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La belleza imposible

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Llevamos más de un siglo con el mismo titular: al borde del abismo. Pero nunca nos caemos. La Europa de las guerras, se consuela con los conflictos periféricos, cada vez más cerca y más absurdos. Se ha constituido el nuevo parlamento europeo, y nada sucedió. A pesar del crecimiento superlativo de la extrema derecha, pero se han quedado fuera de los centros de poder, en apariencia. En el mientrastanto, el presidente de turno de la UE que es el de Hungría, dedica su tiempo a malévolas provocaciones a base de encuentros y desencuentros. Ya pasará, parece decir Josep Borrell a punto de jubilarse, ¿esta vez sí?, después de un trabajo rotundo.

La historia de Europa comienza en Atapuerca, en Altamira y en Lascaux, entre otros muchos lugares: aquellos eran los primeros migrantes de África a nuestro continente. Sobre todo eso es lo más bonito que se puede construir hoy en día, en tiempos de confusión y poca romanza. Más Europa, menos estados, quizás más regiones y ciudades por aquello de la proximidad. Pero siempre se produce confusión con los liderazgos, ¿ya no habrá nunca otro Delors? Se produce confusión por la mitología que se genera en torno a determinados personajes y por la mediocridad palpable del presente. “Tú nunca fuiste europeísta”. “Quizás, pero siempre europeo como John le Carré”, me respondo airado. Europa como construcción, como espacio social y derecho, y ahora más que nunca como refugio para los que somos y para los que vienen. Europa es sobre todo una cultura políglota y estética, repleta de música, de saberes y sinsaberes, desde las oscuras cavernas hegelianas a la lucidez de Betrand Russell. Por las simiescas pronunciaciones, una alumna me preguntó, antes de entrar en el examen de selectividad, de que comarca catalana era “este tal Rasell”. Suspendió sin ínfulas. También lo hizo la que pretendía demostrar la contingencia de Dios a través de una de las pruebas de Santo Tomás. En fin, también eran europeas mis alumnas pero por aquel entonces aun no lo sabían.

Y llegando a nuestros lares, los madariagas y los santayanas: al fin y a la postre, todos se fueron y no volvieron hasta que se murió en la cama el innombrable general. Otros sí volvieron y ejercieron, Ortega y Marañón, entre otros, vergüenza para ellos.

De todo ello me acuerdo cuando he leído El esteta armado. Escritores guerreros en la Europa de los años treinta, de Maurizio Serra. Llegó a mis manos por una extraña recomendación muy típicas de Maruxa, que primero fue monja clarisa y ahora es atea ejerciente en Noia: “No te fíes de lo que cuenta pero es muy instructivo, para no repetir maldecires y malhaceres”. Así es Maruxa. Como una meiga florida.

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