En menos de una semana se han sucedido tres ataques a centros de menores de jóvenes que han migrado solos a España. Uno en Casteldefells, otro en Canet de Mar y el último en la Zona Franca de Barcelona. La violencia hacia estos chicos no es nueva. Dos murieron en Melilla cuando estaban bajo la tutela de centros de menores el año pasado. Soufiane había perdido un pie haciendo “risky”, intentando cruzar a la Península. Mamadou sufrió varias paradas cardiorespiratorias aparentemente después de que le redujera la seguridad privada del centro. Ninguna institución pública informó a su familia y la cruel respuesta del consejero del PP cuando se le reprochó esto fue “que los padres hubieran venido antes y no a por su cadáver”.
Todo esto está pasando mientras nuestro país sigue rozando un 30% de pobreza infantil, mantenemos una ley educativa que expulsa a los alumnos y alumnas fuera del sistema educativo, ya sea a centros de educación especial o a FPs básicas, y no conseguimos que ningún Gobierno se comprometa de verdad con el Buen Trato hacia la infancia y articule una ley estatal que proteja a los niños y las niñas de todas las formas de violencia. Ahí está el quid de la cuestión. El trato que reciben los niños y niñas que migran solos, con pruebas que incluyen desnudos integrales para decidir cuál es su edad nada más llegar, incluso aunque tengan documentación, es el espejo en el que se mira España cuando hablamos de derechos de la infancia. Un sistema de protección que abandona institucionalmente a la infancia que se encuentra en la situación más límite, la de afrontar un proyecto migratorio en solitario, es un sistema fallido.
Nuestro país incumple de manera sistemática no solo la propia legislación española, sino también los tratados internacionales que ha firmado, como la Convención Internacional de los Derechos de la Infancia. Este tratado recoge que los niños y niñas migrantes sean siempre tratados antes como niños y niñas que como migrantes porque es lo que son. Justo lo contario de lo que está haciendo el Partido Popular cuando pretende repatriarlos como si fueran adultos en situación irregular. No digamos ya la confusión que parece tener Pablo Casado entre protección de derechos y conculcación de los mismos, como hemos visto con su estrambótica propuesta sobre las mujeres migrantes que den a luz en España. El racismo junto con el sexismo y la situación socioeconómica cosifica a las personas migrantes, se extiende como una mancha de odio por los discursos políticos de la derecha y no se detiene en los niños y niñas.
Sus propuestas políticas con respecto a la infancia migrante están imbuidas de xenofobia, de racismo, sexismo y clasismo. Las declaraciones de Pablo Casado en este sentido ejemplifican perfectamente hasta dónde puede llegar un político irresponsable, que quiere pescar votos en cualquier caladero, sin importarle qué consecuencias futuras tengan sus declaraciones de hoy, ni qué derechos se conculquen, aunque sean niños y niñas de quienes estamos hablando. Migrar es ante todo un derecho humano, como recoge la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos, y, en ese sentido, pensamos que la propia Ley de Extranjería es racista e injusta con todas las personas migrantes, pero lo es más aún si hablamos de niños y niñas. Las firmantes de esta reflexión hemos podido comprobar cómo se somete a los niños migrantes a condiciones inhumanas en pleno Madrid. En el centro de Hortaleza, por ejemplo, hemos visto cómo los niños duermen hacinados en el suelo, sin atención educativa, jurídica o material mínima. Somos un país que no respeta los derechos de la infancia.
Y cuando hablamos de niños y de niñas no hablamos solo de los más vulnerables, de los que migran solos, de los que viven en la pobreza. Nos referimos a toda la infancia, a los que son abusados sexualmente y se enfrentan a un proceso judicial, a los que son víctimas de procesos de divorcio o son víctimas de malos tratos dentro de la familia.
Además, cuando conocemos el horror que viven muchos de estos niños, solo por migrar, solo por ser niños, solo por ser pobres, entonces es irremediable preguntarse: ¿dónde están las niñas? Y de las niñas sabemos únicamente que, o bien son captadas por las redes de trata de seres humanos, con toda la integralidad que implica esta vulneración de derechos, o bien son violadas y/o acosadas sexualmente, o bien son víctimas de diferentes vulneraciones de sus derechos sexuales y reproductivos. Por migrar, por ser pobres, por ser niñas. Sus relatos no suelen ser creídos en los tribunales o ante los profesionales que deberían protegerlas, por ser niñas. Pareciera que no es importante hacerse esta pregunta, porque son niñas. Pareciera que su inclinación natural debe ser satisfacer las necesidades de esos mismos hombres blancos de alta clase social que legislan los silencios que van a soportar sobre sus propios cuerpos. Porque son niñas. En el mejor de los casos, todo el sistema recaerá sobre sus cuerpos y su sexo para ser socializadas como seres complacientes con los intereses masculinos. Sin deseos propios. Porque solo son niñas.
Ponerles en el centro significa protegerles de la violencia institucional, de la necesidad material, de los malos tratos. Significa que necesitamos una cultura política feminista que entiende la importancia de preservar una vida digna para la infancia de forma integral. Proponemos que se les garantice una atención jurídica adecuada, que se les escuche y, sobre todo, que se reconozca su derecho a participar en las decisiones que les afectan. Estamos hablando de cambiar nuestras prioridades con respecto a la infancia; de reconocer, en definitiva, que niños y niñas son sujeto de derechos y no objetos a proteger desde una postura paternalista y adultocéntrica. Necesitamos, pues, avanzar hacia un mundo en el que la infancia deje de ser considerada simple objeto de protección y pase a ser sujeto de derechos, pues esta errónea consideración es la que provoca la vulneración de todos sus derechos. Parece obvio, casi sencillo, pero las instituciones ni siquiera se lo plantean. Si conseguimos construir una sociedad en la que la infancia esté en el centro, entonces habremos conseguido una sociedad mucho mejor y más justa para todas y todos sí, también para los que somos adultas y adultos y para nuestros mayores. Significará que habremos entendido que una sociedad hostil hacia la infancia está más cerca de serlo para las mujeres y nuestros mayores. Sabremos que una sociedad en la que cabemos todos y todas es una sociedad que protege, además, su propio futuro.