Esta semana conocíamos cómo la brecha de género crece en la Comunidad de Madrid, y es que, si pudiéramos hacer un análisis de los perfiles de trabajadores y trabajadoras en nuestra región, acertaríamos al decir que si bien la precariedad es un rasgo común, ésta se acentúa aún más en las mujeres, al igual que los datos de pobreza y de pobreza extrema.
En el ámbito estatal, durante 2018, la brecha salarial entre hombres y mujeres llegó hasta el 30% lo que a la larga -si esta diferencia se mantiene en el tiempo- lastra no sólo nuestra vida presente sino también nuestra vida futura, condicionándonos también a percibir pensiones más bajas: cotizamos menos años, nuestra vida laboral se ve más veces interrumpida que la de nuestros compañeros y muchas de nosotras regresamos al ámbito doméstico -o ni siquiera salimos del mismo- con lo que somos las principales receptoras de pensiones no contributivas. Además, la brecha de género se extiende también a la viudedad, cobrando una pensión menor que la de nuestras parejas en caso de fallecimiento y haciendo que la brecha de las pensiones nos sitúe hasta en un 73% de desigualdad frente a los hombres en nuestro país.
Pero la precariedad no sólo se percibe en el salario que hombres y mujeres recibimos a final de mes, sino también en la temporalidad en el empleo. Las mujeres somos campeonas nacionales en trabajos parciales forzosos con el 78% de estos empleos y sólo un 71% de privilegiadas pueden optar a un puesto de trabajo a jornada completa. Pero en ambos casos la promoción sigue siendo una utopía para nosotras.
Por esto y por más que el Partido Popular, en voz de Cristina Cifuentes el pasado mes de marzo se empeñase (y se empeñe) en repetir que la brecha salarial no existe porque por ley mujeres y hombres cobramos lo mismo, la realidad que los datos arrojan es otra. Y es que, si bien el salario base de hombres y mujeres en un mismo puesto de trabajo es el mismo, no lo son los complementos salariales que cada uno percibe, ni tampoco el perfil de empleos más masculinizados y feminizados. Las mujeres, histórica y educativamente, optamos a puestos de trabajo de menor grado de especialización y por tanto peor remunerados que los de los hombres. Y la feminización y masculinización de los empleos también afecta a nuestro salario, como hemos podido comprobar gracias al trabajo de las empleadas domésticas en su lucha por la igualdad salarial. O en otros ejemplos evidentes en los que no se nos reconocen determinadas enfermedades laborales o está más premiado, retributivamente hablando, que un hombre maneje maquinaria pesada a que una mujer haga lo propio con productos químicos. Así, los hombres que día a día desarrollan profesiones en las que se tiene en cuenta este tipo de factores de peligrosidad, ven reducida su edad de jubilación mientras las mujeres no logramos conquistar este derecho.
Sin embargo, hasta ahora nadie ponía en duda que el trabajo reproductivo y más allá debía además recaer en nosotras. Somos las que llevamos el peso de la crianza de nuestros hijos e hijas y quienes hemos puesto las espaldas para que los recortes en dependencia, sanidad o educación afectasen lo mínimo posible a la vida de nuestras familias. Somos las que mayoritariamente cuidamos de nuestros mayores, enfermos. Y con esto vemos reducidas nuestras jornadas laborales remuneradas en un 22.4% de los casos, frente a un 3.44% de nuestros compañeros. Y por eso tenemos una dificultad mayor para volvernos a incorporar al mundo laboral. Así que tras tener que dejar nuestros trabajos y vernos recluidas al ámbito privado, después se nos penaliza para volver a la esfera pública para volver a desarrollar nuestras vidas con plena libertad como los hombres hacen. Y es que el patriarcado, amigas, nos prefiere en casa, como quería en casa a nuestras abuelas.
Pero este horizonte de desigualdad al que hasta ahora nos veíamos condenadas va siendo cada vez más corto, gracias al empuje de todas las mujeres en la construcción de un futuro donde seamos libres e iguales, que se demuestra en cada movilización feminista y que sobrepasó todas las expectativas el pasado 8M en todos los lugares de nuestro país. Porque el feminismo ha llegado para quedarse, porque ninguna mujer está dispuesta a renunciar a ser dueña de su propio destino.
Y desde que el cambio entró en las instituciones y logró sacar al “no se puede” del gobierno, desde Unidos Podemos tenemos claro que la filosofía del “Sí se puede” debe ser morada, debe estar atravesada por la mirada feminista y en este sentido, a través de los Presupuestos Generales del Estado, estamos trazando las líneas maestras de la España feminista que se abre paso entre tanta oscuridad que nos dejó el Partido Popular.
Por eso hemos llegado a un acuerdo para que los presupuestos de 2019 sean un punto de inflexión en el empobrecimiento de las trabajadoras, frenen la precariedad laboral y la pérdida de poder adquisitivo de las familias.
Las medidas que se acuerdan en estos presupuestos van en la línea de disminuir las desigualdades y la brecha intergeneracional y de género. La subida del salario mínimo a 900€ nos afecta más a las mujeres que a los hombres porque somos nosotras las que en mayor medida percibimos este tipo de salarios, propios del sector servicios, un sector absolutamente feminizado. Además, la recuperación del subsidio por desempleo para mayores de 52 años hará recuperar a miles de mujeres esta ayuda.
Estos presupuestos contienen medidas específicas para paliar la violencia machista y la discriminación laboral que sufrimos las mujeres, con la financiación completa del Pacto de Estado contra la Violencia de Género o estableciendo medidas en el marco de la conciliación con la equiparación de los permisos de maternidad y paternidad.
En 2019 se abre una nueva oportunidad para que en todo el Estado el “Sí se puede” desbanque al “no se puede” y con ello no sólo entre aire fresco y mirada violeta en nuestras instituciones, sino que también llegue, por fin, a los hogares de nuestra región. Queda muy poco para conseguirlo y las mujeres estamos dispuestas a conquistar el futuro, un futuro violeta que ponga las necesidades de las mujeres en el centro de las relaciones laborales de nuestra región.