitarán un tercer partido que podrían ser preferentemente los liberales, 105 (+36), o los verdes, 69 (+17) aunque con estos sería más difícil por la incompatibilidad entre ciertos partidos integrados en este grupo y algunos del EPP. Por eso ha surgido la idea de una alternativa progresista, defendida primero por Macron y luego por Timmermans, que llevaría a este último a la Presidencia de la CE con el apoyo de socialdemócratas, liberales y verdes. El problema es que este tripartito solo suma 327 escaños, y para investir al presidente de la CE –si el resto de grupos vota en contra, lo que sería bastante probable– necesitaría no solo los votos de la izquierda radical (38) que ya sería difícil por su incompatibilidad con algunos liberales, sino diez más de los no adscritos (o 20 abstenciones), lo que parece extremadamente complicado. Pero esto no quiere decir que no deba intentarse, pues sería una buena solución para la UE y sobre todo para el futuro de los europeos.

- En cualquier caso, la suma de los partidos progresistas, si incluimos como tales a los socialdemócratas, liberales y verdes –incluso dejando fuera a la izquierda radical– suman mucho más (327) que los populares (178) aun en el caso de que estos tuvieran el apoyo de los Conservadores y Reformistas, o de parte de ellos. Los grandes partidos deben ponerse de acuerdo en las políticas más importantes o de mayor impacto, porque sin el apoyo de los Estados miembros no son posibles, pero estas políticas no pueden ser ajenas al mandato de los electores expresado en las urnas, y ese mandato –como dicen las cifras– es progresista y ecologista. El voto progresista está pidiendo a la UE políticas sociales, más allá del rigor economicista, más igualdad y más preocupación por las personas, mientras que el aumento de peso de los partidos verdes indica la preocupación por políticas medioambientales que frenen el cambio climático y preserven la naturaleza. El control del capitalismo financiero internacional y de la elusión fiscal de las grandes corporaciones ha de ser una tarea prioritaria. Además, como decíamos anteriormente, hay que afrontar la cuestión migratoria y hacer frente inexcusablemente al reto tecnológico, porque el retraso europeo en este campo es muy preocupante. El nuevo PE no puede ser continuista y tendrá que abordar reformas importantes, y también el debate del camino hacia el federalismo que será la solución definitiva para los problemas de cohesión y funcionamiento de la UE.

Puestos de responsabilidad

- Los Jefes de Estado y de Gobierno se han comprometido a tener resuelto en junio el nombramiento de todos los cargos de responsabilidad de la UE que deben renovarse: Presidencia de la Comisión Europea (CE), del PE, del Consejo Europeo, Alto Representante para la Política Exterior y de Defensa y Banco Central Europeo (BCE). El más político de todos ellos es el de la presidencia de la CE. En el año 2014 se instituyó por primera vez el sistema de cabezas de lista (Spitzenkandidaten) para visibilizar ante los votantes europeos la importancia de su voto a la hora de decidir quién presidiría la Comisión. Se suponía que el cabeza de la lista más votada sería el propuesto por el Consejo Europeo, que es el que tiene la prerrogativa de proponer al candidato, según los Tratados, aunque luego debe ser aprobado por el PE. Y así fue en 2014 con Jean-Claude Juncker, a pesar de algunas reticencias. Ahora ha surgido en algunos Jefes de Estado y de Gobierno, principalmente en el presidente Macron, una fuerte resistencia a aceptar este sistema que les priva de su independencia a la hora de proponer un candidato y por ende de su capacidad de negociación, y es posible que en este caso el candidato propuesto no sea uno de los cabezas de lista. Esto supone un retroceso a favor del intergubernamentalismo, y priva a los electores europeos –ya poco inclinados a interesarse por la política europea– de uno de los símbolos más visibles de su soberanía compartida: la posibilidad de elegir, aunque fuera de forma indirecta, al Presidente del teórico Gobierno de la Unión, aparte de relegar al PE. Los Jefes de Estado y de Gobierno deberían condicionar su propuesta al resultado electoral, como insinúan los Tratados, y mantener el sistema de cabezas de lista, siempre naturalmente que tengan el respaldo del PE, que es imprescindible.

- En cuanto al resto de los cargos, será necesario –como se viene haciendo– buscar un equilibrio tanto político como territorial y de género. En este sentido, la candidatura de la liberal danesa Margrethe Verstager para presidir la Comisión puede tener muchas posibilidades, así como la de Merkel para presidir el Consejo Europeo. Ambas tienen experiencia, capacidad y peso político para ocupar esos puestos, aunque en contra de la primera juega el que su país no esté integrado en la zona euro. Por otra parte, habrá que prestar especial atención al nombramiento del Presidente del BCE pues es un puesto que puede ser esencial en la estabilidad económica y monetaria futura de la zona euro y de su política puede depender en gran manera el bienestar de muchos ciudadanos.

El papel de España

- El PSOE será, con 20 diputados, el primer partido del grupo S&D en el PE, algo que no había ocurrido nunca. Este hecho le da un papel protagonista que puede y debe ser usado para que nuestro país asuma los puestos de responsabilidad que le corresponden por su peso y de los que ha estado en muchas ocasiones ausente, tanto en el propio PE (presidencias de Comisiones, por ejemplo, o incluso una presidencia alternada del propio PE), como en la propia CE en la que habría que optar al menos a una Vicepresidencia, sin olvidar en ningún caso el interés que tiene España en que el BCE mantenga una política favorable a los intereses de los países más endeudados.

- Además, España, debe jugar en el futuro un papel más importante que hasta ahora en el conjunto de las instituciones europeas, teniendo en cuenta el probable Brexit y la posición euroescéptica del Gobierno italiano (reforzada por el triunfo de la Liga en las elecciones europeas), que puede permitir a nuestro país ser el socio preferente de Alemania y Francia en la toma de decisiones e incluso en los debates previos a ellas. La posición política interna del Gobierno español, con un horizonte probable de cuatro años de estabilidad, puede contribuir en buena medida al refuerzo de este papel europeo.

Conclusión

Las elecciones europeas han sido razonablemente positivas en el contexto de salida de varias crisis superpuestas del que salimos. Tanto la participación, como el muy limitado auge de los partidos ultranacionalistas y antieuropeos dan impulso al proyecto común que muy probablemente sea conducido hábilmente por el nuevo PE surgido de las urnas. El resultado de esta cita electoral invita a ser moderadamente optimistas.

Fuente de los datos: https://election-results.eu/