La lección política del MerlosGate

Me llamo Amadeu Mezquida, soy politólogo especialista en gestión pública y estrategia política. Milito en Compromís y he dirigido varias campañas electorales en València. Además de esto, soy un fiel consumidor de la mal llamada telebasura. Cuando digo fiel consumidor no me refiero a que en mi casa alguien pone Telecinco y yo me veo obligado a tragarme sus programas para evitar una discusión. Más bien me refiero a que no me he perdido ni un solo Gran Hermano desde el lanzamiento del programa, ni del original, ni del VIP, ni del DUO, ni del Reencuentro. Quiero decir que soy una maldita enciclopedia de todo ese mundo llamado la Fábrica de la Tele.

Me conozco todas las dinastías, los Rivera, los Pantoja, los Matamoros, las Campos, las Suescun... conozco sus nombres, sus relaciones de parentesco, sus líos amorosos, sus problemas con Hacienda, todo. Conozco incluso a los personajes secundarios. Sigo en Instagram a gente como Aramís Fuster o el Maestro Joao. Puedo recitarte de memoria frases textuales de episodios míticos de Crónicas Marcianas, de Hotel Glam, de Sálvame Deluxe o de Supervivientes. Esto no es una cosa de ahora, como pueden imaginar, ya de pequeño le pedía a mi madre que me dejara un ratito más para poder ver al padre Apeles repartiendo estopa en un programa nocturno de la televisión valenciana llamado “Parle vosté, calle vosté” dirigido por Josep Ramon Lluch que fue un embrión de este tipo de televisión que ahora abunda. Así pues, puedo decir que me he criado y he crecido con ello.

Siempre que digo (no me escondo) que me gusta ver estos programas recibo la más absoluta incomprensión, cuando no el desprecio, por parte de mi entorno. Se repite mucho un tipo de juicio en concreto, el “no te pega nada”. Como dando por hecho que alguien con estudios superiores y perfil supuestamente intelectual debe ver únicamente los noticieros, documentales del canal de Historia y películas de cine iraní. Ya basta. Eso es puro elitismo. Cuando se utiliza la palabra telebasura para definir la programación más vista de España se menosprecia a la mayoría de la población, se les está llamando indirectamente espectadores-basura. Yo prefiero llamarlo televisión de entretenimiento. Pues eso hacen: entretener.

Y lo hacen muy bien, además. Después de un día largo, después de una semana dura, para mí no hay nada como sentarme en el sofá delante de la tele para ver como avanza el romance entre Adara y Gianmarco o descubrir en el polígrafo de Conchita si Antonio David miente o dice la verdad. ¿Por qué? Porque me río, porque me evado, porque me da paz y me entretiene. Simplemente. Porque bastante mal está ya el mundo como para ponerme a tragar más odio, miedo o corrupción por la noche cuando llego a casa.

Puede que muchos no me entiendan. Aun así, déjenme que les explique algo. Me ha sorprendido mucho, con todo esto del caso de la infidelidad de Alfonso Merlos, que muchos en redes sociales hayan descubierto ahora que Jorge Javier es de izquierdas. Pero almas de cántaro, si Jorge Javier fuese de derechas Abascal sería ya ministro del Interior. No tengo pruebas, pero tampoco dudas. En Sálvame no solo se puede escuchar “si tienes una mala racha, no te folles a un facha”, se pueden escuchar también diariamente alegatos antitaurinos, proDerechos LGTBi, republicanos, se puede ver tranquilamente a gente con cientos de miles de seguidores en Instagram decir que ellos votaron a Manuela Carmena, se puede escuchar a Pedro Sánchez o Irene Montero entrar en directo o ver una sección al final del programa que analiza los micromachismos que se han dado a lo largo del mismo. Y sí, también se pueden escuchar comentarios carcas, ideas retrógradas, proclamas reaccionarias... vamos, como en la vida misma. Pero con dos diferencias: unos índices de share que ya los quisieran para sí Jiménez Losantos o La Tuerka y una maestría para conectar con la gente de a pie que ya quisiera cualquier político.

He de decir que viendo los últimos acontecimientos con esto del MerlosGate he disfrutado como un niño. Pero no solo como espectador, ni siquiera como persona de izquierdas, sino como politólogo. En cuestión de un año y pocos meses hemos visto como todos los medios de comunicación de masas de este país han contribuido de manera espectacular a normalizar el discurso y la presencia de la extrema derecha. De poco ha servido aquello de los cordones sanitarios, de las estrategias para no dejarse contaminar por su odio. Nada se ha hecho y la extrema derecha ha crecido como la espuma. Ha tenido que venir Sálvame y Jorge Javier Vázquez para que por fin alguien ponga en el lugar que corresponde al extremismo patrio.

En estos días he podido ver con absoluta pasmosidad como Jorge Javier Vázquez aplicaba, casi sin despeinarse y con total naturalidad, todos los pasos que se trabajan en comunicación política sobre cómo deben comportarse los demócratas frente al discurso fascista: Paso 1, sacarlos de su zona de confort. Paso 2, decirles que mienten cuando mienten y no dejar que sigan desarrollando su argumento falaz. Paso 3, señalar su hipocresía y sus incongruencias. Paso 4, ridiculizarlos. Paso 5, señalarlos como lo que son y advertir sobre lo peligroso de su ideología y de su manera de proceder. Así de gratificante ha sido, y a juzgar por la repercusión, no solo para mí, para los demócratas en general.

Y ahora, los que hasta hace dos días me despreciaban por ver Telecinco, hoy sacan a hombros en Twitter a Jorge Javier como si fuera el nuevo Che Guevara, que -atención spoiler – no lo es. Los que no entendían cómo podían gustarme esos programas han vivido en propias carnes lo que se puede llegar a disfrutar un buen salseo cocinado por los mejores profesionales del espectáculo y del entretenimiento de este país.

Y yo no puedo evitar preguntarme: ¿qué es telebasura? ¿Lo que ha hecho Sálvame estos dos días o lo que llevan haciendo tantos y tantos medios serios durante tantos y tantos meses dando máxima cobertura a cualquier ocurrencia absurda de la extrema derecha, dándoles una silla en sus programas, tratándoles como a un partido democrático más y callando cuando sueltan un bulo en pleno directo? ¿Qué es más reprochable, dejarles en ridículo en prime time mostrando sus vergüenzas o aceptar sus marcos cognitivos y dejar que su manera de ver el mundo lo impregne todo?

No, Jorge Javier no es el Che, pero estos días ha dado una lección de periodismo y de comunicación política que da para reflexionar. No solo a los profesionales de los medios, también a la izquierda de la que formo parte, esa que nos pasamos el día escribiendo en digitales y revistas especializadas desconocidos para el gran público y leyéndonos entre nosotros, mientras miramos por encima del hombro al currela que manda un sms para salvar a Carlos Lozano de la expulsión y al ama de casa que se pasa la tarde pegada a la tele mientras plancha; atormentados porque el mismo pueblo al que minusvaloramos no nos vota. Y es que a veces el mejor antídoto contra un “Arriba España” no está en una tesis doctoral ni en un texto de Gramsci sino en un “¡Arrrriba la Esteban!” gritado por un buen puñado de rojos maricones en un Sálvame popular y antifascista.