La decisión adoptada por el presidente del Gobierno de convocar elecciones de forma inmediata, después del descalabro del 28M es, sin duda, la mejor o la menos mala de las posibles opciones. Prolongar el “modo” derrota hasta finales de año habría sido una especie de agonía a cámara lenta, con las consiguientes recriminaciones, internas y externas, que todo fracaso comporta, incluyendo dimisiones y desbandadas. No tenía sentido prolongar, unos meses, una fecunda legislatura, prácticamente culminada, y tampoco habría servido de nada cambiar el Gobierno o clausurar una coalición que, a pesar de todo, ha funcionado en las peores condiciones. En todo caso, en política, como en tantas otras cosas, cuando el marco de juego se pone imposible lo más inteligente es intentar cambiar el marco, el cuadro, la moldura, el recuadro y hasta el campo de juego. Aparte de que en esta nueva situación se descoloca al adversario, pues digan lo que digan y se usen los trucos que se les ocurran, la verdad verdadera es que el PP y Vox tendrán que gobernar juntos en los ayuntamientos, comunidades y donde lo necesiten.
Sin embargo, si bien estamos ya en otro tiempo, conviene decir algo sobre el reciente descalabro electoral, aunque sólo sea para comprender algunos fenómenos y no cometer los mismos errores. Si nos fijamos en los datos -están de moda hoy en día- nos daremos cuenta de que las graves pérdidas en la izquierda, en la mayoría de las comunidades autónomas y ayuntamientos, se debe a que el ala más a la izquierda -Podemos, etc.- se ha hundido. De 49 diputados que tenía, en las diferentes CCAA con elecciones ha mantenido 18 y ha desaparecido de asambleas tan importantes como Madrid y Valencia, al igual que de las corporaciones de los ayuntamientos de cantidad de capitales. Por su parte, el PSOE no ha perdido tanto en comparación a las elecciones de 2019, salvo el caso de Extremadura, que pierde seis diputados. Lo mismo puede decirse de Más Madrid, Compromís en Valencia o los Comunes en Barcelona. El PP, por su parte, ha aumentado en todos los territorios y ayuntamientos gracias, sobre todo, a la absorción de Ciudadanos, que ha desaparecido del mapa. En todo caso, el PP necesita de Vox para gobernar en todas las CCAA, salvo Madrid y La Rioja, pues la formación ultraderechista, con algo más del 7% de los votos, ha doblado el resultado de 2019. Si bien no se pueden hacer extrapolaciones entre estas elecciones y las generales, lo cierto es que la suma del PP, Vox y restos de Ciudadanos apenas llegan al 40% de los votos emitidos y, con este resultado, la derecha no ganaría unas elecciones generales. No debe de servir de consuelo, pero es un dato que conviene retener. Lo innegable, en cualquier hipótesis, es que mientras las derechas se han movilizado, buena parte de las izquierdas se han quedado en casa. Una prueba que se viene repitiendo es que se vota bastante más en los barrios pudientes que en los más modestos. Así, por ejemplo, en Madrid, donde la abstención en Chamartín, Retiro, Moncloa-Aravaca o Fuencarral-El Pardo no ha llegado al 25%, en Usera, Puente de Vallecas, Villaverde o Carabanchel se ha situado entre el 38 y el 41%, es decir, alrededor de 15 puntos más de abstencionistas. Mientras esto siga así la izquierda lo tiene crudo.
Las causas de la derrota han sido múltiples, pero me atrevo a señalar las, a mi juicio, más relevantes: el Gobierno no ha sido capaz de que sus múltiples logros económicos y sociales lleguen a las grandes mayorías sociales beneficiadas; ello se debe a deficiencias propias -hay que trabajar más con la gente en persona, no limitándose a las referencias del Consejo de Ministros o unos cuantos mítines- y a que tiene a la inmensa mayoría de los medios militantemente enfrente; ha tenido socios inevitables que son vistos como indeseables por amplios sectores de la población, manipulados sistemáticamente por los adversarios políticos y mediáticos; se ha enzarzado en temas que han oscurecidos los logros sociales como han sido la Ley del 'solo sí es sí' y las violaciones, las rebajas de la malversación o la eliminación de la sedición en el Código Penal, que parecen como concesiones a los “indepes”; la actitud, en ocasiones, de portavoces de Podemos, en contradicción con decisiones del Gobierno en el que participan, dando la imagen de descontrol y “jaula de grillos”; un momento de subida de precios de los alimentos e hipotecas; una campaña embarrada, en clave nacional, en la que todos los medios sólo hablaban de las indeseables listas de Bildu y de ridículos pucherazos o compra de votos, incluso poniendo en cuestión la limpieza electoral versión Trump/Ayuso.
Ahora llegamos al momento de la verdad y conviene saber qué es lo que nos jugamos. El líder del Partido Popular ya nos ha adelantado cuál es su concepción. Hay que elegir entre “España -es decir, él- y Sánchez”. Una vieja disyuntiva que nos retrotrae a los tiempos siniestros de la “España y la anti-España”. Porque cuando alguien se erige en esencia de la “patria” está cayendo en un nacionalismo excluyente muy próximo a tiempos pretéritos que no deben volver de ninguna manera. El PP, Vox y Feijoo no son desde luego toda España. En su caso una parte de ella, la que representa a unas derechas que pretenden regresar a los viejos tiempos de los recortes sociales, de los privilegios, de las crispaciones identitarias, las ideologías casposas y negacionistas, que entienden la libertad para “chingarle la vida” a los demás. Frente a ella está la España que luchó, como nadie y en solitario, por construir un Estado social y democrático avanzado, del bienestar para las grandes mayorías, de la libertad inseparable de la igualdad y la fraternidad entre las personas y los pueblos de España. Esta es la disyuntiva, la del aumento de las pensiones, del salario mínimo, del trabajo estable, de la igualdad de la mujer, de la defensa de Doñana o el Mar Menor, de vivienda digna, de la España que más crece de Europa y con menos inflación. O, por el contrario, regresar a las políticas ultraliberales de antaño, a las bajadas de impuestos a los ricos, los trabajos precarios, los alquileres abusivos, los estropicios medioambientales, las crisis sobre las espaldas de los de siempre y los enfrentamientos identitarios del pasado que acrecentaban las pulsiones secesionistas. El tándem o coyunda PP-Vox no es lo que España necesita si quiere modernizarse de una vez y convertirse en un factor de progreso para Europa. No me resisto a creer que mis queridos conciudadanos, con los que tanto hemos peleado para mejorar nuestra suerte y salir del pozo de las miserias, atrasos y carencia de libertades, no vean lo que nos estamos jugando.
Por eso me parece existencial que las izquierdas que se llaman alternativas se unan de una puñetera vez, que se dejen de zarandajas, personalismos y milongas y lancen con fuerza un partido o movimiento Sumar renovado, europeo, profundamente democrático y social, ecologista y feminista. Un partido sí, como dice la Constitución, y no veinte “franquicias”, capaz de movilizar a esos millones de personas progresistas que no han acudido a votar, hartas de divisiones y torpezas. Porque el PSOE no sólo ha resistido bien la famosa ola que recorre Europa, sino que reúne todas las condiciones para crecer en la próxima cita electoral del 23 de julio. No se puede permitir que ni un voto más vaya al cubo de la basura por la dispersión de siglas, o es que no conocemos a estas alturas cómo es nuestro sistema electoral.
Vengo diciendo, desde hace tiempo, que es un error basar el mensaje en que “viene Vox” o “el fascismo”, o simplezas por el estilo. Lo que viene -lo que ha llegado en parte- si nos distraemos y nos atontamos, es la coyunda PP/Vox, es decir, dos versiones de la derecha dura, carpetovetónica, que coinciden en lo esencial, es decir, en arrasar con las reformas sociales y civiles de esta legislatura. Por eso mismo, las elecciones del 23 de julio van a ser tan decisivas. No sólo para España, sino también para Europa, donde los Salvini, Meloni, Le Pen, Orban y más carcundia ya se están relamiendo por lo que suceda en España y el vuelco que puede darse en la UE en las elecciones de 2024. Con el poder autonómico y municipal alcanzado por las derechas, la mayoría de los poderes judicial, mediático y económico que ya tienen, si además consiguen el Gobierno de la nación, a esta querida España no la va a reconocer ni la madre que la parió, esta vez en versión reaccionaria. Creo que fue lord Acton el que dijo que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Evitemos con nuestro voto la corrupción de nuestro país y habremos hecho un gran servicio a España y a la Unión Europea.
Nicolás Sartorius es abogado y escritor. Uno de los fundadores de CCOO