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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Hemos entregado nuestro hogar a los cazadores furtivos

Todos los amantes de la naturaleza somos africanistas. Más allá de su impresionante biodiversidad, nada de lo que ocurre en nuestro continente de origen, el lugar donde el ser humano echó a andar, nos es ajeno. Por eso llevamos tan mal la alta traición que estamos cometiendo con África.

De todos los libros que despertaron mi pasión por ella destaco El primer antepasado del hombre, de Donald Johanson, donde el gran paleoantropólogo norteamericano narra el hallazgo de Lucy: el famoso esqueleto de australopiteco descubierto en Etiopía y datado en más de tres millones de años.  

“La mañana del 30 de noviembre de 1974 me desperté al amanecer, como suele sucederme cuando estoy en una expedición sobre el terreno”. Así arranca el relato de una jornada que cambiaría para siempre nuestra historia: la historia del ser humano.

Hacia el mediodía, cuando el termómetro se disparaba ya por encima de los 40 grados, Johanson se desplazó junto a un estudiante, su compatriota Tom Gray, a explorar la Localización 162 del yacimiento arqueológico de Hadar, en el Valle del Rift.

“No sé decir por qué pero cuando me subí al Land-Rover tuve la sensación de que iba a suceder algo extraordinario”. Y sucedió. El hallazgo del fósil clasificado como AL 288-1 y bautizado como Lucy por ser identificado mientras sonaba la famosa canción de The Beatles en el campamento, demostró que África es el hogar común de la humanidad.  

He querido empezar con este apunte antropológico antes de comentarles el penúltimo episodio del saqueo de la naturaleza africana porque creo que es necesario dar el debido contexto a lo que allí está ocurriendo.

Porque lo que ocurre es que, tras años de constante expolio, cansados de jugar al Monopoly en su mapa de absurdas líneas rectas, hemos dejado el continente africano, nuestro hogar, en manos de los cazadores furtivos.

En los últimos años he dedicado varios apuntes a narrarles la guerra mundial contra la fauna salvaje que está teniendo lugar en África, donde las mafias de la caza furtiva, directamente conectadas con los grupos terroristas, los traficantes de armas y sus corruptos mandatarios, se han hecho con el verdadero poder y campan a sus anchas sin que nadie les tosa.

También les vengo informando puntualmente de los constantes asesinatos de los rangers o guardas forestales que velan por la conservación y custodia de la fauna africana incluso en el interior de los parques nacionales. Unos asesinatos que a raíz de la epidemia de la COVID-19 y el abandono absoluto de las autoridades gubernamentales está degenerando en ejecuciones masivas.

La última tuvo lugar el mes pasado en el Parque Nacional de los Virunga, considerado por muchos como la Capilla Sixtina de la fauna africana, cuando un grupo de asaltantes armados asaltó el cuartel general de los rangers en Rumangabo (Congo) matando a 17 personas de las que 13 eran guardas.   

Nada de lo que ocurre en África escapa a la supervisión y el control de las mafias de la caza furtiva, cuyos capos dirigen las operaciones a miles de kilómetros de distancia.

Existen varios documentales de televisión que dan buena cuenta de lo que está ocurriendo en África con los furtivos. Lo último en llegar a nuestras pantallas es la gran película de Jon Kasbe When Lambs Become Lions una historia rodada en Kenia que sume al amante de la naturaleza en la impotencia y la desesperación aunque nos deja un cierto hálito de esperanza.

La película, con una cuidada escenografía y un excelente hilo narrativo (quizá demasiado elaborado para ser un documental), muestra la miserable situación que atraviesan los guardas forestales que intentan salvar a los últimos elefantes africanos de los furtivos: sin cobrar ni poder atender a sus familias, mal equipados, hambrientos. Todo mientras en su entorno más próximo ven prosperar a los furtivos.

Unos furtivos que, como bien denuncia el filme, no son más que marionetas rotas a manos de los verdaderos saqueadores de la biodiversidad africana: los compradores de la mafia internacional del marfil. Unos personajes siniestros cuya voz no nos deja escuchar el director, aunque como bien señalaba en su crónica del estreno un colega del Guardian “se intuye que procede del lejano oriente”. Debo confesarles que yo acabé llorando de rabia, pero les recomiendo que si tienen la posibilidad, no se la pierdan.