Desde el inicio de la pandemia, la ciudad ha emergido como tema de reflexión social. Desde ese momento se han multiplicado los artículos y espacios en medios de comunicación que se orientan al tema urbano buscando en él respuestas a muchos de los problemas que han llegado o se magnificaron con la crisis sanitaria. El hábitat donde muchos de nosotros desarrollamos nuestra cotidianidad, y tanto determina nuestra calidad de vida, se perfilaba poco a poco, por fin en nuestro país, como una cuestión de interés social.
La reflexión en torno a la ciudad está dando lugar a propuestas de gran interés, que animan la “conversación social” sobre la misma y la siguen acercando a la ciudadanía, algo de lo que tenemos que felicitarnos y potenciar. Contar con una sociedad más preocupada por su espacio público, su movilidad, el nivel de contaminación del aire, los equipamientos de su barrio, su capacidad de participar en los procesos de toma de decisiones, etc. se configura de cara a los próximos años como un factor con gran capacidad de transformación y mejora de los enclaves urbanos, independientemente de su tamaño.
Dentro de las propuestas que esta mirada más atenta hacia la cuestión urbana ha generado, destaca una por la gran repercusión mediática, la difusión y la adhesión con la que cuenta. Se trata de “La ciudad de los 15 minutos” que se nos propone desde el ámbito francés y, concretamente, desde la acción que está acometiendo París. La principal idea fuerza de esta forma de entender la ciudad y la acción en la misma se basa en el principio de que todo lo que necesitamos para desarrollar nuestra vida cotidiana (escuela, centro de salud, parque, mercado, etc. y nuestro puesto de trabajo) esté localizado como máximo a 15 minutos andando desde nuestro domicilio. Se trata de una gran propuesta que no es novedosa, como ya han señalado algunas voces desde el urbanismo y las disciplinas hermanas. Toma el concepto de “ciudad de proximidad”, enraizado en la acción de planificación y ordenación urbana desde hace décadas en el marco occidental, y le asocia una medida de tiempo, los quince minutos, con el fin de limitar la movilidad y avanzar así hacia ciudades más sostenibles.
De entre los elementos que caracterizan la manera y el enfoque con los que se presenta el concepto de “la ciudad de los 15 minutos” quiero poner la atención en uno desde este texto: el hecho de que se plantee, como se está haciendo de manera generalizada, como una propuesta novedosa para afrontar la compleja problemática urbana del presente. Dar por novedosa y, desde ahí, asumir acríticamente la propuesta conceptual de “la ciudad de los 15 minutos” conlleva riesgos. El principal, desde mi punto de vista, es que invisibiliza el valor de la cultura urbanística, al no establecer una relación directa y deudora de las numerosísimas experiencias teóricas y prácticas que desde el urbanismo occidental han puesto la ciudad de proximidad en el centro de su propuesta anteriormente.
Trayendo a colación la experiencia reciente en nuestro país, este es el caso, por ejemplo, de los planes que dieron lugar en la década de los ochenta a nuevos desarrollos, así como a actuaciones de remodelación de la ciudad existente, que buscaban explícitamente la mezcla de usos y dar lugar a barrios que contaban en su ámbito con los equipamientos, servicios y zonas verdes necesarios para el desarrollo de la vida cotidiana, trabajando con el concepto de identidad. También buscaban potenciar el comercio de proximidad y generar en la ciudad centralidades distribuidas donde se pudieran ubicar usos terciarios que ofrecieran puestos de trabajo en los propios barrios o en su proximidad. Por mencionar algunos, me referiré a los Planes Generales de Ordenación Urbana de Málaga, Tarragona, Madrid, A Coruña, Gijón o Sevilla, entre otros, que formaron parte de esa “gran generación de planes”, como la denominó Juan Jesús Trapero (Catedrático de Urbanismo y Ordenación del Territorio de la ETSAM) unos años después. No sólo hicieron una aportación relevante al urbanismo español, sino también al europeo. Desde instancias internacionales se observaron con mucho interés, considerándose, como apuntó Mauricio Marcelloni (Profesor del IUAV), una excepción en un panorama europeo dominado ya en esos años por los procesos de desregulación que afectaban negativamente al planeamiento y la acción en la ciudad. En nuestro país, a esta experiencia le siguió otra muy diferente en los años noventa y los dos mil. De ella resultaron numerosos ejemplos de nuevos desarrollos cuya esencia está bien representada por los PAUs (Planes de Actuación Urbanística) de Madrid, donde el concepto proximidad, de barrio, junto con otros criterios radicados en la cultura urbanística, desaparecieron a favor de criterios externos a la disciplina.
Observar todo esto permite poner sobre la mesa la cuestión a la que quería llegar: plantear “la ciudad de los 15 minutos” como un concepto nuevo anula la memoria de la experiencia descrita y nos impide algo clave a la hora de actuar en la ciudad: utilizar el pasado para aprender de manera continua (algo relevante en todas las disciplinas para evitar volver a caer en errores cometidos en el pasado, como señalaba Umberto Eco). Contextualizar las propuestas del presente en la acción pasada es necesario, ya que nos permite poder trabajar con y desde la cultura urbanística, el único modo en el que el urbanismo puede dar lugar a respuestas significativas para la sociedad a la que sirve. Además, mirar el presente con la perspectiva que da el pasado nos permite navegar con discernimiento por el exceso de información en el que nos movemos y, desde ahí, hacernos preguntas relevantes.
Por ejemplo, respecto a la experiencia mencionada cabe preguntarse: ¿qué cambios precipitaron para que la acción en la ciudad (en general) renunciase al concepto de “proximidad” a partir de los años noventa? ¿Por qué ha sido necesaria la aparición de un concepto como “la ciudad de los 15 minutos” para poner en valor ante la sociedad algo tan asumido en la teoría y la acción urbanística como el concepto de “proximidad”? No hacernos preguntas como estas lleva a que las ciudades asuman el concepto de la ciudad de los 15 minutos de manera retórica y a veces contradictoria (al convivir este concepto, por ejemplo, con procesos de vaciamiento de comercio y servicios de proximidad en los cascos urbanos). Por el contrario, la capacidad de hacernos preguntas como las señaladas hace aflorar muchos de los temas y problemáticas sustantivas sobre los que el urbanismo y las disciplinas con las que necesariamente se relaciona al actuar en la ciudad tienen que reflexionar, hacer autocrítica y trabajar. Desde mi punto de vista, sólo interrogándonos sobre el presente de la ciudad desde el conocimiento y la perspectiva que aporta el pasado podrá nuestra sociedad transitar el camino hacia la transición ecológica y justa, junto con otros grandes retos de las ciudades en el momento presente.