Hace unas semanas tuve que someterme a una resonancia y no sabía por qué, pero esa cadencia de pitidos de la máquina me resultaba vagamente familiar. Solo después caí en lo mucho que me recordaba a alguna de esas composiciones en las que John Cage intenta alejarse de cualquier asomo de armonía (infructuosamente dice él, yo sería más “generoso”).
El músico, aficionado al ajedrez, se lamentaba ante el tablero con otro famoso compañero de que recientemente el público de un teatro lo había abandonado al poco de comenzar una de sus obras y que tenía dificultades para sus nuevos estrenos. Su contrincante, y sin embargo amigo, le replicó algo así como: “me parece muy bien que compongas esas cosas, pero no pretenderás que te paguen además por ello…”
En España parecemos habernos acogido a ese último razonamiento con todo lo que tiene que ver con la cultura. Frente a los grandes países, que apuestan por las industrias culturales y de la creación como un sector estratégico (en EEUU es el segundo más grande de su economía), aquí seguimos aplicando a la creación aquel “que inventen ellos” de Unamuno. La cultura ni siquiera es capaz de ser una materia principal de debate público y de tener espacio propio y permanente en los medios de comunicación –salvo honrosas excepciones–. Así, se da la paradoja de que quienes más dicen “España” tienen accesos de urticaria cuando alguien plantea impulsar desde las administraciones lo que no es sino precisamente la proyección de nuestro ser colectivo.
Esta última legislatura ha sido especialmente negra para el sector cultural. Hemos perdido espacio en ese mundo que conforman cuatrocientos millones de hispanohablantes, perdido puestos frente a la media europea en empleo y porcentaje del PIB, castigado a nuestro sector con el IVA cultural más alto de Europa, aprobado una Ley de Propiedad Intelectual que ha estropeado lo que funcionaba y ha puesto peor lo que ya estaba mal, hecho desaparecer las enseñanzas artísticas del curriculum, seguimos siendo la Isla Tortuga de la piratería digital, nuestros/as artistas se hayan sumidos en la precariedad, hay ausencia de una Ley de Mecenazgo…
Recientemente se ha formado un nuevo Gobierno en el que la cultura sigue sin tener rango suficiente para tener un Ministerio propio. Se ha cambiado al Secretario de Estado anterior –que funciona así como chivo expiatorio del desastre descrito– y se ha sustituido por otro con un perfil tan gris que no parece simbolizar precisamente ambición. También es cierto que a poco, lo tendrá sencillo para mejorar la gestión anterior.
Sin embargo, ante un Parlamento fraccionado, surge la expectativa de que por esta vía se pueda arreglar un poco alguno de los desaguisados. No en vano, los programas culturales de los principales partidos tienen coincidencias básicas en asuntos importantes. Pero siempre hay que tener en cuenta que el que el PP ostente el Gobierno es una distorsión no precisamente menor (frente a esas visiones de “gobierno parlamentario”).
Sin duda urge la bajada del IVA cultural, hay mayoría en el Parlamento suficiente para ello y el sector no resiste más. El PSOE ha presentado repetidamente iniciativas para ello, también en este ciclo y en el acuerdo de investidura PP-Ciudadanos se contempla la reducción al 10%... pero el PP consiguió excepcionar del acuerdo al sector del cine, en lo que no es más que una inicua expresión de su manía persecutoria. Se da la circunstancia de que el debate de las iniciativas de la oposición puede dilatarse en el tiempo y luego, ante una eventual aprobación, ponerse todo tipo de trabas a la ejecución. Sin embargo, el Parlamento se puede encontrar mañana con un Decreto Ley (prerrogativa del Gobierno) en el que se proponga esa bajada tal y como el PP la concibe, lo que supondrá un trágala para Ciudadanos y también un “chantaje” para el resto de la oposición ¿Qué hacen, lo rechazan y así perjudican a una industria del espectáculo que lo espera como el maná? ¿Lo aprueban tal y como está y condenan al cine?
Una patata caliente que tiene ya encima el Gobierno es la adaptación del sistema de compensación equitativa a la reciente sentencia del Tribunal Supremo, que ha declarado ilegal el sistema vía presupuestos que aprobó el PP. Es de recordar que el PSOE advirtió de ello, de que se separaba de la legislación europea y aún lo llevó al Constitucional. El PP prefirió la “patada a seguir”, aunque también perjudicaba al sector cultural, no se sabe persiguiendo qué intereses. Hoy no solo el cambio es obligado, sino que habrá que lidiar con un daño patrimonial generado a los titulares de esos derechos, con cifras más propias de litigio de sector eléctrico. Y eso tendremos que pagarlo todos y todas, vía presupuestos.
Parece que hay práctica unanimidad en llevar hacia delante un Estatuto del Artista y Creador y que se constituirá una subcomisión de estudio en el Parlamento. Es de desear que aun reconociendo la complejidad técnica de la materia, no se eternicen las medidas más urgentes. Se debe aprobar un listado de enfermedades profesionales, se debe proteger la intermitencia, se debe dejar de castigar a quienes “siguen creando”…
De mucha más dificultad será conseguir unanimidades alrededor de la protección del derecho de autor. Y no será porque su importancia no sea capital, sino porque España sigue con un retraso de décadas en cuanto a la percepción social de este asunto. Habrá quien se crea muy “modelno”, pero la falta de respeto al producto de la creación artística, es más bien uno de esos residuos que el franquismo dejó en la moral colectiva de nuestro país.
Es imprescindible, por terminar con prioridades para este curso, que las enseñanzas artísticas vuelvan al currículo escolar y eso dependerá de cómo se aquilate definitivamente la negociación de la LOMCE. Y tampoco hay que perder la ocasión de aprobar una norma sobre mecenazgo ambiciosa, que permita que fluyan recursos al sector cultural, también procedentes del exterior. Juego de Tronos nos demuestra que España es un plató natural, hay que conseguir que lejos de anécdota, podamos atraer establemente rodajes que creen riqueza e industria en nuestro país y en esto hay mucha competencia.
A todo esto, hay que sumar el debate legislativo que se está produciendo en Europa con respecto a las industrias creativas y culturales. Otro día hablaremos de ello, pero sería una excelente oportunidad para que un Gobierno ambicioso –no parece ser el caso– ayudara para que Europa apostara definitivamente por el sector de los contenidos.
Mucho por hacer, mucho por acordar, posiciones cercanas de base en los partidos, excelente escenario para que un Gobierno proactivo liderara un proyecto para los próximos años. No parece que sea el caso, ojalá que los grupos suplan esa ausencia de ambición de la mejor manera posible.