“Too late, too small” (demasiado tarde, demasiado perqueño). Podríamos hacer buena esta máxima aplicada a todas las cumbres sobre el clima. Pero esta vez ha sido algo diferente. Aún recuerdo, a la vuelta de la cumbre de Copenhague , con Juantxo López de Uralde entre rejas, escribía una carta de decepción, después de participar en aquella cumbre.
Hoy podemos hablar de acuerdo insuficiente, pero en el acuerdo hay algo distinto de lo que ha existido hasta el momento. Hay una asunción que no se puede superar los 2ºC de incremento de la temperatura respecto a los niveles preindustriales (ya la hemos incrementado en 0,8ºC), y que no deberíamos superar los 1,5ºC para garantizar un normal desarrollo de la vida humana. Estamos diciendo, a nivel global y por primera vez que los compromisos presentados por mas de 180 paises son insuficientes, y que hay que revisarlos (en el periodo del 2017 al 2025). Todos los paises deberán enviar unos objetivos, que seran públicos y evaluables.
El acuerdo llega tarde ya que la temperatura del planeta ya ha subido 0,8 grados respecto a los niveles preindustriales, y las emisiones que hoy se están produciendo van a acumular los daños del efecto invernadero. Y es pequeño, ya que los 100.000 millones (el 10% del PIB Español) de euros comprometidos anualmente, no dejan de ser una cantidad ridícula si se compara con el principal reto que tiene hoy la humanidad o con lo que se gastan las empresas en un solo año en invertir en prospecciones petrolíferas (692.000 millones). Pero sin lugar a dudas, esa cifra, sumada a la asunción del reto, hace que por primera vez podamos empezar a desarrollar políticas y a exigirles a nuestros gobiernos.
Así, el reconocimiento, el carácter universal, los criterios comunes, la vigilancia mutua, son todos ellos pasos adelante. También el hecho que se pueda voluntariamente implementar, sin tener que esperar a la ratificación. Pero a la vez, los pasos a seguir no se concretan en los próximos años, y el carácter no vinculante más los mecanismos de seguimiento, los sistemas de verificación no concretados, sumados a objetivos genéricos -lejos de la imprescindible concreción- hacen pensar que hay que redoblar los esfuerzos.
En cualquier caso, la asunción del reto pone aún más presión, pudiendo contribuir a hacer estallar mas pronto que tarde la burbuja del carbono. ¿Qué sentido tiene hoy continuar la inversión en reservas de carbono –sean petróleo, gas y carbón- que a medio y largo plazo no se podrán quemar? Pero el principal reto es como conseguimos que un reto moral, como el de la lucha contra el cambio climático, se convierta en una obligación política ante la que cumplir. Y la única manera es que se empiece a castigar a aquellos que no cumplen.
En cualquier caso, el cambio es substancial. Y nosotros, a un país del sur de Europa, mediterráneo, al que le va a afectar poderosamente el cambio climático, y con una fuerte dependencia energética, tenemos la oportunidad de afrontar el reto. A nivel estatal producimos el 28% de la energía que consumimos. 20 puntos menos que la media de la UE. La dependencia de petróleo y el gas natural es del 63%. El 75% de nuestras emisiones provienen del consumo de energía. Y mientras la UE ha reducido emisiones en un 15% desde el año 1990, nosotros las hemos aumentado en un 20%. Estamos en un país dependiente, poco respetuoso con el medioambiente y económicamente ineficiente.
A pesar de ello, hemos tenido una moratoria real para no instalar más energías renovables. Se ha perdido la seguridad jurídica de los que invirtieron en renovables (somos el país con mayor número de demandas de arbitraje de tribunales internacionales). Y hemos hecho inviable el autoconsumo y un modelo de generación distribuida, siendo el único país del mundo capaz de poner un impuesto al sol y evitar que la energía sobrante se pueda comercializar.
Las conclusiones de la Cumbre de París nos dice que en la lucha contra el cambio climático tenemos la oportunidad y la obligación de cambiar las políticas, liderando un cambio de modelo descarbonizado, con fuertes ahorros y con un impulso real del autoconsumo y de las energías renovables. No va a ser fácil. El 'cleanwashing' de muchas empresas conduce a engaños. El secuestro del regulado (las eléctricas) al regulador (el Gobierno) ha impedido que se hagan políticas distintas en esta materia. Pero a la vez, la indiscutible repercusión de una subida de las temperaturas, sumado a la madurez tecnológica de las renovables (El banco de inversión Lazard habla de una reducción de costes de la energía solar y eólica del 82% y el 61% respectivamente) va a hacer que este sea el principal motor de cambio de modelo productivo e incluso político. Si hasta ahora, quien controlaba las fuentes de energía controlaba el poder (carbón, gas, petróleo), la fuerza de las renovables da un cambio radical de escenario.
Hoy, después de la cumbre de París, podemos hacer posible que el reto de evitar un cambio climático drástico no sea demasiado tarde ni demasiado pequeño.