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Antinmigración: el peligro de la contaminación por la extrema derecha

24 de enero de 2024 21:47 h

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No es sólo un grave problema que la extrema derecha avance o incluso gane, como Geert Wilders en Holanda, sino que sus postulados están contaminando al centroderecha, e incluso al centroizquierda, sin que estos se beneficien realmente de ello. Se puede observar en materias como la lucha contra el cambio climático, y, sobre todo, en la oposición a la inmigración, que para estos movimientos no se trata ya de frenar sino de revertir. Uno de sus líderes, el ideólogo austríaco Martin Sellner, ha acuñado con éxito el término de “remigración” para la política de devolver a los inmigrantes africanos u otros no blancos a sus países de origen, incluidos los nacionalizados o los de segunda y tercera generación. Vale para los subsaharianos, los magrebíes o los refugiados de las guerras del Levante y de Oriente. 

A pesar de que la baja natalidad obliga a los países más acomodados a pensar en más inmigración –controlada, sí–, el migratorio se ha convertido en uno de los temas centrales del actual panorama electoral en Europa, Estados Unidos y Canadá. No es algo nuevo. En los 90 en España, cuando empezó a aumentar la inmigración, las encuestas mostraban una preocupación en una franja de un 10% del electorado que atravesaba todos los partidos, incluso el PSOE. La cuestión está dividiendo a las sociedades europeas y a la propia Unión. Los movimientos de extrema derecha lo han entendido, radicalizando sus discursos y sus propuestas, y obligando a los demás a seguirles el paso para competir con ellos. “En Francia, en los Países Bajos, como en el resto de Europa, el centroderecha adopta los temas de la extrema derecha”, decía recientemente Cas Mudde. ¿Error de los centristas y liberales? Mudde remarcaba cómo en Holanda el primer ministro saliente, el liberal Mark Rutte, había hecho del control de la inmigración el eje de su campaña, dándole así una ventaja a Wilders, y, finalmente, perdiendo.

Fuera de la UE, en Reino Unido, el primer ministro conservador, Rishi Sunak, temeroso de perder votos por la extrema derecha, ha logrado aprobar en el Parlamento la ley que, entre otras medidas, permite la repatriación de inmigrantes y refugiados no aceptados a Ruanda. En la UE, los ejemplos empiezan a abundar, siendo el más evidente el de Giorgia Meloni en Italia. En Suecia, el primer ministro Ulf Kristersson, al frente de una coalición tutelada desde fuera por el partido antiinmigración Demócratas de Suecia, ha reconocido que la integración de inmigrantes y refugiados ha fracasado. 

En Francia, la situación se va complicando. Desde hace tiempo. François Hollande, presidente socialista entre 2012 y 2017, optó con su ministro de Interior y posterior primer ministro Manuel Valls por la mano dura. Y los socialistas perdieron. Mientras que Marine Le Pen y su Rassemblement National (Agrupación Nacional, antes Frente Nacional) han ido ganando terreno y podrían convertirse en la opción más votada en las elecciones de junio próximo al Parlamento Europeo, una campaña que, si las cosas siguen como están, estará marcada por este tema en toda la UE. Podría aumentar las opciones de Le Pen, que ha seguido una estrategia de “desdiabolización” de ella y su movimiento, de cara a las elecciones presidenciales francesas de 2027, mientras Macron, que no puede volver a presentarse a un tercer mandato, hace un giro del centro liberal hacia la derecha. El ministro del Interior desde 2020, Gérald Darmanin, hizo suyo el término ensauvagement (deriva salvaje), que antes había usado Le Pen tomándolo del escritor libertario-conservador Laurent Obertone. La dura Ley de Inmigración, recién aprobada por decreto presidencial, sin debate ni votación en el Parlamento, y la entrada en el derecho francés del principio de la “preferencia nacional”, van en este sentido. Sin embargo, Le Pen, que se arropa en el nacionalismo identitario, hábil perceptora de la opinión pública, en las últimas elecciones, sin renunciar a nada, centró su campaña en el pouvoir d’achat, la capacidad adquisitiva de unos ciudadanos preocupados por el impacto de la inflación.

Una reciente pequeña reunión supuestamente secreta en Berlín de Martin Sellner con algunos dirigentes y benefactores de la AfD (Alianza por Alemania), que ha sacado a la luz el medio Correctiv, ha disparado importantes manifestaciones en Alemania. Sellner es muy hábil en las redes sociales, y ha prendido el término racista que acuñó de “remigración”, la expulsión de inmigrantes que cometen delitos o se niegan a integrarse, incluso si han adquirido la nacionalidad alemana o lo son de segunda o tercera generación. Lejos de una idea liberal de ciudadanía, con un rechazo completo al multiculturalismo. Pero el jefe de filas del Partido Popular Europeo (PPE), el alemán Manfred Weber, lleva tiempo propugnando un cierto entendimiento con esa extrema derecha.

Muchos, demasiados, contaminados. Habría numerosos ejemplos. Limitémonos a dos en España. No es nuevo que, ante elecciones locales o autonómicas, Junts, como antes Convergència, saque a pasear este santo de la antiinmigración. Más ahora con el caso de Ripoll, donde ganó la formación independentista, ultra, identitaria e islamófoba Aliança Catalana. ¿Qué haría Junts con la “gestión integral” de la inmigración que pretende? En Madrid, la presidenta Díaz Ayuso atiza el fuego con acusaciones infundadas contra inmigrantes irregulares del centro de acogida en Alcalá de Henares. La dirección del PP la apoya. Se han contaminado.

La inmigración preocupa a una parte importante de la ciudadanía, y divide a los países y a las sociedades en Europa. No es un asunto menor. Paradójicamente cuando en muchas sociedades europeas se requiere inmigración ante la caída de la natalidad. Sin inmigración, según la Comisión Europea, la población de la UE habría disminuido en 500.000 personas en 2019, antes de la pandemia del Covid-19. Con esta se frenó, aunque ha vuelto a aumentar en 2023. Pero en 2021, si 2,26 millones de personas inmigraron a la UE desde otro continente, 2,5 millones emigraron. 

Lo que quieren los ciudadanos europeos es que sus gobiernos les demuestren que controlan la situación, ante una presión creciente desde el Sur –la frontera más desigual del mundo– y del Levante. Los instrumentos de la UE son insuficientes. Su nuevo pacto de inmigración, por el que los Estados miembros comparten las llegadas de inmigrantes irregulares y de refugiados ya se está viendo saboteado por algunos países.

En Estados Unidos, la actual Administración demócrata no solo no ha desmantelado el muro que impulsó Trump con México, sino que el presidente Biden, en un giro político, anunció en octubre pasado que retomaría la construcción de 20 millas, y ha aumentado los controles, endureciéndolos. Era la vicepresidenta Kamala Harris, que supuestamente repetirá el ticket demócrata con Biden para las elecciones de noviembre, la encargada del tema, pero fracasó. Este puede ser un tema central de la campaña. Una victoria de Trump envalentonará a la extrema derecha en Europa en este y otros terrenos.

La cuestión de la contaminación tiene mucho que ver con la transformación del panorama mediático vivido en los últimos años, y que está cambiando aún más con la simbiosis de las nuevas redes sociales y la inteligencia artificial generativa. En EEUU, Trump vuelve a contar con la Fox, además de sus propias plataformas. En Francia, la cadena CNews, la Fox francesa, que apoyó la candidatura del ultraderechista Eric Zemmour en las presidenciales, es impulsada por Vicent Bolloré, que no esconde su cercanía a Le Pen. Es el presidente del gigante de la comunicación Vivendi, al que el Gobierno español ha autorizado a aumentar su participación en PRISA entre el 10,9% y el 15% del capital por la conversión de las obligaciones suscritas. Cuidado. La extrema derecha no esconde que debe hacerse más presentable y ganar la batalla cultural como condición para la victoria política. Para ello, necesita derechizar el debate. Conceptos como la remigración, la teoría del gran desplazamiento y otros lo están consiguiendo. Están marcando el terreno. Salvo en Alemania, y veremos por cuánto tiempo, la política del “cordón sanitario” está haciendo aguas. Reaccionar no significa ignorar el tema, sino ofrecer alternativas decentes e inteligentes. Y no dejarse contaminar, en esta y otras cuestiones.