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Escaparates, pinchazos y monstruos

19 de agosto de 2022 22:51 h

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Según cuenta la leyenda, desde que el tiempo es tiempo existe un monstruo en España que habita en las sombras para acechar a las mujeres. Algunos afirman que las selecciona por su físico y se muestra exquisito, otros en cambio que se conforma con cualquiera porque le puede el hambre. Cuando localiza a su objetivo la persigue en un principio con discreción. Después, se deja sentir para que el miedo vaya alterando a su presa. ¿Quién se había creído ella para adentrarse en su territorio? Al aburrirse de la persecución pone fin al juego y se lanza al ataque.

Empujados por la ciudadanía para acabar con la violencia que el género femenino sufría a causa del monstruo, los políticos se vieron en la necesidad de buscar respuestas. No se podía dar caza al monstruo porque se reproducía más rápido de lo que pudiera parecer y no había opción tampoco de intentar convencerlo para que cambiara el objeto de sus obsesiones y dejara en paz a las mujeres. A fin de cuentas era su naturaleza y contra la naturaleza no se puede hacer nada. El monstruo solo habitaba en la oscuridad, así pues, a un político de derechas se le encendió una bombilla sobre su cabeza, nunca mejor dicho. Pactarían con él un reparto del espacio, la humanidad viviría en la luz y el monstruo tendría vía libre para saciar su hambre en la oscuridad. Como ya se ha hecho con tantas otras especies, la clave estaría en limitar los espacios por los que el monstruo se podía desplazar, destruir su hábitat lo destruiría a él. Por tanto, se acabaron las sombras. Se acabó la oscuridad. Que la sociedad aporte por la noche la misma cantidad de luz que el sol nos aporta durante el día y estaríamos a salvo. Dejar de ver las estrellas y disparar el consumo energético solo es un pequeño daño colateral si queremos mantener seguras a nuestras hermanas, madres e hijas. Claro que en ocasiones seguirían cayendo víctimas del monstruo, culpa de ellas que eran poco precavidas, iban borrachas, drogadas, solas o directamente jugaban a provocarlo. Tampoco cesaron las mujeres que caían ante el monstruo en sus propias viviendas puesto que no puede nadie asegurarse de que en todas las casas haya siempre una lámpara encendida y, una vez más, contra la naturaleza del monstruo no se puede hacer nada.

Y ahora, justificándose en una crisis climática y en no se qué guerra lejana, se le ocurre a cierto gobierno socialdemócrata que quizás haya que limitar las horas que los negocios cerrados y algunos edificios públicos puedan tener encendida su iluminación. ¿No han aprendido nada? ¿Es que no saben que los escaparates son la única línea que separa a las mujeres del monstruo?

Como cuento parece funcionar, pero resulta sangrante leer las críticas que desde la derecha se han hecho al plan de ahorro energético que ha lanzado el gobierno presidido por Pedro Sánchez. Especialmente aquellas que hacían referencia a la seguridad ciudadana en general y de las mujeres en particular. Ejerciendo de oposición se asume, tristemente, que la principal tarea que tienes si aspiras a llegar al poder es la consistente en señalar la hipocresía del Gobierno. Más que presentar una propuesta alternativa de país y presentar lo que pueden aportar en los temas que de verdad les interesan, se centran en cuestiones que jamás les supusieron ningún interés solo para mostrar a la ciudadanía cómo el Gobierno está fallando a sus propios principios. Es esa misma premisa bajo la cual operan los políticos que desde la derecha tradicional y la ultraderecha populista han recurrido al feminismo para cuestionar el decreto de ahorro energético que este mes de agosto se enfrenta a su posible convalidación en el Congreso de los Diputados. Para Isabel Díaz Ayuso «el decreto va contra el comercio, el turismo y la sensación de seguridad». Para Marta González, coordinadora de políticas sociales del PP en el Congreso, las medidas que se están discutiendo pueden tener consecuencias «muy negativas en relación a la seguridad de las mujeres en las calles», centrándose en particular en la violencia de género y las agresiones sexuales.

Resulta evidente que el contenido de la propuesta de ahorro energético del Ejecutivo no es el problema. Distintos gobiernos europeos de izquierdas y derechas defienden medidas similares con el apoyo de Ursula von der Leyen, la principal política a nivel europeo que tienen en su bando a los conservadores del Partido Popular Europeo. Se trata del enésimo caso de «no porque no» que a estas alturas no debería sorprendernos. Sin embargo, puestos a ser ambiciosos han querido usar la carta del feminismo para atacar al gobierno de España con una de las principales banderas de las que hace gala. Lo que parece una estrategia inteligente se transforma en torpeza cuando visibiliza las ideas que tienen sobre la seguridad de las mujeres y la violencia de género así como la incapacidad del neoliberalismo de abordar estas cuestiones.

Existen una serie de problemas sociales a los que desde las ideas conservadoras sencillamente no es posible ponerles fin. El cambio climático no tiene solución desde la derecha porque el crecimiento sin fin del capitalismo es incompatible con la vida en un mundo con recursos limitados. Pensar que el híper-productivismo neoliberal aplicado al I+D+i terminará por resolver la crisis climática en el último momento no es más que el deseo fantasioso de un Deus ex machina que por desgracia no va a ocurrir.

La subida constante del precio de la luz no se puede solucionar desde el liberalismo. “¡Que se bajen los impuestos!”, decían desde el PP y así se hizo. Las eléctricas siguieron subiendo el precio y convirtieron en beneficio privado lo que antes era recaudación pública. “¡Qué se bajen más todavía!”, dicen ahora.

Tampoco la pandemia del COVID-19 (o cualquiera que venga después) tiene una solución de derechas. La aplicación del “sálvese quien pueda” liberal no hizo más que costar más vidas. Por no hablar de aquellos que se dedicaron a hacer negocio con las mascarillas a base de comisiones o lo diferente que habría sido todo si se hubieran liberado las patentes de las vacunas conforme se han ido descubriendo.

Al igual que en estos temas, no existe respuesta desde la derecha que elimine la violencia de género. Creen que puede nacer un problema para las mujeres si a cierta hora de la noche se apagan los carteles y escaparates de comercios cerrados. ¿No había ya un problema de seguridad? Parten de la idea de que el libre mercado es la solución a todos los problemas y que, por lo tanto, allá donde se encuentre un escaparate encendido no habrá violencia. Como si los agresores sexuales solo habitasen en las sombras como en el cuento con el que empieza este artículo. No se pueden sostener a estas alturas los posicionamientos que consideran a quienes ejercen violencia machista como monstruos o locos. No son criaturas de historias de terror con largos apéndices con los que dan picotazos y te inyectan su veneno, son hombres con jeringuillas en discotecas. Tampoco está en su naturaleza agredir, violar ni matar, todo ello ha sido aprendido.

El relato de la inseguridad de las mujeres que se está lanzando desde sectores de la derecha es infantilizador. Las reduce al papel de víctima, de princesa en lo más alto de la más alta torre que necesita ser rescatada por un comerciante de brillante armadura de luces de neón.

Estamos ante un discurso que responsabiliza a las victimas de violencia de género. ¿Por qué ibas sola? ¿Por qué ibas borracha? ¿Por qué sales a la calle de noche? Al mismo tiempo, quita toda responsabilidad que tiene el género masculino. Justo por eso no tiene solución desde su perspectiva. Es imposible plantear un futuro en el que deje de estar presente esta violencia sin atender a lo que lleva a un hombre a ejercer violencia contra la mujer. Sin abordar la masculinidad, los procesos de socialización masculina o la relación de los hombres con la violencia lo único que hacemos es responsabilizar a las mujeres de sus propias violaciones instándolas a vivir con miedo y poniendo fronteras cada vez mas estrechas a su libertad. Seguimos sin discutir la naturaleza del monstruo.