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Derecha radical: a la caza de la gente común

El 9 de junio de 2017, una multitud esperaba en la plaça del Ángels de Barcelona el acto inaugural del encuentro Ciudades sin miedo escuchando la canción Commom People, del grupo inglés Pulp. El público aguardaba la aparición de Ada Colau y Manuela Carmena, alcaldesas de Barcelona y Madrid, mientras los altavoces escupían la desmelenada canción de Pulp, banda sonora oficial de las ciudades sin miedo. I want to live like common people, I want to do whatever common people do, I want to sleep with common people. Vivir, hacer, dormir como gente común. España, tras el ciclo de las plazas y la oleada municipalista, brillaba como uno de los pocos rincones del mundo donde la gente común tomaba el poder con discursos anti establishment y valores progresistas.

Tras la conquista algunas capitales españolas por parte de confluencias municipalistas, Pablo Echenique, miembro de Podemos, escribió el artículo Ahora, la gente común: “Con mis ojos de ciudadano común, lo que más me importa es que los representantes me representen: que sean como yo, que entiendan y vivan mis problemas”.

A parte de España, India era entonces el otro rincón donde la rabia contra la política representativa y la corrupción se canalizaba hacia valores históricos de la izquierda como igualdad, justicia o inclusión. El Aam Aadmi Party (AAP), el partido del hombre común, arrasó en las elecciones locales de Nueva Delhi de febrero de 2015 al conseguir 67 de los 70 asientos. “Las mismas emociones que se han utilizado para impulsar políticas basadas en las castas también pueden usarse para impulsar una política inclusiva que estimule a los que antes tenían miedo”, escribían Blair Glencorse y Dipanwita Das, del Accountability Lab. La fórmula contra la ultra derecha, antes de la llegada de Donald Trump al poder, parecía sólida: política desde lo local, transparencia, política hecha por amateurs (no por políticos profesionales), ciudades sin miedo, gente común, los de abajo.

Pocos años después de la cresta de la ola municipalista, la “gente común” continúa en el epicentro de los discursos anti establishment. Algo ha cambiado: los partidos de extrema derecha también están explorando el campo “gente común”. Vox se presentó en un mitin de Orense como un partido de “gente común y corriente”, no de “políticos profesionales”. Un discurso muy similar al que llevó a Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil o a Matteo Salvini a ser el hombre fuerte del gobierno italiano. ¿La nueva política vinculada al ciclo de las plazas, al municipalismo, al populismo de izquierdas, está perdiendo la batalla de la gente común?

Política Nutella. Matteo Salvini, primer ministro italiano, toma tostadas de Nutella todas las mañanas. Come pasta Barilla y chocolate Perugina Bacio. Bebe vino Barolo y cerveza Moretti. Salvini comparte a menudo en redes sociales sus gustos por estas marcas de precios asequibles que forman parte del día a día de la mayoría de italianos. Con una estrategia simple que huye de productos gourmet, Salvini conecta con millones de personas que recelan de las élites y de la clase política. Y construye un espacio de nacionalismo culinario para abonar sus medidas xenófobas y racistas. La campaña política del brasileño Jair Bolsonaro estuvo repleta de alusiones a la “gente común” y a “hombres simples”. Elogió las músicas sertaneja y caipira, despreciadas por la izquierda. Y edificó un turbo-nacionalismo diferente sobre un orgullo identitario de las pequeñas cosas, repleto de símbolos que conectan con las rutinas de millones de personas.

Mientras la ultra derecha mundial sintetiza sentimientos e ideas complejas en imágenes simples, la izquierda se aleja el sentido común con discursos sofisticados. Mientras Trump, Salvini, Bolsonaro o Santiago Abascal moldean una única gran identidad (la nacional), las viejas y nuevas izquierdas se dispersan en las identidades múltiples de las minorías. ¿Pueden las luchas raciales, de género o sexuales unir a la gente común como el nacionalismo? ¿Las identidades múltiples pueden plantar cara a una identidad única, vigorosa y visceral? ¿Como sumar, para que multipliquen, esa luchas de las minorías?

Los últimos movimientos discursivos en la disputa por la gente común revelan dos contradicciones. La primera: aunque la ultra derecha construya su fuerza en hiper liderazgos, huye del súper hombre de masas de los tiempos fascistas. A pesar de que Salvini idolatra al Benito Mussolini que esquiaba a pecho descubierto, construye su estrategia alrededor de un súper héroe de andar por casa, de un personaje forjado a imagen y semejanza del ciudadano de a pie. Bolsonaro se esfuerza por vestir pantalón vaquero y chándal. Trump huye de cualquier sofisticación que recuerde a la élite del neoliberalismo progresista. El todo poderoso súper hombre nietzscheniano que seduce a las masas modula hacia un líder fuerte, casi siempre hombre. Un hombre que intenta hablar, comer y vestir como un ciudadano común. Falsos outsiders que canalizan el sentimiento anti establishment contra los partidos políticos para salvar, entre otras cosas, el capitalismo.

La segunda contradicción: quienes han teorizado más y mejor sobre la gente común desde la izquierda suelen provenir de una élite intelectual. Son percibidos, tal vez con la excepción de Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, como intelectuales distanciados de la gente. La protagonista de la canción Commom People de Pulp que quería “dormir como gente común” era en realidad una griega rica que “estudiaba escultura en Saint Martin's College”. Al final de esta canción, un obrero le canta las cuarenta a la griega-rica-que-va-de-guay: “Fumas algunos cigarrillos y juega al billar / Imaginas que nunca fuiste a la escuela / Pero nunca lo harás bien / Porque cuando estás acostada en la cama por la noche / viendo cucarachas escalar la pared, /si llamas a tu papá, él podría detenerlo todo”. Cuando Santiago Abascal dice “no leo libros, porque soy un hombre de acción”, está hablando para un público específico.

El escrache que la Juventud del Frente Obrero hizo a Iñigo Errejón, candidato a la comunidad de Madrid por Más Madrid, en el madrileño barrio de Hortaleza, venía a decir algo parecido al himno de clases de Pulp: nunca vivirás como la gente común. “Os dedicais a poner parches a un sistema que no se puede parchear, no vais a la raíz del problema y habéis dejado a los trabajadores. La culpa de que haya partidos fascistas es vuestra”, le recriminó un joven a Iñigo Errejón. La escena del escrache encierra, por lo menos, dos lecciones. Por un lado, tenemos a Iñigo Errejón, uno de los políticos que mejor ha estudiado la patria cívica y la evolución del término “pueblo” hacia la “gente”, rechazado a pie de calle. Del otro lado, la Juventud del Frente Obrero, un movimiento que invoca un imaginario de clase popular del que la mayoría de los ciudadanos menos pudientes del Estado español no se siente parte. En medio de un fragmentadísimo tablero de juego en el que todas las subalternidades reivincidan su especifidad y diferencia, la ultra derecha opera con agilidad.

Tras los resultados de las pasadas elecciones, muchos analistas se han apresurado a decretar que España es la excepción. Cierto: la “España viva” de Vox no ha calado como algunos esperaban. Los resultados de Vox, excelentes en ciudades y barrios ricos, proviene en su mayoría, de desencantados del Partido Popular. Y su mensaje épico apenas ha conquistado municipios pequeños y la huerta almeriense y murciana, donde el porcentaje de la inmigración es muy alto. En los entornos urbanos, Vox patina. Sin embargo, conviene mantener la alerta. Vox ha conseguido un voto expresivo en barrios obreros de Madrid: 11,3% de votos en Carabanchel y 13,5% en Tetuán. El vídeo viral del obrero que defiende a Vox debería servir de acicate: aunque Vox no haya conseguido conquistar del todo los barrios más desfavorecidos, no hay que bajar la guardia.

Pensar que, en España, la gente común es sinónimo de clase obrera es un error. El perfil de la gente común atraviesa las ideologías. La gente común española no es necesariamente pobre. Tiene mentalidad propietaria. Abrazó la inclusión por el consumo del desarrollismo tardío español. Se empobreció con la crisis, pero no abandonó nunca su espíritu “clase medista”. En muchos casos, el voto de la gente común es aspiracional: clases medias bajas que votan como si fueran clases medias altas. Por eso, la derecha en su conjunto sigue cosechando muchísimos votos en los barrios populares. El importante flujo de abstencionistas que han votado a Ciudadanos, apenas superado por el PSOE, revela que Albert Rivera está consiguiendo que su mensaje llegue a la gente común.

Épica cotidiana. Hace cuatro años, el municipalismo parecía haber encontrado una fórmula transversal de “los de abajo” contra las élites políticas y financieras: conectar prácticas ciudadanas de resistencia y acción más allá de las ideologías. El populismo de izquierda parecía haber apretado la tecla discursiva apropiada, con metáforas sorprendentes y con un nuevo lenguaje. A día de hoy, intentar “recuperar la ciudad” o “la política” en nombre de la gente parece insuficiente. Por un lado, quienes entraron en la política hace unos años son ahora políticos profesionales. Por otro lado, el populismo de izquierda ha tensado mucho el antagonismo y la polarización golpea ahora con vientos ultra derechistas. La identidad fuerte del nacionalismo se auto proclama el único salva vidas en el páramo arrasado por el neoliberalismo. En España, Vox no ha acabado de encontrar su fórmula. Pero se espeja en una ultra derecha mundial que empieza a conquistar el sentido común de una época anti establishment a golpe de tostadas de Nutella, expandiendo imágenes cotidianas llenas de épica y emoción. Encuentran enemigos y emociones compartidas. Y construyen comunidades de esperanza.

¿Existe alguna receta para combatir el tsunami identitario? ¿Qué símbolo, qué rito, qué lenguaje necesitamos para hacer que la “gente común” sienta que pertenece a algo sin que sea un sentimiento nacional, una clase social o una identidad minoritaria? ¿Cómo visibilizar lo que tenemos en común las víctimas de la crisis?

Mientras encontramos las respuestas, la ultra derecha avanza. Vox no ha fracasado: entra en el parlamento con 24 diputados. Urge encontrar espacios de pertenencias compartidas, construir símbolos colectivos que disputen la energía política a las banderas nacionales. Urge dibujar deseos esperanzados más fuertes que el miedo al futuro. Urge extender los valores de la ola feminista a la vida cotidiana para neutralizar los apelos de la extrema derecha a un “hombre común” que intenta monopolizar el campo “gente común”. Es urgente alejarse de la solemnidad y la grandilocuencia que acompañan a los grandes ideales de la izquierda. Urge tejer una épica de la convivencia, del esfuerzo conjunto de la ciudadanía por estar juntos, por llegar a fin de mes. Y urge abandonar esa superioridad moral progresista que considerará siempre mejor la propuesta cultural de John Coltrane a la de Camela.

De lo contrario, la gente común seguirá bailando, cantándole a la vieja y nueva izquierda, como el obrero de la canción de Pulp, que nunca serán gente común:

You'll never live like common people

You'll never do what common people do

You'll never fail like common people