Que nadie se espere en este artículo un ajuste de cuentas o cotilleos internos sobre Podemos. Creo que más bien lo que toca es todo lo contrario: calmarse, serenarse, discutir, explicar y prepararse. La gente, la fuerza del bloque del cambio, mira la llamada 'crisis de Podemos' con estupefacción, sin comprender lo que pasa. ¿Iñigo y Pablo se han peleado? ¿Hay diferencias en Podemos? No basta con responder que es un invento de la prensa cuando se lo has puesto en bandeja. Hay que hacer el esfuerzo de debatir e intentar comprender para avanzar. Hay que salir de la pereza intelectual de la puya por Twitter o de pontificar por Facebook.
En estos tiempos de ritmos rápidos, las legitimidades, al igual que las certezas, son más volátiles y están más repartidas que nunca. El 'príncipe' del siglo XXI, el partido organizado, debe vivir en una tensión creativa con el movimiento, con ese general intellect plural, disperso y cambiante. Por otro lado, es más importante que nunca un grupo dirigente responsable, firme en sus principios, pero siempre al servicio de las clases populares.
La llamada 'crisis de Podemos' sólo se puede explicar en esos términos. Un partido que tiene más de cinco millones de votos, pero que es muy débil a nivel organizativo por abajo. Un partido plural sin pluralismo. Un partido en donde el debate político ha tendido demasiadas veces a sustituirse por la rumorología. Un partido donde se habla de 'familias', de 'clanes', en vez de 'posiciones' o 'corrientes'. Un partido que no ha llegado todavía a 'príncipe' porque no ha conseguido una tensión creativa con el movimiento, sino una tensión muy poco constructiva y en ocasiones, destructiva. Un partido joven y vivo que se pone enfermo cada mes. Un partido lleno de acuerdos y de desacuerdos.
Por supuesto, hay consenso en muchas cosas fundamentales: en la necesidad de echar a los viejos partidos, en la urgencia de superar la constricciones culturales y políticas de la vieja izquierda o la obligación de ser un instrumento para mucha gente, no para unos pocos. Hay acuerdo en otras cosas que no deberían ser fundamentales, pero que tienen su importancia, como en el liderazgo popular de Pablo Iglesias, al que muchos, a pesar de las discrepancias, consideramos un dirigente de gran valía intelectual, capaz de conectar como ninguno con los y las de abajo. Y, como en la época de Marx, en la que a todo el mundo le gustaba Hegel aunque unos lo leían desde la derecha y otros desde la izquierda, a todos nos gusta Gramsci, aunque algunos sean 'gramscianos de derechas' y otros seamos 'gramscianos de izquierdas'.
Pero no ha habido acuerdos en muchas otras cosas. No ha habido acuerdo en que debían generarse estructuras de base democráticas capaces de gestionar y contrapesar, de ser las unidades básicas de donde salieran las direcciones. En vez de eso se optó por un modelo plebiscitario, en donde la gente no discutía, no consensuaba, solo se adhería. No ha habido acuerdo en formar un partido-movimiento que recogiera e integrara, sin pedir adhesiones incondicionales, a todo el rico patrimonio activista que había generado el 15M. Se optó por la máquina de guerra electoral. No ha habido acuerdo en abandonar las grandes líneas programáticas rupturistas como los procesos constituyentes, la democratización de la economía a través de la socialización de los sectores financieros y productivos estratégicos, o medidas radicales contra la crisis y el ataque a los salarios como la renta básica. No estábamos de acuerdo y se moderó el programa, adoptando un marco keynesiano, que fijaba el eje de la salida de la crisis en medidas paliativas a través de un futuro gobierno, en vez de basarse en la auto-organización de clase y popular, en el conflicto. Ha habido muchas discrepancias, seguimos pensando lo que pensábamos antes y no pasa nada. Lo defendemos abiertamente y queremos convencer de que nuestras posiciones son las mejores para garantizar el cambio.
Pero como Podemos es un partido de paradojas, el modelo vencedor adoptado, curiosamente, se vuelve contra quien lo fomentó. La destitución de Sergio Pascual se ha hecho de forma estatutaria y respetuosa con el modelo de partido aprobado en Vistalegre. Pablo Iglesias ha utilizado sus atribuciones de Secretario General para destituir a uno de los mayores ejecutores del modelo Vistalegre, basado en la construcción vertical y autoritaria, en el famoso giro al centro en las posiciones políticas, en un modelo plebiscitario-populista que copiaba en demasiadas cosas a los Partidos Comunistas del siglo XX, pero sin su arraigo en fuerzas sociales vivas. Los sectores dimisionarios en el Consejo Ciudadano de Madrid y el propio Sergio Pascual pertenecían al sector que diseñó, defendió y ejecutó Vistalegre.
Esto se ha producido, casualidad o no, cuando Pablo Iglesias profundiza en la idea de construir un campo popular diferenciado, no subalterno, antagonista frente a las élites y su figura, recordando a la de Anguita, se convierte en el punto de ataque en el que se concentran todas las balas del régimen. Estamos, digámoslo con palabras de Gramsci, ante un caso de 'cesarismo progresivo': 'El cesarismo es progresista cuando su intervención ayuda a las fuerzas progresivas a triunfar aunque sea con ciertos compromisos y temperamentos limitativos de la victoria'. Es decir, Pablo Iglesias parece avanzar (curioso, avanzar regresando) hacia posiciones más frescas, que recuerdan a aquel Podemos de lucha y de gobierno, aquel que ponía piel de gallina en sus mítines, pero lo hace dentro del marco que generó Vistalegre, un marco lleno de limitaciones, trampas burocráticas e insuficiencias.
Se trata ahora de ir más allá en dos sentidos. Tácticamente, nos toca evitar más acciones irresponsables, que alimenten la idea de una crisis, cuando lo que deberíamos hacer es estar preparándonos, con debates, con unidad desde la pluralidad, para afrontar las dos opciones que vienen: o una gran coalición o nuevas elecciones. Estratégicamente, lo que ha pasado estos días en Podemos, debería abrir una gran reflexión sobre el partido-movimiento que necesitan las clases populares. Y para ello no basta con opinar, hacen falta ejemplos concretos. En el Consejo Ciudadano Autonómico de Madrid se abre una nueva etapa. Debe abrirse en todo Podemos. Esto debe ser el punto de partida: volver a llamar a toda esa gente que alguna vez se ha pasado por un círculo y no se ha quedado, aunque ha votado a Podemos. Tender la mano al activismo, a los movimientos sociales, al sindicalismo, respetando su autonomía, para que sepan que Podemos es su partido. Toca asumir lo único que podemos ser para ganar: plurales, democráticos, radicales sin ser identitarios. No hay crisis: hay un mundo ahí fuera por conquistar.