Las mujeres llevamos demasiado remendando la miseria que nos imponen para sacar la vida adelante. Llevamos mucho haciendo malabares con ingresos insuficientes y horarios que no dan para todo. Compaginando empleos infrarremunerados, cuidados familiares y tareas invisibles que nos hacen la vida imposible. Es por eso que no nos sirve un feminismo que salve a unas pocas y nos dé migajas a las más. Necesitamos un feminismo que afronte la feminización de la pobreza, que plantee una reorganización de los trabajos, que aborde una crítica de conjunto y con el que podamos generar herramientas útiles en el ahora para la mayoría de mujeres. Eso pasa por centrar nuestra acción en ese afuera que sigue castigado por la crisis y por una alianza con el movimiento feminista.
Y es que cuando hablamos de descentralizar no es sólo un consenso que hemos construido entre todas y que todas ponemos sobre el papel. Para nosotras significa sobre todo poner la política en lo cotidiano, allí donde la vida discurre, en donde se encuentran las mayorías sociales. Pero también, donde la vida se resuelve precariamente a hombros de miles de mujeres que protagonizan cada día lo imposible: dar salida a las necesidades que nadie está cubriendo. No podemos esperar a tiempos (o gobiernos) mejores para que este peso deje de recaer individualmente en las mujeres. Tenemos la responsabilidad de ser una herramienta útil para ello en el ahora.
Pero no seremos una herramienta útil para la mayoría de mujeres si apremiamos la cultura de la competición, si toleramos los espacios informales donde prima la camaradería masculina y si penalizamos las diferencias políticas. Pero sobre todo, no seremos útiles si nos ensimismamos en las batallas internas. Hay que re-inventar Podemos porque nuestra tarea inmediata debe ser tejer y organizar los conflictos que vivimos aún de forma aislada e individualmente. Para ello debemos tener a las mejores aliadas posibles, a las miles de militantes feministas que llevan décadas elaborando políticas de justicia social en su sentido más profundo y radical, de las que llevamos décadas aprendiendo que otra forma de vivir es posible y necesaria. Por eso debemos vincularnos al movimiento feminista donde se cuecen y ensayan los cambios profundos de nuestra sociedad. Vincularnos sin moderar y sin utilizar, sino con el respeto de autonomía que se merece el activismo y la militancia feminista.
Poner en valor... Las luchas de las limpiadoras quienes nos dan un ejemplo de como en uno de los sectores más precarizados e invisibilizados de nuestro país las mujeres nos podemos organizar ante el abuso y explotación de la que somos objeto. Las chicas que se organizan en cafés y colectivos feministas construyendo espacios sociales colectivos ante el aislamiento en el que nos quiere el machismo. Las huelgas de mujeres en América Latina contra las violencias machistas sistemáticas, poniendo el curso normal (e injusto) de la economía en jaque, infundiendo coraje y ánimo y dando un mensaje claro a la sociedad: o nos valoráis o paramos el país. Las millones de mujeres que salieron a las calles de todo el mundo ante la barbarie de Trump construyendo una de las mayores movilizaciones internacionales de nuestra década y sin las cuales no podemos ni imaginar ese otro mundo posible.
Las mujeres hemos sido vanguardia de grandes transformaciones pese a que nos hayan querido borrar de la historia. Vivimos tiempos de terremotos políticos y sociales y en esta partida no valen medias tintas. No dejemos que el machismo, el racismo y los repliegues nacionales nos impongan una salida en falso: hagamos historia.