El reciente gesto de la diputada Bescansa de llevar a su bebe al Congreso y amamantarlo ha generado un aluvión de polémicos comentarios en los medios tradicionales y en las redes sociales. Se han desarrollado todo tipo de argumentos conectados con la necesidad de dar relevancia pública a los problemas de conciliación a los que millones de ciudadanas se enfrentan a diario, sobre los modelos de crianza, sobre la falta de implicación de los hombres, sobre las largas jornadas laborales que padres y madres sufren en España. Debates necesarios y que aplaudo.
Sin embargo, las implicaciones de este gesto respecto a su simbología política han pasado desapercibidas. A pesar de que en esta XI legislatura el nuevo Congreso incluye a más mujeres que nunca (un 40% frente a menos del 10% de las primeras legislaturas), no debemos olvidar que en el terreno político los hombres siguen siendo mayoría. Y aunque haya cambios relevantes, cuesta incorporarlos.
Las mujeres que deciden dedicarse a la política deben superar más obstáculos que los hombres. Un estudio reciente sobre la carrera política de diputados de todo el mundo realizado por la organización Women in Parliaments muestra que las mujeres políticas (y en comparación con los hombres) tienen por término medio menos hijos, suelen estar solteras o divorciadas en mayor medida, tienen mayores niveles de formación y más edad. Entre los distintos obstáculos a los que se enfrentan las mujeres que aspiran a hacer carrera política existe uno sutil sobre el que no se habla pero que opera de forma silenciosa. Se llama estereotipo y rema contra las mujeres.
Los estereotipos de género son concepciones sobre los roles, las características y los comportamientos más típicos de hombres y mujeres. Los estereotipos femeninos dibujan a las mujeres como emocionales, empáticas, cuidadoras, conciliadoras mientras que los hombres aparecen como competitivos, luchadores, preparados, seguros de sí mismos. Los estereotipos masculinos aventajan a los hombres en el terreno político porque se adecuan más a la idea de político tradicional a la que la ciudadanía está acostumbrada.
No está claro el efecto que estos estereotipos pueden tener en la percepción que los votantes poseen de las candidatas en unas elecciones. Si la ciudadanía piensa que las mujeres tienen menos capacidad de liderazgo, o son demasiado emocionales como para dedicarse con profesionalidad al mundo de la política, entonces es poco probable que veamos alguna vez a una presidenta del Gobierno.
No se sabe si estos estereotipos afectan a la percepción que todos los ciudadanos tienen de las mujeres políticas, o solamente a las generaciones mayores, que se socializaron en un modelo de sociedad donde la presencia de mujeres en política era anecdótica. Sin embargo, investigaciones recientes en el campo de la psicología muestran que la gente utiliza los estereotipos para juzgar a los demás especialmente cuando los mismos se activan a través de los medios de comunicación o las redes sociales.
El gesto de la diputada Bescansa alienta un necesario debate sobre los problemas de conciliación en España. Pero no olvidemos que este gesto también puede alimentar los estereotipos de género tan presentes en nuestra sociedad. Echo de menos que sea noticia la paternidad de los diputados y sus problemas de conciliación, la contundencia y profesionalidad con la que responsables políticas afrontan decisiones complicadas, el peinado de un candidato en un debate, las aficiones deportivas de las candidatas. Si queremos ver algún día a una mujer presidenta, los medios y los políticos deberían estar más atentos y no contribuir a activar los estereotipos de género que tan difíciles resultan de neutralizar.