En los últimos tiempos están proliferando Asambleas Ciudadanas deliberativas elegidas por sorteo, un instrumento basado en los orígenes de la democracia real. Intentan dar respuesta a la manifiesta insuficiencia del actual sistema político para resolver problemas que requieren una visión a medio-largo plazo o para superar las presiones de importantes lobbies económicos.
Si hay un claro ejemplo de esta incapacidad es el de la crisis climática y ecológica. Desde la década de los 70 los poderes políticos y económicos tienen la evidencia de que el modelo actual de desarrollo económico conduce a un desastre global. En las siguientes décadas se han escrito ríos de tinta sobre el tema y se han realizado múltiples cumbres o procesos. Y el resultado de todo ello es que, pese a las recomendaciones científicas, en vez de reducirse, desde 1990 las emisiones de gases de efecto invernadero han aumentado en un 60%. Y los Acuerdos de París de 2015, que ningún estado está cumpliendo, ya están desfasados según la propia ONU, es decir, que su cumplimiento sería insuficiente para evitar un aumento desastroso de la temperatura global. En otras palabras: las instituciones políticas se muestran pertinazmente incapaces de estar a la altura y a la velocidad de los acontecimientos climáticos.
En palabras de Arantxa Mendiharat (co-autora de La democracia es posible. Sorteo cívico y deliberaciones para rescatar el poder de la ciudadanía) “…el sistema de partidos tiene sus periodos electorales que hacen muy difícil afrontar decisiones de muy largo plazo o cuestiones que supongan replantear de manera tan radical nuestra manera de vivir, de producir, de consumir… ”.
Es por eso que Extinction Rebellion incluyó desde sus inicios como una de sus tres demandas centrales la constitución de las Asambleas Ciudadanas, para romper la dinámica de impotencia política y adoptar las medidas necesarias.
Cuando Gregoire Fraty fue convocado en 2019 a la Convention Citoyenne pour le Climat -Asamblea Ciudadana Climática- que se organizó en Francia, él no sabía nada sobre la emergencia climática ni sobre participación ciudadana. Sencillamente, fue elegido por sorteo para participar en la primera Asamblea Climática realizada en Europa, junto a otras 149 personas a partir de una edad de 16 años, para configurar una muestra representativa de la población francesa según criterios de género, edad, territorio, profesión y nivel socioeconómico.
Gregoire Fraty aceptó, por civismo y por el futuro de su hija de tres años. En su libro recién publicado, Moi, citoyen (Yo, ciudadano), relata esa experiencia de participación que le ha cambiado la vida.
Durante la primera sesión en octubre 2019 escuchó la presentación científica detallada de la magnitud real de la crisis ambiental. También escuchó el dramático balance de la inacción pública y que los efectos serán devastadores para ésta y las próximas generaciones. Al salir de esta primera sesión, Gregoire Fraty, como otras muchas personas integrantes de la asamblea, tuvo una crisis de ansiedad: “algunos se pusieron a llorar y todos estuvimos en estado de shock”.
En junio de 2020, tras nueve meses de intenso trabajo en plena pandemia, la asamblea ciudadana había reaccionado con fuerza colectiva para superar el choque inicial: presentó al gobierno un informe de 146 propuestas.
¿Asamblea Ciudadana por el Clima o simulacro digital?
Las oleadas de desobediencia civil no violenta movilizadas por Extinction Rebellion en el Reino Unido y la presión conjunta de grupos sociales y ecologistas en Francia, lograron que en 2020 se establecieran Asambleas Climáticas en Inglaterra, Francia y, a partir de noviembre hasta la fecha, en Escocia.
En enero de 2020, el gobierno español, siguiendo los pasos de países de nuestro entorno, hacía una declaración de emergencia climática, junto a un programa de acciones, entre ellas la presentación de una Ley del Clima -actualmente en tramitación parlamentaria- y el anuncio de la convocatoria de una Asamblea Ciudadana por el Clima. A diferencia de Francia, Reino Unido y Escocia, donde las restricciones por la pandemia del COVID no fueron obstáculo, el gobierno español se escudó en ellas para no llevar a cabo su convocatoria durante el 2020.
Según consta en los presupuestos de este año y según mensajes recientes, todo indica que en breve se presentará. Nos parece paradójico de entrada que la convocatoria pueda ser posterior a la aprobación de la Ley del Clima, al contrario de lo ocurrido en Francia, donde se hizo en orden inverso, justamente con la previsión de recoger las propuestas en la ley. Una Ley del Clima española que parece que se aprobará con unos objetivos de reducción de emisiones absolutamente insuficientes y que incumplirán de manera flagrante lo marcado por la UE.
Además, parece que se organizaría de manera virtual mientras que todos los órganos de nuestra democracia representativa se reúnen presencialmente cumpliendo con las reglas sanitarias.
Basándonos en las recientes experiencias europeas, presentamos aquí lo que consideramos fundamentos mínimos para que esta Asamblea Ciudadana por el Clima sea realmente un instrumento que merezca tal nombre.
El objetivo concreto de la asamblea
El Parlamento Europeo propuso en septiembre pasado una reducción de emisiones de efecto invernadero en un 60% -respecto a los niveles 1990- en 2030. Posteriormente, en diciembre, el Consejo Europeo - con el voto favorable del gobierno español- dejó en un 55% este objetivo de reducción de las emisiones. Creemos que ambos objetivos se quedan cortos, si queremos realmente mantenernos por debajo de 1,5 grados de aumento de la temperatura global. Sin embargo, los objetivos marcados por las instituciones europeas son los mínimos que debería recoger la pregunta que se encomiende a la Asamblea Ciudadana.
También nos parece clave que, junto a unos objetivos de reducción de emisiones adecuados, la pregunta incluya, como se hizo en el caso francés, la necesidad de que las propuestas se hagan con una visión que garantice la justicia social.
Cualquier pregunta que baje de estos mínimos o que se formule en términos ambiguos, supondría un brindis al sol. No se puede convocar una Asamblea Ciudadana por el Clima a bombo y platillo y encargarle como tarea que sea cómplice del incumplimiento de los mínimos compromisos ya adquiridos por el propio gobierno.
Un compromiso político vinculante: deliberar para actuar
Éste es un punto clave y estos días ya han empezado a oírse voces desde la ortodoxia jurídica y constitucional aduciendo que la Asamblea Ciudadana por el Clima no es una institución reconocida en nuestro ordenamiento político y que, por lo tanto, no cabe tal carácter vinculante. Pero el fondo de la cuestión no es éste, sino si existe voluntad política de poner la acción de gobierno y el respaldo parlamentario al servicio de las propuestas que surjan de la ciudadanía informada. En caso afirmativo, haría falta un compromiso o “contrato” con la Asamblea y con la ciudadanía de todo el país, claramente explicitado, con los procedimientos y canales institucionales que pueden llevarse a cabo para implementar las diferentes propuestas.
Sin ese fuerte compromiso democrático, la Asamblea se convertiría en un órgano consultivo más como otros tantísimos, en los que las administraciones escuchan atentamente a la ciudadanía para luego seguir haciendo lo mismo de siempre.
Garantizar y difundir la deliberación ciudadana
El Comité o grupo de personas encargadas de la gestión de todo el proceso -en cuyos detalles no nos extenderemos aquí- también tiene una importancia obvia, por lo que se requeriría una composición que asegure su independencia, así como una presencia equilibrada y transparente.
El número de sesiones y la duración de la asamblea deben ser los necesarios para que personas que no son especialistas en la materia puedan recibir un número suficiente de aportaciones de personas expertas y tener un proceso adecuado de deliberación y selección de propuestas. En el caso de la asamblea inglesa, por ejemplo, fue manifiestamente insuficiente. En este sentido, creemos que la presencialidad también aumentaría la calidad del proceso.
En la composición de las personas que compondrán la asamblea también habría que incluir la representación proporcional de algunos colectivos que no forman parte de nuestro censo electoral, como jóvenes entre 16 y 18 años o ciudadanía residente sin nacionalidad española.
Se debe asegurar el vínculo entre la asamblea y el resto de la ciudadanía, haciendo públicas las sesiones y estableciendo instrumentos de difusión e interacción entre ambas. En este aspecto nos parece mucho mejor la experiencia francesa, que con un órgano de comunicación autónomo y eficaz logró una amplia recepción pública: un sondeo realizado reportó que 7 de cada 10 personas conocían y habían oído hablar de sus conclusiones y 3 de cada 5 consideraban que la Convención estaba legitimada para hacer propuestas en nombre de la ciudadanía francesa.
España ha batido este año su récord de desconfianza política: un 49,5 % de la población considera que partidos y políticos “son el principal problema que existe actualmente en España”, justo después del desempleo. La convocatoria de estas asambleas por parte de un número creciente de gobiernos supone un reconocimiento implícito de la insuficiencia e incapacidad del sistema político actual. La asamblea francesa ha servido además para extender a toda la ciudadanía y a los medios el debate sobre la emergencia climática y ha puesto en la agenda política y mediática temas como el delito de ecocidio o los tratados de comercio e inversión.
Pero ya no hay tiempo para “victorias morales” y “consultas”: la participación ciudadana es decisiva para acabar con décadas de inacción y profundos bloqueos institucionales. De hecho, debemos reducir las emisiones y la economía fósil en un 8% cada año de esta década. En este sentido, Extinction Rebellion no podrá avalar una asamblea que sea un mero simulacro participativo y, de no darse las mínimas condiciones en la propuesta que presente próximamente el gobierno, seguirá vigente nuestra tercera demanda de una Asamblea Ciudadana sobre la justicia climática y ecológica.
Porque no estamos hablando de negociar unas reivindicaciones ecologistas, estamos hablando de cómo evitar el fin de la habitabilidad del único planeta que tenemos. Después de más de cuatro décadas de pertinaz y consciente inacción de los poderes políticos y económicos, la y la destrucción de biodiversidad y la transformación climática ya están en curso y el margen de negociación con ellas es mínimo y no admite más simulacros.