El lunes 19 de diciembre el embajador de Rusia en Turquía, Andrei Karlov, era asesinado a manos de un policía turco infiltrado en la rueda de prensa que ofrecía el diplomático ruso. Paradójicamente, el evento que se presentaba era una exposición fotográfica en Ankara llamada Rusia, vista por los turcos.
Tras disparar al embajador, el asesino tuvo ocasión durante 33 segundos de poder emitir ante las cámaras de TV un discurso verbal y gestual (interesante de analizar) con gritos de “Allah u Akbar”, “nosotros morimos en Alepo, tú mueres aquí”, etc.
Parece que nadie del Gobierno turco recordó pulsar el botón rojo de activar la férrea censura que Erdogan aplica a Turquía con el cierre constante de televisiones, medios y redes sociales. Tampoco nadie de la seguridad del estado recordó subir la protección al diplomático ruso, incluso después de que desde hace semanas el consulado ruso en Estambul o la embajada rusa en Ankara hayan sido objeto de manifestaciones de turcos nacionalistas e islamistas protestando por la participación de Rusia en la batalla de Alepo-este.
Nos quedaremos sin conocer los motivos que llevaron al policía de las fuerzas especiales turcas Mevlut Mert Altintas a cometer el crimen, ya que parece que la seguridad turca acabó con su vida –según la única foto existente cenital y lejana– de un abatido Altintas con manchas de sangre por el piso. El asesino, tras cumplir su objetivo de matar al embajador, no parecía querer coger ningún rehén, disparar o amenazar a las personas presentes en la sala, a pesar de lo cual, la foto distribuida por la policía turca le muestra acribillado por multitud de balas.
La obvia identidad de este policía de las fuerzas especiales impidió a Turquía utilizar su habitual retórica de culpar de este crimen a los kurdos. Una alternativa era la que rápidamente utilizó el alcalde de Ankara, Melih Gökçek: afirmar que el asesino era Gulenista (de Fethullah Gülen, el millonario turco asentado en EEUU acusado por Erdogan de estar detrás del chapucero intento de golpe de estado en Turquía en el mes de julio), y que además el agente estaba vinculado a los grupos radicales turcomanos en Siria que asesinaron a uno de los pilotos rusos del caza Su-24 derribado por Turquía en 2015 (los dos pilotos saltaron en paracaídas y uno de ellos fue tiroteado mientras descendía al suelo por estos grupos extremistas que operan en Siria y llevan siendo apoyados por Turquía toda la guerra).
El relato del Alcalde de Ankara buscaba unir de forma exótica dos elementos: un enemigo interior gulenista culpable de un dos por uno (asesino del embajador y del piloto ruso), y así intentaba que las reconciliadas relaciones con Rusia sobre Siria no se vieran afectadas. Otra narrativa ha sido la de muchos turcos progubernamentales que han llamado al policía “mártir”.
En realidad tanto el alcalde Gökçek acusándole de amigo de los grupos extremistas que operan en Siria, como los internautas turcos nacionalistas que le llamaron “mártir”, describen al policía homicida con parte de razón bajo su marco ideológico. El alcalde olvidó decir que en realidad todo el estado turco es amigo y cómplice de muchas bandas yihadistas-salafistas de Alepo y toda Siria (tengan la etiqueta intercambiable que tengan, Brigadas Sultan Murad, “Ejército Libre Sirio”, ISIS, Al Nusra y otras).
Al margen de si actuó bajo órdenes o en una decisión personal, el policía Mevlut Mert Altintas es un producto lógico de la deriva dictatorial, represiva y chovinista de Erdogan en los últimos años. Erdogan ha radicalizado a sus fuerzas de seguridad, a su partido AKP, y a mucha parte de la sociedad turca en un nacionalismo extremista a la vez que ha acelerado la islamización del estado turco. Ha creado un cuerpo militar y parapolicial privado –tipo Blackwater/Academi– llamado SADAT al que ha entregado gran parte del poder de las fuerzas de seguridad turcas. Ha creado milicias juveniles extremistas –aglutinadas en torno a las mezquitas del país– con similitudes a las juventudes hitlerianas y entrenadas por exmilitares que están ahora bajo la nómina de SADAT. Ese radicalismo inoculado a la sociedad turca ha llevado a que en las escuelas del estado se hagan cánticos takfiríes.
Las cloacas del estado turco llevan años adiestrando a sus fuerzas de seguridad y paramilitares de extrema derecha (modernos Lobos Grises) en dos frentes de batalla: en la guerra de Siria y en la guerra al pueblo kurdo y opositores políticos.
En la guerra interior, el ejército de Erdogan detiene o “desaparece” a decenas de miles de opositores políticos, periodistas, maestros o jueces, y arrasa impunemente ciudades del Kurdistán turco con sus soldados realizando pintadas racistas en los muros de las casas o al son de cánticos extremistas otomanos o takfiríes. Ejecutar a sangre fría a dos prisioneras kurdas detenidas es sólo una gota de agua en los crímenes de guerra masivos realizados por Turquía en Kurdistán consentidos por occidente. Incluso pagados generosamente con 6.000 millones de euros europeos a cuenta de la crisis de los refugiados.
En el otro frente de batalla, la guerra en Siria, Erdogan apoya activa e indistintamente a ISIS y a otras bandas extremistas (llamadas “rebeldes moderadas” en occidente) incluso aunque ideológicamente tengan unas y otras ciertas diferencias (unas más pro-saudíes y otras pro-turcas). Ahora Turquía intenta lavar su imagen internacional invadiendo-ocupando parte del territorio sirio y queriendo dar la impresión de que el ejército turco desde dentro de Siria, junto a milicias criminales recicladas, combate mano a mano a ISIS en la provincia siria de Al-Bab.
En realidad su único objetivo es impedir la reconquista total kurda del norte de Siria a ISIS y otros clones del Estado Islámico. Y para lograrlo Erdogan llegó a un entendimiento con Putin hace unos meses: Turquía entregaba Alepo a cambio de que los grupos armados de esa ciudad se reubicasen en Idlib, pero sobre todo, se trasladasen a la zona de Jarabulus-Al-Bab para atacar junto al ejército turco a los kurdos-sirios.
Tras el acuerdo tácito o explícito de Turquía con Rusia, la victoria en Alepo por el ejército del gobierno sirio y sus aliados ha sido veloz. Como contrapartida Assad se mantiene a la espera de qué determinan Putin y Erdogan tras su tibia protesta inicial por esas tropas turcas al norte de Siria, y tras un par de bombardeos de la aviación siria al ejército turco, que no olvidemos pertenece a la OTAN. ¿Quizá el resultado puede ser una nueva situación de ocupación permanente neo-otomana como la de Israel en los Altos del Golán?
Por su parte los kurdos-sirios, además de sufrir los ataques turcos en Al-Bab y otras zonas, saben que la intención de Turquía es evitar que los kurdos expulsen completamente a los grupos terroristas e intentar aplastar el nuevo modelo político y social de convivencia democrática comunalista, multiétnica y antipatriarcal que están extendiendo en el norte de Siria. Además acusan a Ankara de estar cambiando la demografía de esta provincia siria asentando miles de personas turcomanas iraquíes y otomanizar escuelas o al Ayuntamiento de Jarabulus con banderas turcas y retratos de Ataturk.
Por eso el policía asesino Mevlut Mert Altintas representa a una generación de jóvenes alimentados en ese hipernacionalismo de extrema derecha religioso turco que busca revivir un nuevo imperio otomano. Y por eso el alcalde de Ankara tiene razón en que el policía asesino tiene vínculos con los extremistas de Siria. Y por eso también es lógico que sea un “mártir” para la población turca que ha sido fanatizada por Erdogan. Altintas es ambas cosas a la vez en la tipología ideológica actual del estado turco. Es una pieza fabricada en la factoría del AKP, SADAT, Lobos Grises, ejército turco, policía turca y Erdogan. Esa maquinaria actúa como un Viktor Frankenstein generando asesinos profesionales con una oratoria y puesta en escena como la que desplegó Altintas ante las cámaras de televisión.
Muchos extremistas turcos han visto como una traición del propio Erdogan el abandono de Alepo por Turquía y la salida de sus grupos radicales de la ciudad. Alepo siguen considerándola suya los imperialistas otomanos, igual que Mosul, y sobre ellas Ankara quiere tener capacidad de decisión. Erdogan puede ser capaz de inhibir algo sus ideas, y con pragmatismo táctico pactar con los rusos. Pero un turco que ha sido fanatizado sin retorno por el propio Erdogan no dudará en usar su pistola (bajo órdenes o a iniciativa propia) ante un embajador ruso. Y con el respaldo de la impunidad internacional mucho menos dudará en usar su pistola ante la población kurda que defiende una alternativa realmente democrática a los gobiernos existentes hoy en Siria y Turquía.