Este fin de semana nos despertamos estupefactas con un artículo de la Directora del Instituto de la Mujer del Gobierno de España que señalaba la existencia de un “feminismo contrario a los derechos de las personas trans”. Esa aseveración que, por supuesto, es falsa, se enmarca en las estrategias de silenciamiento de opiniones, reflexiones y debates que, en todo el mundo, están poniendo en cuestión la existencia del “sexo” como una categoría biológica y jurídica.
La afirmación de Gimeno viene a embarrar porque el feminismo no está cuestionando derechos de las personas transexuales, lo que pretende es un debate social que permita conocer las consecuencias de imponer algunas normas basadas en las teorías queer que implican el BORRADO DE LAS MUJERES.
Ni una sola feminista que yo conozca es contraria a la igualdad de derechos. Ese exceso verbal de la señora Gimeno solo busca protegerse preventivamente de quienes ponen en evidencia a una izquierda que se ha enfangado en los postulados posmodernos de las identidades, para confrontar con el feminismo político.
El debate pivota sobre la oposición del feminismo a varios Proyectos de Ley que introducen la negación del sexo como categoría jurídica y el intento de sustituirlo jurídica y administrativamente por una categoría cultural cambiante a la que llamamos “género”.
Para poner pie a tierra, tenemos que explicar y mostrar de manera concreta las realidades que ya conocemos tras la implantación en otros países de leyes que sustituyen, jurídica y administrativamente, el sexo de las personas eliminando la referencia biológica para sustentarlo en el “género” como algo identitario.
La categoría jurídica del “sexo” es un apunte registral de la genitalidad de los seres humanos al nacer. Se observa, es constable, describible e inapelable (incluida la intersexualidad). El sexo es una realidad que no atenta contra ningún derecho. Es el género, cuando construye la jerarquía sexual, lo que atenta contra los derechos de las mujeres.
Lo que se pretende acallar, a base de insultos, acosos y descréditos públicos, es la voz de las personas que están mostrando algunas de las consecuencias sociales que comporta dar categoría legal a un esencialismo de género que conlleve el negacionismo del sexo biológico.
Quien se acerque a la disputa a través de las redes sociales puede caer en el desconcierto y le costará comprender en qué se basan las indiscriminadas acusaciones de transfobia, a diestro y siniestro, hasta tal punto que llegan a consideran “transfóbico” explicar a las niñas que cuando llegan a la pubertad menstrúan.
¿Cómo es posible que esa afirmación sea motivo de controversia social? ¿Quién percibe las evidencias como amenazas? ¿Qué está pasando para que el feminismo se haya puesto en posición de alerta, a nivel global, ante el negacionismo queer que pretende incluso redefinir los paradigmas básicos de la ciencia?
¿Contra qué nuevo dogma establecido ha atentado Joanne Rowling, autora de la saga ‘Harry Potter’, para ser objeto de insultos, acoso, persecución y boicots disciplinarios? ¿Cuántos conocen el texto que supuestamente destila tanta “transfobia”?
¡Pues vamos a verlo! Los insultos, amenazas, llamadas al boicot e intentos de censurar a la obra de Joanne Rowling surgen tras haber publicado en su cuenta de Twitter un mensaje de apoyo a Maya Forstater una experta en fiscalidad que fue despedida del Centro para el Desarrollo Global por defender en su red social que el concepto “sexo” describe “un hecho biológico, no un sentimiento o una identidad”.
Las tres líneas de su tuit que la han llevado hasta la picota del odio tribal son las siguientes:
“Vístete como quieras. Llámate como quieras. Duerme con cualquier adulto que te consienta. Vive tu mejor vida en paz y seguridad. ¿Pero obligar a las mujeres a abandonar sus trabajos por afirmar que el sexo es real?”
Quienes han atacado este pronunciamiento a favor de la tolerancia buscan arrastrar a la sociedad a un reproche colectivo, irracional y estigmatizante contra quienes sostengan que el sexo es una categoría biológica constatable que no pone en peligro los derechos de nadie.
El sexo no define comportamiento, roles o aspectos. Es el “género”, como constructo cultural, el que interviene para determinar cuáles serán los roles que desempeñarán unos y otras y es el género el que opera para definir lo masculino o femenino. Lo hace construyendo estereotipos (sexistas) que remarquen bien las diferencias. No olvidemos que el sexismo incluso comercializa una estética que busca remarcar hasta la exageración las diferencias biológicas secundarias.
No es el sexo, es el sistema de “género” lo que crea la jerarquía sexual y socializa con dos repertorios separados para, de manera ilegítima, naturalizar que las mujeres del mundo tengan menos acceso a la educación, la salud o la representación y dificultar, o prohibir, su presencia en cualquier aspecto de la vida, cultural, deportiva, científica, etc,.
Por tanto, lo que combate el feminismo es al sistema de género y se pregunta: ¿cómo es posible que se pretenda su reconocimiento legal como identidad?, ¿qué consecuencias prácticas tendría?, ¿tiene la sociedad española derecho a exigir un debate público, pausado y profundo que permita conocer las consecuencias prácticas de eliminar el sexo como categoría jurídica para ser reemplazado por un concepto que representa la jerarquía y opresión que combate el feminismo?, ¿por qué ha surgido este debate de manera repentina y virulenta?
Si el caso de Joanne Rowling hubiese sido su primera toma de contacto con estas nuevas inquisiciones, debe saber que la cosa viene de lejos. La conocida en los círculos feministas como la ‘inqueersición’ ya había conseguido censurar y suspender, la representación de los ‘Monólogos de la Vagina’, icónica obra teatral de Eve Ensler basada en las mujeres y su relación con el sexo, la violación, la menstruación, la mutilación o la masturbación. ¿Por qué había que impedir la representación? Lo que alegan los promotores de la censura es que es una obra “que excluye a las mujeres que no tienen vagina”. A las personas transexuales que yo conozco esto les resulta tan marciano como a mí y no se sienten representadas en esas reivindicaciones ni en esos discursos.
El debate que algunos tratan de opacar a toda costa se centra en la oposición del feminismo a las propuestas legislativas que pretenden regular el subjetivismo y el esencialismo de género que coloca a lo queer en el mismo discurso que defiende la extrema derecha.
El debate ha irrumpido en la agenda política gracias a un movimiento feminista internacionalista que tomó conciencia de que no estábamos ante debates especulativos, sino ante Proposiciones de Ley y normativas que afectan gravemente a las mujeres y que en general estaban pasando desapercibidas en el debate público.
Valga de ejemplo práctico la decisión del COI que, tras ceder a intensas presiones aderezadas de falsas y atemorizantes acusaciones de transfobia, estableció en 2015 una normativa que autoriza la participación en las categorías deportivas femeninas de personas transgénero y varones autoidentificados como mujeres.
Existen diferencias anatómicas que producen una ventaja deportiva para los varones. Por eso hay categorías deportivas femeninas. El Ministerio de Defensa en su manual Conceptos y métodos para el entrenamiento físico indica que “las féminas entrenadas solo puedan alcanzar valores aproximados al 60% – 70% del nivel de fuerza del varón entrenado en las mismas condiciones” y cualquier médico puede certificar que reducir la testosterona no es suficiente para equiparar las condiciones en las competiciones ya que son ciertas las observaciones de Martina Navratilova sobre que “un hombre acumula, desde la infancia, mayor densidad muscular y ósea y un mayor número de glóbulos rojos que transportan oxígeno”.
A pesar de las quejas de las mujeres deportistas, el número de varones (autoidentificados como mujeres) que compiten profesionalmente va en aumento y su presencia en los pódiums es ya una seria amenaza para el deporte femenino.
Rachel McKinnon: batió el récord en sprint de 200 m, en la categoría femenina de 35 a 39 años. Al día siguiente ganó el Campeonato del Mundo de Ciclismo en Pista y en octubre de 2019 batió el récord de la contrarreloj.
Michelle Dumaresq: ganó el título nacional en Columbia Británica en 2006.
Hannah Mouncey: con 1,90 metros de altura y 100 kilos de peso, compite en la selección femenina de Australia.
Laurel Hubbard ganó el oro femenino en el campeonato internacional de Australia y en el Open de Melbourne. En 2019 ganó dos medallas de oro en los Juegos del Pacífico.
Cece Telfer: ganó el título nacional de Estados Unidos en 400 m vallas en 2019.
Maxine Blythin: Nombrada Jugadora del Año de las Mujeres de Kent en 2019.
Estos y otras decenas de casos han puesto en alerta a la coalición internacional de organizaciones de mujeres atletas que relaman al COI la suspensión de la política de autoidentificación de género en las competiciones deportivas.
Despreciar las diferencias entre los sexos en aras de una mal entendida inclusividad avoca a que las federaciones deportivas permitan ventajas injustas que desalientan el deporte femenino y que borraran las marcas deportivas, propias de las mujeres.
El generismo queer también dinamita las políticas de paridad entre los sexos.
El neosexismo que promueven estas teorías ha llevado a finiquitar la histórica conquista de Eleanor Roosevelt y la League of Women Voters que obligaba a que las candidaturas del Partido Demócrata estuviesen compuestas por personas de los dos sexos. Los Demócratas estadounidenses acaban de asumir las tesis del generismo queer presentadas por Emilia Decaudin, –primera trans-género del Comité Demócrata del Estado de Nueva York– y han fulminado el requisito de “equilibrio” entre los sexos, para sustituirlo por la representación de “géneros diferentes o no binarios”. El pasado 1 de julio de 2020, los Demócratas eligieron representantes aplicando ese criterio y el resultado ha sido que ninguna mujer representara a los Demócratas de NY.
También en México (2018) hubo de intervenir el Instituto Estatal Electoral y el de Participación Ciudadana del Estado de Oaxaca ante un evidente fraude en el registro de candidaturas que debían cumplir con la ley de paridad por sexo.
En Oaxaca, donde convive una ley para la paridad con la de autoidentificación del género, se permitió que 19 varones pertenecientes a cuatro partidos políticos diferentes se autoproclamasen mujeres sin otro requisito que manifestar de puño y letra su voluntad de ser registradas como tal. Esto fue denunciado por la comunidad muxe y puso en entredicho una norma que no da seguridad jurídica al concepto de “identidad sentida” ya que el sexo se puede certificar, pero el sentimiento no.
Pero volviendo con Emilia Decaudin. La resolución a través de la que consiguió acabar con la representación paritaria entre los sexos también incluye una cláusula para reemplazar todos los pronombres que permiten la identificación del sexo, como “él” o “ella”. Esta es otra característica de la doctrina queer que figura ya en todo tipo de guías y recomendaciones. Es el conocido como lenguaje inclusivo, que se contrapone al lenguaje no sexista y que propone la generalización del neutro que invisibiliza la existencia de la realidad sexuada. Cuando esto ocurre se borran las especificidades de las mujeres y la desigualdad que padecen, ya que como bien indica Raquel Rosario Sánchez, “elles” oprimen a “elles” invisibiliza a quien oprime y a quien es oprimida.
Pero el neolenguaje de las propuestas del generismo queer pretende cambios de mayor calado. En 2017 se registró la Proposición de Ley contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género y características sexuales, y de igualdad social de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales. Una ley con la que todas y todos esperábamos tener instrumentos contra la discriminación pero que también se dejó infiltrar por lo queer hasta tal extremo que en sus disposiciones finales proponía la modificación del Artículo 139 del Código Civil para sustituir la palabra “mujer” por “progenitor que figure como gestante” y eliminaba del mismo artículo la palabra “maternidad”.
No era una ocurrencia. El neolenguaje es una pieza angular de lo queer. Precisa modificar conceptualmente incluso las evidencias científicas. Y lo está haciendo. Lewis Carroll en Alicia a través del espejo, hace mantener a Humpty-Dumpty y Alicia la siguiente conversación:
–Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty-Dumpty con un tono burlón– significa precisamente lo que yo decido que signifique: ni más ni menos.
–El problema es –dijo Alicia– si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
–No. –dijo Humpty-Dumpty– El problema de verdad es quién manda aquí. Eso es todo.
Esta conversación reafirma el pensamiento Orwelliano de que “la palabra es el único vehículo de pensamiento del ser humano que, si se consigue influir y modificarlo a placer, puede guiar la conciencia de las personas, sus intereses y motivaciones”.
El generismo queer está inmerso hasta el cuello en esa estrategia y recurre a litigios estratégicos para ganar posiciones que aboquen a lo que el feminismo ya denomina “leyes de borrado de las mujeres”.
En Reino Unido el periodista Freddy McConnell, un transmasculino que retuvo sus órganos reproductores femeninos y dio a luz a un niño, demandó al Hospital que certificó su parto por registrarle como la “madre” del bebé. McConnell ha perdido en el Tribunal Superior la demanda y también la Corte de Apelaciones (abril de 2020) le recordó que en el derecho consuetudinario inglés quien da a luz debe ser descrito como madre en el certificado de nacimiento.
¿Y qué pasa con las estadísticas desagregadas por sexo?
La desaparición del concepto “sexo” como categoría jurídica implica la desaparición de “sexo” como categoría estadística y dificultará o imposibilitará tener datos desagregados que permitan medir la desigualdad. Sin datos desagregados por sexo, es casi imposible identificar las desigualdades reales y potenciales. En esta borrachera del todo vale, algunas Universidades están avalando y extendiendo la utilización sinonímica de “género” y “sexo” lo que a efectos estadísticos supone la inutilización del indicador estadístico que permite medir la desigualdad entre mujeres y hombres. En estadística, los indicadores han de ser reales y medibles. El sexo cumple el requisito, el género, no.
Distintas organizaciones nos alertan de que también se está produciendo una ficción estadística, cuando en los boletines sobre criminalidad se registra como mujeres a personas transgénero con genitalidad masculina que cometen delitos sexuales (o de otro tipo). Diferentes organizaciones de la sociedad civil trabajan en Reino Unido y EEUU para documentar los casos y medir su impacto como falsedad estadística.
Usar las leyes de transexualidad para introducir lo queer
España tiene una ley que permite rectificar la mención registral del sexo a personas mayores de edad que cumplan con dos requisitos:
1. Que exista diagnóstico de disforia de género (la OMS ha sustituido este concepto por el muy sexista “incongruencia de género”).
2. Que la persona haya sido tratada médicamente durante al menos dos años para acomodar sus características físicas a las correspondientes al sexo reclamado (no es exigible cirugía).
La acreditación de estas dos condiciones debe realizarse mediante informe de médico o psicólogo clínico que ha de certificar a su vez dos aspectos clave:
1. La estabilidad y persistencia de esta “disonancia de género”.
2. La ausencia de trastornos de personalidad que pudieran influir en la existencia de la disonancia.
La profesora de la Universidad de Granada Tasia Aránguez ha analizado la evolución de las propuestas legislativas en esta materia y ha definido tres fases que llevan al borrado de las mujeres en la legislación, la estadística y los espacios o actividades donde es necesario considerar las desventajas de las mujeres.
Fase 1: El reconocimiento en las leyes de la noción de “identidad de género”. Es decir, el reconocimiento del género como una identidad humana
Fase 2: La autoidentificación del sexo a través del reconocimiento de la “libre determinación de la identidad sexual”
Fase 3: El desaparición de la categoría legal “sexo”. Es el objetivo del generismo queer que considera al binarismo de sexo como un “constructo opresor”.
Según esta categorización, la ley española estaría en la Fase 1 y las reformas registradas en anteriores legislaturas y que han ido decayendo como consecuencia de las frecuentes convocatorias electorales, propondrían pasar a la Fase 2 lo que implica eliminar los requisitos citados que incluye la ley en vigor. Se trataría de eliminar las condiciones de diagnóstico, así como dejar “a demanda” los tratamientos hormonales o el apoyo psicológico.
Al eliminar los requisitos, (estos u otros), se elimina por defecto la necesidad de certificación pública para la modificación registral del sexo y de este modo, se da el paso a la conocida como “autoidentificación de género” un eufemismo que esconde que lo que se pasa a autoidentificar es el apunte registral del sexo.
No es ciencia ficción. México debate en las próximas semanas un texto legislativo que permite el borrado del apunte registral de la partida de nacimiento. Argentina en la avanzadilla del absurdo queer pretende “proteger a toda persona contra la asignación sexual compulsiva” y ya está registrada en la cámara de Diputados una proposición de ley cuyo primer artículo reclama “eliminar la categoría de ‘sexo’ de cualquier documento público o privado” y Holanda anunció que suprimirá la inscripción del sexo en los documentos de identidad a partir de 2024/2025.
Las personas que hayan llegado a este punto podrán comprobar que este es un debate que trasciende al de la transexualidad y que parece pertinente que el feminismo reclame conocer cuáles son las consecuencias de la sustitución jurídica del sexo como hecho concreto y verificable por algo subjetivo e imposible de comprobar.
La preocupación de que la desigualdad por razón de sexo se vuelva imposible de combatir desde el derecho no es una preocupación fóbica. Con leyes de autoidentificación que reconozcan que cualquiera puede ser una mujer se oculta la realidad de las mujeres, se pierde la operatividad de las leyes de igualdad entre mujeres y hombres y se llega exactamente a donde quiere Vox: negar las diferencias que reclaman atenciones diferenciadas. El ejemplo del deporte es suficientemente explicativo.
Rosa María Magda nos recuerda que la teoría feminista acepta que el sexo es lo biológico y el género lo cultural y combate por tanto lo segundo y remata: “lo queer va a invertir esa relación al pretender mostrar que el sexo es también un constructo cultural, elegible, transformable y teatralizable”.
La cuestión es que lo queer nos dice que la identidad se construye a gusto de cada uno a través de “la preformatividad” despreciando la evidencia de que “nuestra identidad es el conjunto de características sociales, corporales y subjetivas que nos caracterizan de manera real y simbólica de acuerdo con la vida vivida”, como bien indica Marcela Lagarde.
Una última cuestión (de momento) ¿Por qué la ministra de Igualdad del Reino Unido ha abierto una investigación?
El gobierno británico ha iniciado una investigación para entender las razones del aumento hasta de un 4.500% de niñas que fueron derivadas por médicos a lo que se conoce como “tratamiento de género”.
Fuente: Elaboración de la autora con datos de telegraph.co.uk
Los primeros datos indican que son fundamentalmente niñas quienes están siendo derivadas a las “clínicas de género”. Representan el 72% del total y el número de casos pasó de 40 anuales a 1.086 en menos de 8 años (ver tabla). El intenso debate social en Reino Unido ha implicado a toda la sociedad y recientemente se ha paralizado la tramitación de su Proyecto Ley de Reconocimiento de Género, lo que supone que mantienen la necesidad de certificación ya que tienen una ley similar a la española.
También el Consejo de Ética Médica de Suecia (SMER) está pidiendo precaución en el tratamiento médico en jóvenes con “disforia de género repentina”, ya que estadísticamente es atípico que sean las mujeres púberes quienes representan el 82% de los casos.
Desde la Unidad de Transexualidad e Identidad de Género del Hospital de Málaga reclaman prudencia y nos recuerdan que con el desarrollo y la pubertad, los problemas de identidad sexual desaparecen siendo solo el 15% de quien inicia esos procesos los que derivan en casos de transexualidad. Este tema reclama por si solo un extenso artículo, pero es preciso que no olvidemos que somos las mujeres quienes en la niñez y la pubertad manifestamos más rechazo a las limitaciones de los roles de género y también quienes vivimos transformaciones fisiológicas importantes que muchas veces son vividas con desconcierto.
No deberíamos confundir a las/os menores en edades críticas inundándoles con discursos que pretendan que la disconformidad con el género cursa con la disconformidad con el sexo. Disconformes con el género, incómodas en los roles de género estamos la mayoría de las mujeres y eso no implica incomodidad con nuestro sexo.
No ayuda mucho el recalcitrante sexismo de una OMS que acepta como signo y síntoma predictor de la disforia de género, para el caso de las chicas, la “resistencia a vestir ropa femenina y preferencia a usar la masculina” (sic) y en el de los chicos “un fuerte rechazo a los juguetes, juegos, actividades típicamente masculinos, así como una marcada evitación de los juegos violentos” (sic).
Hay muchas otras preguntas que hacerse, por ejemplo: con esos indicadores claramente sexistas, ¿de verdad vamos a poner al profesorado, (como indican diferentes protocolos de atención educativa), a efectuar según esos parámetros “la posible detección temprana de aquellas personas en educación infantil que puedan estar incursas en un proceso de manifestación de su identidad de género”?
Muchos profesoras/es feministas están alertando sobre la incursión en el sistema educativo de quienes pretenden catalogar los comportamientos no normativos de niños y niñas como sintomáticos de transexualidad o transgenerismo. Como decía la magnífica viñeta de Feminista Ilustrada, una niña jugando al fútbol no predice ni lesbianismo ni transexualidad, es solo una niña jugando al fútbol. Cuando manifestar lo evidente conlleva linchamientos y señalamientos públicos al más puro estilo batasuno algo no va bien, sobre todo si hay un silencio regodeante por parte de la Direccion General de Diversidad Sexual y LGTBI ante los ataques a parte del colectivo. Quienes como institución callan ponen manifiesto que manejan lo que a todos nos representa como si fuese un círculo de amiguetes.
El sexismo se combate, no se refuerza. La diversidad sexual y la transexualidad se respetan, no se fomentan (ni se dejan de fomentar). Oponerse a la eliminación del sexo como categoría jurídica no tiene su origen en ninguna fobia, sino en un sentido de la realidad que comparte el feminismo junto a una mayoría social que aún tiene pie en tierra y no dobla la rodilla seducido por el neoliberalismo posmoderno.
Un periodismo que censura estas reflexiones o desequilibra la presencia de unos u otros argumentos y permite que algunas/os redactores impongan el silencio o hagan residual una información de interés para la sociedad, no es periodismo.
Las reformas que se están proponiendo son de un calado social que obliga a los medios de comunicación a intermediar facilitando a la sociedad su derecho a ser informada sobre los impactos de las reformas que afectarán a sus vidas.
Un periodismo que se autocensura, que actúa de parte o cede miedosamente a las presiones de lo políticamente correcto, no es periodismo. Cuando las acusaciones de transfobia a las feministas pasan a significar ¡cállate!, quizás haya llegado el momento de que la prensa deje de enfocar como anecdótico el discurso amenazador que promueve la censura queer y se pregunte, honestamente, el porqué de los linchamientos a personas con trayectorias de un compromiso inapelable con los Derechos Humanos y la igualdad.
Chimamanda Adichie también está en el elenco de hostigadas. Las palabras de la autora del best seller Todos deberíamos ser feministas son las palabras del feminismo:
“La Diversidad no significa división. Porque podemos estar en contra de la violencia que sufren las mujeres trans mientras somos conscientes de las diferencias. Porque deberíamos ser capaces de ver las diferencias mientras nos apoyamos. Porque no tenemos que insistir, en nombre de la complicidad, que todo es lo mismo. Porque el riesgo que corremos es el de reducir el género a algo único y esencialista”.
Si se busca silenciar la reflexión y negar los debates y la palabra a quien demuestra que algunas propuestas dañan a las mujeres, a las personas transexuales, a gais y lesbianas, actúa temeraria e irresponsablemente. El feminismo se ha ganado el derecho a ser escuchado y el Ministerio de Igualdad no puede hacer oídos sordos.