La COVID-19 ha dado un duro golpe a nuestro orgullo de sociedad rica y ha puesto a cada uno en su sitio. El sistema sanitario ha salido airoso de esta prueba de estrés traumática, pero nuestras debilidades han quedado retratadas: la salud pública, el efecto de los recortes y la rudimentaria coordinación sociosanitaria. También han quedado al descubierto los sitios donde ponemos las prioridades, y resulta que algunas de las cuestiones más visibles no pueden esconderse: el segundo plano en que hemos puesto a la educación y la investigación ha sido evidente, lo primero que se ha cerrado y lo último que se va a abrir. Al lado de esto, ocupa un lugar destacado la experiencia terrible que han pasado las residencias de mayores. Paralelamente, vemos cómo se está reforzando un modelo basado en la telemática, como la telemedicina y la no universidad a distancia, que deteriora la calidad, frente a unos servicios más personales y comunitarios que garanticen accesibilidad y equidad.
La pandemia, que ha sido la primera crisis global del siglo XXI, como ha dicho Joschka Fischer, ha tenido un efecto catalizador sobre dos reacciones de calado: se ha producido una gran aceleración de la transformación digital a distintos niveles de la sociedad; y se está constatando un gran impulso desglobalizador, con la adopción de políticas proteccionistas en muchos países.
El mundo que conocíamos, con el papel hegemónico en el poder global de los Estados Unidos, que se había reforzado todavía más con la caída de la Unión Soviética, se desfigura por momentos y muta en uno multipolar, en el que China, la superpotencia emergente, en una campaña permanente buscando la “normalización”, tiene cada vez más protagonismo. Mientras, la Unión Europea (que está en una posición de debilidad digital significativa en relación con los dos grandes) pugna por encontrar su sitio. Justamente cuando se produce una crisis sanitaria mundial que requiere soluciones globales, Trump retira los fondos a la OMS, un organismo de la ONU, a la que también había atacado anteriormente, lo que lanza un mensaje nítido de política unilateral, pero contribuye a dejar al mundo sin un liderazgo internacional que otros pelearán por ocupar. Por una vez, en esta crisis, el negacionismo que emana de los países gobernados por el populismo ultra ha perdido la batalla frente a la ciencia y los Bolsonaro, Johnson, Trump y Orban, políticos que promueven el odio y separan más que unen, han encontrado en la pandemia su talón de Aquiles y no pueden ejercer un liderazgo en condiciones. La crisis, que es global, ha dejado claro que no hay otra manera de responder que reforzando una gobernanza global, otorgando un papel imprescindible a la OMS y el ECDC (centro europeo para la prevención y control de enfermedades).
En esas tres áreas del mundo (USA, China, UE) acontecen muchos de los eventos que conforman el escenario del futuro geopolítico y también, todo hay que decirlo, de algo que se parece mucho a una distopía digital, en la que la proliferación de las aplicaciones de Internet está colonizando cada vez un perímetro más amplio de nuestros movimientos. Veamos: la información y el debate público se sustituye por la teoría de la conspiración, las fake news y el odio; la participación democrática y la sociabilidad por el personalismo, la sociofobia y el consumo digital; el trabajo en equipo, la conciliación y la desconexión por el trabajo telemático sin horario; la enseñanza y la universidad por la no universidad a distancia (implantada autoritariamente para mayor gloria de Microsoft Teams, Zoom y Google); la sanidad y la relación terapéutica por la telemedicina, la tecnología y las aplicaciones de geolocalización; el envejecimiento activo y la protección sanitaria de las residencias por el menosprecio de la pobreza y la vejez (Zygmunt Bauman).
Hoy ya tenemos datos para saber que la distancia física temporal del confinamiento se ha convertido en una mayor distancia social con la brecha digital y telemática. En el sistema sanitario, el seguimiento telemático y telefónico de pacientes, o las gestiones burocráticas para evitar el colapso sanitario o el contagio, se intentan consolidar como una alternativa a la relación terapéutica personal, física, cuando esta es insustituible, salvo que se acepte y/o pretenda un deterioro de la calidad y la equidad de la atención. También conocemos el impacto del confinamiento en todos los niveles de la enseñanza, el deterioro de la calidad, la pérdida de sociabilidad, las dificultades para realizar las evaluaciones, y en especial la desventaja que supone para los alumnos que necesitan más apoyo y que tienen menos medios o no tienen cultura digital.
En definitiva, los efectos de la digitalización desmesurada empiezan a estar a la vista. Utilizaremos el fondo de la pandemia y las tres áreas para columbrarlo.
China
Todos los observadores le otorgan un papel puntero en el futuro de la digitalización y la inteligencia artificial. En esta línea, ha desarrollado técnicas de control digital, como el reconocimiento facial, de una manera muy invasiva, y un sistema de carnet de puntos basado en el big data para calificar el “civismo” de los ciudadanos. Sus primeros pasos durante el principio de los contagios en Wuhan fueron titubeantes, pero luego sus métodos de contención incluyendo los tecnológicos fueron agresivos: geolocalización más confinamiento en su grado máximo. Con el liderazgo más autoritario de las últimas décadas, como dice Andrea Ricci, y a pesar de no ser una democracia, se ha instalado entre el multilateralismo y el 5D, y está intentando ocupar el hueco que dejan los Estados Unidos en cooperación y solidaridad en muchos países. Ahora, tras la gran crisis de la pandemia, en todo el mundo rico se habla de la necesidad de relocalizar para reducir la dependencia de China. Veremos.
Estados Unidos
Mantiene un poderío digital inigualable. Las mayores compañías tecnológicas son americanas. Está en una encrucijada. Y en plena ola (mundial) de movilizaciones por la muerte de George Floyd. Las elecciones de noviembre de este año (2020) jugarán un papel muy importante en la influencia que va a tener en el mundo, porque no es lo mismo una Casa Blanca con Biden que con Trump, con todo el descrédito que arrastra. (Contrariamente a lo que cabría esperar, la influencia de China en el mundo ha crecido durante el mandato de Trump.) En cualquier caso seguirá impulsando la guerra comercial con China, el proteccionismo y el cierre de fronteras. Veremos cuánto de todo esto se queda en retórica. Durante la pandemia, sus casi 30 millones de personas sin seguro médico le han pasado factura, se ha esforzado por echar balones fuera y su enemigo declarado ha sido China (“the chinese virus”; se ha esforzado en apuntar en muchas de sus apariciones públicas). Ha utilizado su ofensiva contra la OMS como tapadera de la crisis de desigualdad social y sanitaria, resumida en el racismo y el negacionismo. Ha perdido la partida de la respuesta sanitaria y de salud pública con los recortes del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EEUU; y le queda solamente la competencia por la vacuna. Su insistencia por retomar la actividad normal y su guerra contra el confinamiento e, incluso, contra el uso de las mascarillas no son sino ejercicios de negación que buscan que la población se olvide del coronavirus, como escribe Krugman en sus artículos. Su pelea interna con los gobernadores y la externa con la OMS han sido una muestra de impotencia y de falta de liderazgo. La eterna historia.
Unión Europea
Muy por detrás de los dos gigantes en innovación tecnológica. La izquierda debe asumir que la ciencia y el desarrollo tecnológico deben formar parte de su patrimonio; y entender que no se desarrollan solas. Por eso debemos abrir ese debate. No hay duda de que las deslocalizaciones del neoliberalismo global nos han hecho vulnerables: al principio de la pandemia no teníamos capacidad de hacer pruebas diagnósticas a los sospechosos, no podíamos repartir mascarillas, los hospitales no tenían camas suficientes, no había respiradores. En la UE, solamente Alemania ha mantenido musculatura industrial. Con la crisis nos hemos quedado desnudos y se ha puesto de manifiesto nuestra delgadez. Ha quedado claro que es asumir un gran riesgo seguir dependiendo de China para deslocalizar y abaratar los productos estratégicos. Sin embargo, después de las dudas iniciales, se ha logrado una respuesta social y de reactivación común muy diferente al fracaso de la austeridad ante la crisis económica de 2008. Se ha pecado inicialmente de exceso de confianza, pero el confinamiento y la respuesta sanitaria han demostrado que las democracias y el Estado del bienestar responden con eficacia a las crisis. La Carta conjunta de Macron, Merkel y Sánchez frente a una futura pandemia intenta corregir la falta de unidad y coordinación europeas en materia de registro de datos, contratación común y producción de bienes sanitarios. Pensando en la Europa de los ciudadanos, es esencial continuar con el avance en el Estado de bienestar y que se hagan progresos en la lucha contra la desigualdad y por los derechos civiles: la universalización de la sanidad, el acceso a la universidad, la investigación y la digitalización (el proyecto Gaia X); y se combine esto con derechos como la privacidad y la protección de los datos personales. Es preciso avanzar en una respuesta coordinada de salud pública con mayores competencias para el ECDC, y también en investigación, y en el desarrollo de una aplicación informática respetuosa con la privacidad y los derechos para el seguimiento de los contactos. Como nota pintoresca, se ha anunciado con insistencia desde los primeros momentos de la pandemia una aplicación digital de seguimiento de contagios que tendría un cierto patrocinio de la Comisión Europea, y que todavía no ha conseguido ponerse en marcha. Estaremos atentos.