Cuando hables de impuestos, un poquito de por favor

Economista (Plataforma por la Justicia Fiscal) —

Hablar de impuestos está de moda. La pandemia ha originado un gran desembolso en forma de ayudas públicas, una opción acertada y que afortunadamente ha gozado de gran consenso. Y la recaudación tributaria ha caído. Esta coyuntura ha hecho aún más evidentes los graves defectos estructurales que arrastraba el sistema tributario en España, tanto en términos de equidad como de eficiencia. Y, a nivel internacional, los agujeros crecientes que genera la globalización en un sistema obsoleto y la facilidad con la que el dinero se evade hacia las guaridas fiscales hace imprescindible una reforma de amplio alcance. 

Pese a la enorme importancia, sobre nuestro futuro, de las acciones a tomar en este campo, los líderes políticos nacionales hablan a menudo sobre ello con gran simpleza y ligereza. Nos jugamos el futuro del Estado del Bienestar, lo que queremos que sea. Así que yo les pediría a nuestros líderes un poquito de por favor. O sea, que nos sigan hablando del tema, pero con transparencia, rigor, ambición, firmeza, sin engaños y evitando las disputas barriobajeras. En definitiva, ejerciendo con dignidad el liderazgo del que les hemos dotado en las urnas. 

Por favor, un poco de transparencia para hablar de estas cuestiones. Los impuestos existen básicamente para financiar bienes y servicios públicos. Lo sustantivo de una política fiscal de largo alcance es definir qué preferimos construir entre todos. ¿Queremos que un médico nos atienda gratuitamente cuando enfermemos? ¿O, por el contrario, que sea un servicio más que se consuma pagando un precio de mercado? ¿Construimos un fondo común para que todos dispongan de una pensión digna cuando acabe la edad laboral o una mínima retribución cuando no haya trabajo? ¿O animamos a los individuos a construir su propia caja reservada para cuando ya no puedan generar más ingresos? Sí, son preguntas planteadas también simplemente. Pero son las respuestas, bien construidas tanto cualitativa como cuantitativamente, las que definen una verdadera política. Y cuanto más (menos) de estos servicios, y de mayor (menor) calidad, aspiremos a tener, más (menos) impuestos necesitaremos para financiarlos. Así que, por favor, díganme cuantos profesionales sanitarios, educadores, policías… aspiran a poder pagar con el dinero de todos y yo ya deduciré si me toca pagar más o menos impuestos.

Por favor, un poco más de rigor y menos simpleza. Bajar impuestos, en cualquier momento o circunstancia, no es una política digna de tal nombre, como trataba de simplificar en el párrafo anterior. “Es lo que quieren los ciudadanos”, dicen sin rubor alguno para justificar esa política. Sí, a veces nos gustaría refugiarnos en nuestro yo infantil y pensar que los servicios públicos se sostienen gratuitamente. Pero bien sabemos los adultos que nada es gratis. No obstante, hay un déficit de formación y de conciencia fiscal en nuestra sociedad. Así que, por favor, fomenten la educación tributaria en las escuelas. Hay desconocimiento sobre la utilidad asociada al pago de impuestos y las consecuencias de bajarlos o subirlos. Y por eso nos tragamos las mentiras sobre estos temas. Algunas horas sobre estos temas en la educación básica contribuirían a crear una ciudadanía conocedora de las utilidades (e inutilidades) asociadas al hecho de pagar impuestos. Y entonces, quizá, los líderes no caerían en la tentación de seducirnos con mensajes tan simples y engañosos.

Sí, hay que pedir a nuestros líderes que, por favor, no nos engañen. Bueno, esto debería ser una exigencia, no habría que pedirlo por favor. Los que nos venden “bajar impuestos” siempre, como panacea y como medio para tener una sociedad más próspera y capaz de generar más ingresos públicos, nos están mintiendo. Y con premeditación y alevosía, pues hace mucho que esa solemne tontería de que, al bajar los impuestos, crece la recaudación, quedó desenmascarada. Bajando impuestos tenemos menos ingresos públicos y, en consecuencia, podemos prestar menos servicios públicos o de peor calidad. Así de sencillo. Y si además competimos con los impuestos de manera desleal, los posibles beneficios de esa bajada de impuestos se lograrían a costa de los vecinos.

Por favor, ejerzan el liderazgo para hablar de estas cuestiones con firmeza, con convicción. Las transformaciones generan siempre algunos perdedores. Lo relevante es lograr que la sociedad en su conjunto progrese. Cualquier reforma tiene costes de transición. Se debe auxiliar a los perdedores de una reforma y minimizar sus costes de transición. Pero necesitamos reformas económicas, la tributaria entre otras. Propóngannoslas con convicción, con sus beneficios y sus costes, indicándonos por qué los beneficios superan a los costes. Pero dejen por favor de enviarnos tímidos globos sonda con anuncios que son retirados ante la menor protesta de los (supuestamente) perjudicados por una medida. 

Tengan, por favor, ambición a la hora de presentar sus políticas tributarias. ¿Cuándo se ha presentado una coyuntura en la que organizaciones tan poco sospechosas de querer dinamitar el mercado como el FMI, la OCDE, la Comisión Europea, el Gobierno de los Estados Unidos, ¡el G7!… aboguen conjuntamente por cerrar los crecientes agujeros que la globalización está creando en los recursos tributarios de todo el mundo? Para cerrar las guaridas fiscales y avanzar en una armonización fiscal que, amén de poner cemento a esos agujeros, añada justicia tanto a los sistemas fiscales como a la libre competencia entre empresas, no hacen falta ni más argumentos ni más doctrina. Sólo hace falta más ambición en nuestros líderes.

En el plano nacional tampoco hacen falta más expertos que nos digan qué sentido tiene que utilicemos los impuestos para beneficiar al diésel frente a la gasolina, o para fomentar los efectos socialmente nocivos del consumo de alcohol y tabaco con una de las fiscalidades más reducidas de nuestro entorno, o que nos digan hasta cuándo hay que mantener normas que permitan una competencia desleal en el impuesto de sucesiones, una de las figuras tributarias estrictamente diseñadas para reducir las desigualdades (de nuevo, ¡hasta la OCDE se escandaliza de esto!). Hacen falta líderes ambiciosos, más hechos y menos palabras.

Y, por favor, menos disputas políticas barriobajeras. Cualquier documento sensato que en los últimos años se haya escrito proponiendo reformas económicas, desde púlpitos de todo tipo, incluye una invitación, un ruego casi, al consenso entre nuestras fuerzas políticas principales para pactar reformas con alcance superior al de una legislatura. Los grupos de expertos que ha reunido este Gobierno incluyen muchas personas que me atrevo a afirmar que no han votado a Sánchez; y algo similar puedo decir de los que se crearon bajo el Gobierno de Rajoy. Basta ya de arrojarse estos informes a la cara; léanlos y encontrarán propuestas que bien se pueden apoyar desde distintos ámbitos del espacio político; siéntense y constrúyanlas, que para eso les hemos votado.

Mi postura es clara: según vayan finalizando los efectos devastadores de esta pandemia tendría que entrar en vigor, sin demora, una profunda reforma tributaria. Reforma que en el plano nacional debe reforzar nuestro deteriorado (tras la crisis previa y la actual pandemia) Estado del Bienestar, lo que exige un incremento de la presión fiscal, con cambios que pongan el acento con firmeza en reducir nuestras amplias bolsas de fraude y eliminar beneficios fiscales ineficaces. Y, en el plano internacional, en contribuir a un liderazgo fuerte para llevar a cabo el combate contra las guaridas fiscales y el dumping fiscal, también el que se produce en el interior de la Unión Europea. 

No tengo espacio para justificar el porqué de estas necesarias políticas ni detallarlas, y sí quiero aprovecharlo para pedir de nuevo rigor, ambición y firmeza a nuestros líderes políticos para convencernos y actuar. Y, por favor, pido a Fernando Tejero que me perdone por utilizar el sarcasmo de su exitosa frase para hablar de un tema tan serio.