Feministas en la picota posmoderna

Profesora de Antropología Social de la UAB —

0

A las feministas radicales, ya saben, las que no creemos que abrazar lo que promueve el patriarcado viejo y nuevo sea ahora emancipador, nos dirigen de un tiempo a esta parte toda suerte de apelativos poco amables y bien contrarios a lo que somos y defendemos. Les hago memoria: somos las que no vemos privilegio ni empoderamiento alguno en la explotación sexual y la pornografía, la explotación reproductiva y la apropiación de bebés, la tiranía estética sobre el cuerpo y la rosificación de nuestro cerebro, o la nueva satanización del amor sin penes de por medio. Pero qué quieren que les diga, siempre es mejor que se hable de nosotras, aunque sea mal. Significa que estamos vivas.

Nos llaman “hegemónicas” (aunque no estamos en las instituciones ni en el poder), “viejas” (aunque se nos suman cientos de jóvenes y, vaya, esto no es muy feminista), “tradicionales” (aunque desafiamos todas las tradiciones opresoras de las mujeres en el mundo: culturales, religiosas, jurídicas, laborales, estéticas, familiares, afectivo-sexuales…), “esencialistas” (la última ocurrencia… aunque denunciamos las muy machistas “esencias” inventadas por el sistema de género en cada cultura y época). También nos dedican una retahíla de insultos viejos y nuevos para silenciarnos: brujas, viejas (ya lo dije, ¿no?), feminazis y, ahora, TERFas, anglicismo que se traduce como “feministas radicales trans-excluyentes”. Esta sí es una tradición, lo innovador de la práctica es que ahora nos la dedica desde la derecha más extrema hasta sectores de la autodeclarada izquierda transformadora, que en esto transforma poco.

Pues bien, todo parece indicar que las feministas radicales somos el último bastión ideológicamente resistente frente al sistema de la desposesión de capacidades y recursos de las personas y del extractivismo mundial que nos ha traído, entre otras cosas, la COVID-19. Es nuestro compromiso fundamental mostrar que las mujeres seguimos siendo sus primeras víctimas en todo el mundo; nuestra condición material de existencia como mujeres nos ayuda bastante a construir esta conciencia, aquí lo recuerda Najat El Hachmi… Resulta que seguimos reclamando igualdad en lo común con los hombres y equidad para la aportación social única que realizamos las mujeres, jugándonos las vidas que hacen posible cada generación. Y también resulta que no negociamos con la realidad, ni nos parece buena idea confundir en nuestra agenda los deseos inducidos por el marketing del capital con la justicia y con las leyes en ninguna dimensión de la vida humana.

Sin embargo, lo peor es que también en los últimos tiempos hemos estado asistiendo a una mezcla de hastío contenido y hostilidad manifiesta por parte de quienes, paradójicamente, comparten con nosotras luchas y reivindicaciones. En algunos casos, la hostilidad toma un cariz pedagógico, ese mansplaining transversal a ideologías y partidos y sus versiones de “lo que le pasa al feminismo es que”; en fin, los clásicos ojos en blanco acompañados de suspiro ante las pesadas de siempre, reclamando atención una vez más sobre la desigualdad que afecta a más de medio mundo y que jamás protagoniza un programa electoral… En otros -pocos o muchos, pero inesperados y sangrantes- simplemente parece que hemos dejado de ser camaradas en aquellos frentes. Nos preguntamos, atónitas, qué piensan aquellos y aquellas que se suman al linchamiento sin que les tiemble el puño, con la piedra en la mano o después de lanzarla. Buscamos alguna explicación pensando que se ha producido un cortocircuito temporal en la interpretación progresista del mundo y que la irracionalidad se ha adueñado, como suele hacerlo, de la incomprensión, cuya duda sistemática resulta insoportable ante la tranquilizadora tendencia del momento. Tal vez, reflexionamos, su indiferencia hacia nuestra condición pensante es debida al miedo a exponerse a esos puños y piedras. Esto aún lo podríamos entender y por ello nos resistimos a aceptar que puedan haber sucumbido a esta sexista patraña preconciliar, binaria y homófoba donde las haya, del cerebro o el cuerpo equivocados, tan dañina para el sufrimiento de quienes la viven como realidad, como responsable de su desamparo ante el negocio farmacológico y quirúrgico del que son objetivo preferente. ¿De verdad creen que nos hemos vuelto de derechas de repente? ¿No se les ocurre recordar que tenemos mucha más experiencia para detectar los disfraces del patriarcado, ahora posmoderno? ¿No ven el disolvente neoliberal administrado a los sujetos que siguen intentando ahuyentar la distopía del mercado?

Argumentamos y ponemos mil ejemplos de lo que ya está ocurriendo en otros países, pero nuestro esfuerzo es, por el momento, en vano. Con sumo estupor, nos sentimos como aquellas y aquellos que fueron desapareciendo por no despertar la menor empatía en otros y otras que, mirando hacia otro lado pensaban que así iban a librarse de la masacre. Amenazas y ataques virtuales y presenciales, silenciamiento, ostracismo, despidos, etc., no son anécdotas ni bromas. Primero fueron a por las radicales, pero como yo ya no lo era, no hice nada… Vienen a por el feminismo -a por las mujeres han ido siempre. En serio, ¿no van a escuchar, ni a hacer preguntas, ni a debatir, ni a respetar… pero a callar, excluir, insultar, difamar, perseguir o imponer, eso sí? ¡Qué política más vieja!

Compañeras y compañeros, haced memoria. Nos rompen y ganan una y otra vez y también ahora, como lobos disfrazados de modernas abuelitas después de habernos robado el lenguaje de las opresiones. Creednos, tienen laboratorios y recursos para hacerlo y estamos señalando sus objetivos y sus trucos. No hay lucha política que se sostenga sobre identidades y sujetos fluidos, estaría bien recordar que las posiciones relacionadas con los medios de producción material y simbólica no lo son en absoluto. Eso puede servir para acostarnos con quien nos dé la gana siempre que nos quiera, nos acepte y sea mayor de edad (más o menos como lo diría Joanne Rowling, nueva bruja en la picota). Pero necesitamos mucho más que camisetas con logos vintage de resistencia -otra comercialización- ante esta nueva ofensiva, empezando por identificar a quién nos enfrentamos y qué pretende. Por el momento, seguiremos haciendo que se hable de nosotras: somos mujeres, sabemos de resistencia a la persecución y ya hemos hecho avanzar a la humanidad frente a la sinrazón durante 300 años.