Doñana ingresó en la exclusiva Red de Parques Nacionales españoles hace ahora 50 años por su asombrosa biodiversidad de vertebrados y, fundamentalmente, por las aves ligadas a su extensa marisma y a las lagunas permanentes y temporales. Situado en el sur de Europa y con veranos templados y húmedos, pero con largos veranos tórridos y secos -la quintaesencia del clima mediterráneo-, ese lugar con presencia de masas de agua hasta bien entrado el mes de junio es un imán para la fauna. Descubierto para la ciencia mediado el siglo veinte, rápidamente adquiere la categoría de icono tanto para científicos como para amantes de la naturaleza.
Pero la declaración del parque en 1969 se adelanta apenas al descubrimiento de que los pobres suelos arenosos del entorno de Doñana son un sustrato suficiente para el cultivo de frutos rojos. Los inviernos benignos y soleados, más el abundante agua, obran el milagro de hacerlos crecer. Agua que ha de bombearse necesariamente del acuífero subyacente perforando pozos. Y empiezan los problemas. La Doñana de la biodiversidad lo es por obra y gracia del agua, pero ésta hasta adquirido enseguida un protagonismo absoluto en la economía de la zona.
La Comisión Europea, tras denuncias de grupos ecologistas iniciadas en 2010, ha decidido este mes de enero de 2019 llevar a España al Tribunal Europeo por no proteger adecuadamente los acuíferos de Doñana, tal como requiere la Directiva Marco del Agua. No se trata ya de mantener el prestigio de nuestras instituciones o un bonito reconocimiento como el de 'Reserva de la Biosfera' de la UNESCO, que envió una misión para revisar si debía mantenerlo o no hace pocos años. Ahora España se arriesga a importantes sanciones económicas. La Unión Económica lleva décadas aportando ingentes cantidades de dinero al Parque Nacional y a su entorno. Cambian las tornas y el Tribunal Europeo puede imponer multas al Estado Español por cada día de incumplimiento.
¿Pero cómo hemos llegado a este punto? En realidad, no ha habido apenas intentos decididos de ponerle un cascabel al gato del agua en Doñana. Hace décadas que los hidrólogos y otros investigadores avisan del retroceso del nivel de los acuíferos. Un repaso a la hemeroteca de los años 80 del siglo pasado indica ya preocupación por los recursos hídricos en la zona. Y sucesivos comités de expertos, internacionales o nacionales, han recomendado siempre poner coto a las extracciones insostenibles, muchas de ellas, y no es un secreto, completamente ilegales.
La fragmentación de competencias complica la gestión del agua: intervienen en la medida y control de las reservas de agua subterránea la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (dependiente del Gobierno Central), la Junta de Andalucía y los ayuntamientos. Todos ellos, por cierto, con representación en el Consejo de Participación de Doñana, en el que también hay representación de los agricultores y de los investigadores que estudian los procesos ecológicos en la zona.
El Plan Especial de Ordenación de las zonas de regadío de la corona norte de Doñana, aprobado por la Junta de Andalucía en 2014 tras obtener el apoyo del Consejo de Participación de Doñana, ha sido hasta ahora el intento más ambicioso y consensuado para poner orden en el uso económico del agua en la zona. No obstante, y a pesar de su reciente puesta en marcha, persiste el uso ilegal de agua con la existencia de pozos no autorizados que siguen extrayendo agua de acuerdo a denuncias recientes.
¿Y ahora qué? La Unión Europea es consciente del valor universal del Espacio Protegido de Doñana y ha actuado en consecuencia. No cabe otra que intensificar el control del agua de uso económico (que incluye también la fracción utilizada por los polos turísticos y no sólo el uso agrícola, de acuerdo a la resolución de la Comisión Europea). La gestión del agua debe ser transparente y ejemplar. Empezando por la medida del estado de los acuíferos, con una red suficiente de piezómetros, siguiendo por una estima fiable de los volúmenes extraídos, que a su vez deberían estar en relación a la recarga natural por precipitación para garantizar su sostenibilidad.
Por último, no debe olvidarse que tratándose de agua no sólo importa la cantidad, también la calidad. Hay datos recientes publicados por investigadores de prestigio que apuntan a una pérdida de calidad de las aguas superficiales de Doñana. La marisma recibe aguas pluviales directamente, pero también aportes de arroyos como, La Rocina y El Partido, o ríos como el Guadiamar. Esas aguas llegan a veces con exceso de nutrientes productos de la actividad agropecuaria del entorno. Y ese deterioro de la calidad del agua, advierten los investigadores, puede poner a la marisma de Doñana al borde del colapso en el contexto de cambio climático que sufre el planeta.