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La desprotección de los menores víctimas de agresión sexual

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A los Excelentísimos e Ilustrísimos Señores Magistrados de la Sala Segunda de lo Penal del Tribunal Supremo:

Elaboro este escrito por la necesidad de expresar en primera persona unos hechos extremadamente graves que se producen a diario en nuestro país como son los delitos sexuales a menores de edad, para que ustedes y la sociedad conozcan nuestra situación, así como el gran impacto destructor que tiene un delito de este tipo en nuestras vidas, ya que no sólo condicionan a las víctimas para siempre, sino también al resto de familiares.

Mi hermano fue víctima de una agresión sexual siendo menor de edad. Hace doce años dejó de reír. En todo este tiempo, ha perdido aptitudes sociales siendo incapaz de mirar a la cara a la gente que le habla. Apenas tiene contacto con gente de su edad y pasa temporadas encerrado en casa. Ha perdido peso significativamente, ha transformado su manera de vestir con ropas oscuras para pasar lo más inadvertido posible. Todo ello ha contribuido a obtener un mal rendimiento académico, a no poder desarrollarse como una persona de su edad, a no convivir con el entorno y la sociedad que le rodea. En definitiva, a estar perdido hasta tal punto de caer en una profunda depresión y presentar un síndrome de estrés postraumático. Tiempo después de la agresión, comenzó a tener pensamientos de dejar este mundo, comprando incluso la soga para hacerlo. Todo lo sucedido ha creado un impacto tal que no sólo ha transformado su vida sino la de toda la familia, que ha sido condicionada drásticamente por todo esto. Mi madre ha tenido que acudir al médico especialista para que le ayude a gestionar este proceso por la ansiedad que le genera, y yo he condicionado mi vida completamente para ayudarle.

En el caso de mi hermano, los actos delictivos fueron provocados por un monitor de actividades deportivas que está en contacto continuado y permanente con jóvenes. Sabemos y nos consta de manera fehaciente que no ha sido la única víctima. Esta persona se aprovechó de su condición de superioridad como monitor y de las circunstancias personales de vulnerabilidad de mi hermano para doblegar su voluntad, amenazándole con que si no se dejaba se lo contaría a toda mi familia para humillarlo. Estos actos provocaron diferentes heridas y lesiones de orden físico.

De aquello quedan además unas inherentes y graves secuelas mentales y sólo su relato como prueba. Dicho relato está marcado por la gran ruptura mental y física asociada a este evento que es el mayor de los traumas según los expertos. Esto provoca que el cerebro borre momentos, detalles, así como la pérdida de consciencia temporal de lo sucedido, produciendo ciertas incoherencias en su discurso.

Cuando hace ocho años me contó lo sucedido, mi prioridad ha sido ayudarle a recuperarse e incentivarle para que buscara justicia, sin venganza, con las herramientas que el Estado de Derecho nos ofrece. Pero todo esto no podemos conseguirlo con la única ayuda de los familiares. El Estado con todos sus instrumentos debe apoyar y proteger a las víctimas de tan terribles sucesos.  

Por fin, el año pasado, decidió que estaba preparado para afrontar el proceso, con toda la dureza que conlleva. Peritaciones, declaraciones, enfrentarse al qué dirán en el pueblo donde vivimos. Me siento realmente orgulloso por su valentía, pese a la incertidumbre que tenemos porque al haber ocurrido hace 12 años, no disponemos de pruebas físicas, sólo de su testimonio y las secuelas mentales que padece fruto de la agresión. Tras ver la reciente sentencia del profesor del Colegio de Gaztelueta, nos invade un profundo sentimiento de desprotección, inseguridad e incertidumbre, ya que siendo víctimas de un delito tan traumático, no tenemos la tranquilidad de que el Estado de Derecho esté con nosotros. En estos momentos nos sentimos como un barco a la deriva con una gran vía de agua y a la que Salvamento Marítimo le guiña un ojo pero sigue su camino, sin pararse a prestar la ayuda que necesitamos para seguir a flote.

El estado de shock post traumático que sufrió mi hermano tras la agresión sexual, lo bloqueó y generó un profundo sentimiento de culpabilidad que todavía sigue arrastrando. Esto último, según los expertos, es normal en estos casos y le hace actuar de forma distinta en el relato y en sus acciones. Gracias al Manual de Formación de investigación de delitos sexuales he podido aprender sobre muchos de los prejuicios que yo mismo tenía sobre el asunto y que son normales en las víctimas, como el hecho de no poder contarlo, el olvidar detalles, el volver a quedar con el agresor ante la vulnerabilidad e indefensión total de la víctima, etc.

Durante todo este tiempo, con mucho esfuerzo, he tenido que adaptar mi forma de ver las cosas para entender el proceso por el que pasa y lo que siente. Esto me ha hecho ver que es elemental la formación específica para entender a la víctima, aprender y comprender la naturaleza del proceso, del delito, el estado mental de la víctima y por qué actúa así. Todo esto nos hace ver que la percepción de la naturaleza de estos delitos no es integral por parte del Tribunal Supremo, porque exigen a las víctimas una lógica en el comportamiento y de acción de personas sin trauma.

Con este tipo de sentencias, considero que el mensaje que se envía a la sociedad no es el correcto: el de la impunidad de quien comete el delito y el de la desprotección total de la víctima. No podemos exigirle a la víctima de un apuñalamiento que primero vaya al juzgado y luego al hospital, primero tienen que parar la hemorragia, curar sus heridas, recomponerse y luego acudir al juzgado, con sus cicatrices.

Gracias por leerme.

Atentamente, un familiar comprometido.