Ante la convulsión que está azotando el planeta con este final de 2016, que ha decidido abrazar un nuevo populismo que encarnan hoy Trump, el proceso del Brexit, derivas como la de Erdogan en Turquía, Putin en Rusia o Marine Le Pen en Francia, nada mejor que apelar con el título de este artículo al optimismo de los Rubaiyat de Omar Khayyam.
Khayyam, poeta persa del siglo XI-XII, que cantó a la vida y a sus placeres, si nos siguiera por Twitter nos recomendaría que le leyéramos en vez de airear tanto lamento estéril en esta Europa en crisis social, moral y existencial.
Y es que frente a este mundo de la post-verdad que circula en la mayoría de grandes capitales y todo lo que les rodea, no queda más que ofrecer una alternativa creíble, política y socialmente, a muchísimos ciudadanos que se han quedado huérfanos del sueño europeo.
Un proyecto de esperanza a una sociedad que tiene la percepción de verse arrastrada por un cocktail en forma de tsunami en el que se mezcla la profunda desigualdad en materia de ingresos con una globalización galopante desbocada y una tecnología que acelera el paso del planeta sin atender a quien no puede seguir. Y eso acaba produciendo perdedores del sistema dando paso a monstruos como la victoria del outsider Trump.
Y en un mundo veloz que genera miedo, la inmigración es una arma añadida y arrojadiza contra los fantasmas de los más frágiles. Y mientras, plazas como Londres, París, Washington y Berlín defienden a los mercados desde un establishment que promete tanto, pero que ha dejado de ofrecer un relato de esperanza para mucha gente. No hay que engañarse, hoy Europa no seduce.
Como ven, no he nombrado la capital de la UE, Bruselas, porque sigue en crisis existencial, como bien dijo Jean-Claude Juncker en el discurso de la Unión el pasado mes de septiembre, copiando a Jean Pisani-Ferry. A Europa le urge despertarse de una vez, levantarse del diván y dejar de jugar a la defensiva con objetivos intermedios que en estos años, en esta década perdida como bien ha escrito recientemente Joseph Stiglitz, no han sido más que recibidos como un insulto para los ciudadanos y ciudadanas de la Unión.
Ante semejante dejadez de funciones y con situaciones sonrojantes como la gestión de la crisis de los refugiados, volvamos a la casilla de salida del 2006, antes del inicio de una década que se nos ha escapado, y tras el fracaso de aquel proyecto de Constitución que se lanzó el 18 de junio de 2004 y se estrelló un año más tarde en dos referéndums en Holanda y Francia. La Unión será lo que queramos hacer de ella. Y por ello hay que empezar por refundar su gobernanza, a partir de valores comunes, principios que encajarían en una nueva Carta Magna que refundaría nuestra Europa a partir de un nuevo contrato social de los europeos que deseen formar parte de este nuevo proyecto. Nueva gobernanza con un nuevo contrato social basado en cuatro grandes ejes, que permitan reconstruir esta Europa herida por la desigualdad, la austeridad y el creciente populismo.
Primero. Un nuevo contrato para devolver la coherencia social a una Unión que es universal gracias a su diferencia, pero sobre todo gracias a su solidaridad, valores y mejora del bienestar y el empleo de calidad. Por tanto, una moneda común, pero también un proyecto social común generador de igualdad, solidaridad y mejores condiciones de vida. Un contrato social y político para volver a confiar en un proyecto que es el más utópico de los que jamás se hayan construido en Europa a lo largo de los siglos.
Segundo, un nuevo marco para un verdadera economía social y de mercado, capaz de hacer converger la política para ponerla a la par con la dictadura de los mercados, y por supuesto sumando a la globalización desde una perspectiva de sus ciudadanos, antes que de los valores bursátiles. Que la política vuelva a ser protagonista es una urgencia, sobre todo en un momento en que la economía parece ser la única y todopoderosa dictadora de la agenda. Sin política, gobernados por los mercados, mucha gente huérfana se aferra a salvavidas populistas que van contra el proyecto europeo.
Tercero, un nuevo compromiso de los europeos con el planeta, con el medio ambiente, con el cambio climático, con la tecnología y la innovación. Una Europa de parte del planeta, del crecimiento inteligente y sostenible, una Europa sostenible y verde.
Cuarto. Además, una Europa que hable a sus ciudadanos y que se explique ante el mundo. Y por ello reivindico con fuerza la idea de la cultura europea común, expresada en unos medios de radio y televisión públicos europeos, que expliquen lo que hace Europa a los europeos, pero también al mundo. Cadenas como Arte o EuroNews son dos instrumentos formidables a nuestro alcance, como también lo son el cine, el teatro, la literatura y el arte en general. Expliquemos a los europeos que tenemos un proyecto común por refundar, expliquemos al mundo que Europa no va a estar con los nuevos populismos, que vamos a despertar de una vez, que vamos a dejar de lamentarnos y que, tras esta década perdida, construiremos una Europa mucho más solidaria, mucho más social, mucho más sostenible, mucho más abierta, que va a explicarse al mundo mucho mejor. Somos una potencial cultural, debemos explicarla porque nos hace más fuertes y nos une.
Hay un nuevo contrato social por tejer. Esta década perdida, que parece más amenazante que nunca, nos reclama optimismo y mayor política exterior común para combatir la percepción de que las fronteras interiores y nuestra soberanía ya sólo las pueden defender unos políticos que están construyendo una Europa insolidaria, del odio y del populismo, porque el relato de la ilusión se ha quedado atrapado entre el déficit, la deuda y la prima de riesgo. Seamos honestos, Europa tiene uno de los grandes retos globales para seguir siendo faro de un planeta que afronta momentos inciertos, pero al mismo tiempo tiene un pésimo relato de futuro al margen de la gente, al margen de los retos del siglo XXI. Cambiemos el rumbo ya y volvamos a poner Europa al servicio de sus ciudadanos.
Europa siempre se ha construido con dos pasos adelante y uno hacia atrás. Ahora estamos en un momento complejo, con unas elecciones francesas amenazantes para el futuro europeo y que ponen en jaque el presente y el futuro del proyecto europeo, y que darán paso a las alemanas.
Seguramente, nadie lo duda, la dificultad es extremadamente grande. Devolver la ilusión al proyecto europeo es crucial ante la magnitud de las señales de alarma, pero si la socialdemocracia del siglo XXI quiere volver a ocupar el espacio que ha perdido entre la ciudadanía debe recomenzar por refundar Europa.
La tarea es apasionante. Porque el reto es devolver esperanza y confianza por repensar ese nuevo contrato social europeo que devuelva el optimismo a millones de ciudadanos que ven en una Europa en crisis a una socialdemocracia también en crisis. Porque la recuperación de Europa, estoy convencido, vendrá con la recuperación de una socialdemocracia reseteada a las necesidades del siglo XXI.
Los pueblos de esta Europa de la década perdida quieren soluciones a la globalización y a los mercados desde la política, quieren que un nuevo contrato asegure el siempre prometido ascensor social, un compromiso con el planeta y con cada uno de los territorios que nos hacen diversos, quieren vivir en una sociedad más justa pero también productiva económica y socialmente, sin la fractura creciente de la desigualdad.
Y, por supuesto, solidaria con el dolor del otro en un modelo institucional que abrace un modelo federal europeo, capaz de innovar y ser una UE moderna aprovechando lo positivo de la globalización.
Europa ha de elegir, o deja la siesta existencial para la eternidad, como escribió Khayyam, o tenemos los días contados. Los síntomas son demasiado grandes como para no actuar con urgencia, y España no puede quedarse al margen y ver lo que acontece desde la barrera.