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Consolidación de la sociedad excluyente

Merece la pena volver al asunto ahora que, pasada la fiebre de la presunta recuperación, se empieza a hablar en serio de las previsiones económicas, más allá de si se trata o no de una salida de la 'crisis'. Ahora abundan las reflexiones prospectivas que hablan de una radical recomposición de la economía mundial. ¿Y qué nos anuncian? Con fecha de enero de 2016 se presenta un informe en el World Economic Forum de Davos titulado 'The future of jobs. Employment, Skills and Workforce Strategy for the Fourth Industrial Revolution', que empieza a detallar el proceso ya iniciado de la 'Cuarta Revolución Industrial'.

Cuáles son los componentes fuertes de esta 'Revolución', según dicho informe: “el desarrollo de la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología, la impresión en 3D y la genética y biotecnología”, todos ellos campos de desarrollo autónomo y que también se refuerzan mutuamente.

Se anticipa una transformación total de la economía, y en particular del mercado de trabajo. El informe se atreve con algunas cuantificaciones estimativas, a partir de una base de datos construida desde una encuesta a 371 grandes empleadores, que representan a más de 13 millones de trabajadores en 9 sectores industriales de las 15 principales economías desarrolladas y emergentes. Para empezar pone fechas, que sitúan el proceso entre el momento actual y el año 2020; para seguir, estima que en este proceso se perderán unos 7,1 millones de puestos de trabajo (en su mayoría trabajos repetitivos de oficina, de 'cuello blanco', dice el informe); por último, estima que se crearán unos 2 millones de nuevos puestos de trabajo, todos ellos en campos relacionados con la informática, las matemáticas, la arquitectura y la ingeniería.

Todos los desarrollos mencionados como componentes fuertes de esta 'Revolución' no articulan en absoluto una estrategia anti-crisis. Tal como lo expone el citado informe, cabe poca duda de que a esta 'Revolución' se le pueden adjudicar otras expectativas: por lo pronto, la reducción de unos 5 millones de puestos de trabajo es aparentemente inevitable; la sustitución de mano de obra con perfiles formativos hoy habituales por cualificaciones de alto nivel tecnológico es también indudable; la exclusión del mercado de trabajo de quienes pierden esos 5 millones de puestos y de quienes no tienen los perfiles necesarios, también es una evidencia. Por cierto, el mismo informe citado menciona los dos perfiles que dicen necesitar más los jefes de empresa entrevistados: los analistas de datos, para manejar y analizar el “torrente de datos generados por los saltos tecnológicos”, y los representantes de ventas especializados, dado que necesitan ofrecer toda una gama de nuevos productos a las empresas, los gobiernos y los consumidores finales. A ellos se añade, en ciertos sectores, la necesidad de altos ejecutivos de nuevo tipo, para enfrentarse a situaciones sin precedentes en mercados de nueva apertura.

La mano de obra excluida no parece tener recuperación posible: llegados a este punto, el informe es ambiguo y se queda en algunas generalidades para tranquilizar a los lectores. Nada hace suponer que la nueva economía robotizada y altamente tecnificada vaya a tener un lugar para los exluidos, y en la economía real actual ya se sabe lo que está ocurriendo con el paro. Hay que añadir que muchas de las cualificaciones hoy conocidas serán inútiles dentro de muy poco tiempo. 

Además, cuestión aparentemente menor, pero que a efectos de política de empleo tiene su importancia: hay que recordar que, como siempre ocurre con este tipo de previsiones, las estimaciones probablemente sean todo lo positivas que se podía conseguir estirando los números: es razonable sospechar que esa pérdida neta de 5 millones de puestos de trabajo sea bastante más elevada, tanto porque los puestos creados no lleguen a los 2 millones como porque los eliminados sean más de 7,1 millones (por ejemplo, no se alude a la inclusión de una estimación de pérdida inducida de puestos de trabajo por la previsible caída del consumo originada por el menor empleo).

El horizonte 2020 resulta un poco temerario, a primera vista. Puede que en la actual coyuntura crítica los procesos de este tipo se ralenticen y el avance de los desarrollos mencionados encuentre algunos obstáculos objetivos. Pero, en todo caso, un fenómeno como el que se anuncia, encuadrado en los cinco años que van de 2016 a 2020, tiene una indiscutible apariencia de burbuja. Una burbuja que sería una más en la serie vaticinada por Larry Summers, cuya pregunta crítica se formula así (citada en el primero de los artículos publicados en eldiario.es): “¿Y si se han terminado los ciclos económicos y sólo podemos crear empleo a fuerza de burbujas financieras o estímulos masivos que suelen acabar muy mal?” Por cierto, lo del “estímulo masivo” nos hace pensar de inmediato en Mario Draghi y la política del Banco Central Europeo; por otro lado, empezamos a asistir a los estallidos de burbujas en mercados que parecían de los más sólidos de la historia económica reciente, como los relacionados con la telefonía móvil y con internet.

Pero lo peor de las conclusiones de este análisis, tras la destrucción de empleo y un éxito efímero en términos de impacto económico global, se encuentra en la consecuencia más determinante, que es la ausencia de fundamentos para un desarrollo económico sostenible: todo apunta a un afianzamiento de las tendencias excluyentes actuales.

Hay que insistir en este último componente: esas 'economías más importantes del mundo' son, por encima de todo, sociedades de consumo. No está de más recordarlo: aparte de aceite lubricante, electricidad y chatarra variada, los robots no consumen, y los trabajadores expulsados del mercado laboral tendrán suerte si consiguen sobrevivir. Entonces, ¿quién se hace cargo de sostener la tasa de consumo que asegure un desarrollo económicamente sostenible? ¿Qué caída de la demanda puede pronosticarse en tales condiciones para las industrias de vestuario, calzado, alimentación y un largo etcétera? Y no olvidar que el modelo económico capitalista, tal como lo conocemos, se orienta cada vez más hacia la concentración de la riqueza, cosa que origina una caída de la tasa de consumo y la consiguiente pérdida de dinámica de crecimiento. Todo converge en la misma dirección: montamos una burbuja, mandamos al limbo de los parados de larga duración a varios millones de trabajadores, generamos un negocio muy acotado y de corto alcance y nos preparamos para registrar estadísticamente el siguiente paso en el avance de la desigualdad y contemplar el correlativo desguace del modelo económico, que en lugar de hacerse menos se hace más excluyente.

Todo esto, para quienes toman las grandes decisiones, en Davos, por ejemplo, puede que sea algo muy propio de los tiempos, interesante como perspectiva de nuevos mercados y sin duda útil para el mantenimiento de sus privilegios, pero, ¿y los demás? ¿Qué hacemos?

Quizás optar por una de las dos visiones de lo que se nos viene encima, según el informe: ser optimistas y compartir la idea de quienes afirman que hay un futuro de oportunidades ilimitadas en este proceso que genera nuevos puestos de trabajo de alta productividad, sustituyendo a las categorías de trabajo más rutinarias; o ser precavidos y estar más bien de acuerdo con quienes temen una destrucción masiva neta de puestos de trabajo, por sustitución (aquí entran los robots) y por simple eliminación (aquí entran los aumentos de productividad en unos sectores y las caídas de actividad en otros). Ante esto, el informe se cura en salud señalando que está en manos de la política pública intervenir de inmediato para hacer frente a los efectos negativos del proceso, pero no se vincula esto a esas cifras estimadas y, por tanto, no se arriesga un pronóstico que asegure que el agujero en el empleo pueda llegar a ser colmado.