Sesenta días después de las elecciones legislativas en Francia (30 junio/7 julio), el presidente Emmanuel Macron ha designado al exministro y excomisario europeo Michel Barnier, 73 años, primer ministro de Francia. Aunque el presidente no tiene ninguna limitación legal respecto al tiempo que se puede tomar para elegirlo –y en este caso ha tenido la excusa de los juegos olímpicos–, ni tampoco ningún condicionante más que su viabilidad parlamentaria, este nombramiento ha producido bastante inquietud, no solo en Francia sino en buena parte de Europa, tanto por su retraso como por sus connotaciones políticas.
Macron disolvió la Asamblea Nacional y convocó elecciones legislativas el 9 de junio, como consecuencia de la victoria de la ultraderechista Agrupación Nacional (RN) de Marine Le Pen en las europeas que terminaron ese día, con la esperanza de provocar una reacción en el electorado, que él suponía inquieto ante ese resultado. Lo consiguió a medias. Gracias a la retirada de los candidatos que habían quedado terceros en la primera vuelta en 214 circunscripciones - casi todos de izquierda-, RN quedó finalmente tercera con 142 escaños, por detrás de la ganadora, la coalición de izquierdas Nuevo Frente Popular (NFP) –liderado por La Francia Insumisa de Jen-Luc Melenchón– con 193, y de la coalición gubernamental, Juntos por la República, liderada por el partido de Macron, Renacimiento (RE), con 166.
Estas tres coaliciones, con resultados próximos entre sí y cercanos en cada caso al 30% de la Asamblea Nacional, hacían muy difícil conseguir una mayoría parlamentaria y forzaban al presidente Macron –que controla lógicamente uno de los tercios– a decantarse, bien por la ganadora NFP, bien por la tercera RN. Se ha achacado a NFP la incapacidad de ponerse de acuerdo en un candidato, pero a pesar de barajar algunos nombres y de ciertas discusiones en el seno del Partido Socialista, la candidata oficial de la coalición ha sido siempre Lucie Castets, actual directora de finanzas y compras del ayuntamiento de Paris. Fue el presidente quien rechazó desde el principio nombrar un primer ministro de la coalición ganadora.
Tampoco, por supuesto, podía nombrar a alguien de RN –su rival en las dos elecciones presidenciales que ha ganado–, hubiera sido un escándalo mayúsculo. Pero ha optado por una opción no menos artificiosa. El partido de Barnier, Los Republicanos (LR) –heredero venido a menos de aquella Agrupación por la República de Jacques Chirac que ganaba elecciones en los años 90, y debilitado en esta ocasión por la huida hacia RN de una parte de sus miembros liderados por Eric Ciotti–, obtuvo 47 diputados, menos de la cuarta parte que NFP, que junto con los del presidencial RE suman 213, un 36,9 % de la Asamblea. Macron se ha asegurado que su nombramiento era aprobado por Marine Le Pen que ya ha declarado que no presentaría moción de censura, al menos por ahora, y que se convierte así virtualmente en la madrina política del nuevo gobierno.
Michel Barnier lo ha sido todo en la política francesa. Ministro de Asuntos Exteriores, ministro de Agricultura, Comisario Europeo de política regional y reforma de las instituciones, eurodiputado, y finalmente jefe del equipo negociador de la UE para el brexit, encargo en el que acrecentó su prestigio. Es un conservador de la derecha más clásica, partidario del liberalismo económico, la austeridad en el gasto público, la ya aprobada restrictiva reforma de las pensiones, el control de la deuda, la reducción de las ayudas sociales, la desregulación financiera, y de potenciar los grandes grupos económicos franceses. Ha propuesto una moratoria en la inmigración de 3 a 5 años, y su europeísmo –que se considera su mejor cualidad política– no le ha impedido proponer que Francia haga caso omiso de las reglas de la UE cuando le interese saltárselas, como en el caso de la emigración o el asilo. No es de extrañar que, con esas características, sea visto por Le Pen con bastante indulgencia.
Ahora tiene que presentar al presidente la propuesta de ministros, que intentará que sea lo más amplia posible políticamente pero que se va a limitar a la derecha, más o menos radical, a no ser que encuentre algún disidente de los socialistas, como Bernard Cazeneuve o alguno de su cuerda, que se preste a blanquear el color político del gobierno. No hay fecha límite para su formación, pero teóricamente el 1 de octubre debería presentarse a la Asamblea Nacional el proyecto de ley de presupuestos para 2025, que sin duda va a ser muy complicado sacar adelante para el nuevo gobierno y sus escasos apoyos parlamentarios. Por otra parte, ya para el domingo se ha convocado una primera manifestación por el sindicato de estudiantes a la que se van a unir grupos ecologistas. París va a vivir sin duda un otoño caliente y habrá que ver si el gobierno Barnier se mantiene estable y durante cuánto tiempo.
Macron se negó a nombrar primera ministra a Lucie Castets, candidata del NFP, alegando que la estabilidad de su gobierno no estaría asegurada ante una probable moción de censura, lo que es una muestra descarada de cinismo político, ya que esa moción de censura no sería nunca posible sin el apoyo de su propio partido, o mejor dicho de la coalición presidencial. En la Quinta República una moción de censura de la Asamblea Nacional es lo único que puede obligar a dimitir al primer ministro, ni siquiera el presidente de la república puede hacerlo, aunque sí que puede disolver la Asamblea. La moción no tiene que ser constructiva como en España, pero juega también a favor de la estabilidad ya que para prosperar necesita la mayoría absoluta de los miembros de la Asamblea Nacional, es decir 289 de 577, las abstenciones funcionan en la práctica como un apoyo al gobierno. Por lo tanto, con la actual composición de la Asamblea Nacional, cualquier moción de censura contra un gobierno de NFP hubiera necesitado el apoyo de la coalición presidencial de Macron, pues sin ella habría fracasado. Estaba, por tanto, solo en sus manos respetar la victoria del NFP.
Este sistema juega ahora a favor de Michel Barnier, puesto que, si el partido de Macron y Los Republicanos lo apoyan, solo una moción de censura conjunta de la izquierda de NFP y la extrema derecha de RN podría provocar su dimisión y esto es muy improbable que suceda. Pero tiene una derivada, y es que Barnier va a depender absolutamente de RN, porque la enemistad de NFP la tiene garantizada. El nuevo gobierno francés se convierte así en un rehén de la extrema derecha de Marine Le Pen, que va a condicionar su política, empujándolo más a la derecha de lo que ya supone el nombramiento de Barnier como primer ministro, lo que probablemente desencadene conflictos sociales en Francia, más graves de los que ya hemos visto en el pasado.
La segunda derivada es que esta decisión abre la puerta de la presidencia de la república a Marine Le Pen en la elección presidencial de 2027, si Macron no se ve obligado a dimitir antes. Conviene recordar que Macron gano dos veces la presidencia en segunda vuelta frente a Le Pen gracias al cordón sanitario que la mayoría del resto de partidos formó en contra de la extrema derecha, el llamado frente republicano, debilitado en 2022 como consecuencia de las políticas cada vez más derechistas de Macron y sus gobiernos, pero resurgido en las legislativas de este verano para impedir la victoria de RN. Con la decisión de nombrar a Bernier primer ministro, el frente republicano ha muerto y ya no servirá más para frenar a Le Pen, que ya demostró su fuerza en las elecciones europeas de junio.
También podría pasar lo contrario, que las políticas de este gobierno –inevitablemente escoradas a la derecha por el necesario apoyo del RN– unidas al hecho de que Macron no será candidato, porque no puede ejercer más de dos presidencias consecutivas, podrían producir una desintegración de la actual coalición presidencial, Juntos por la República, y propiciar la elección como presidente de la república de un candidato de la izquierda, suponiendo que la izquierda fuera capaz de consensuar un único candidato.
Pero si Marine Le Pen, como consecuencia –entre otras cosas– de esta desgraciada decisión de Macron, accede a la presidencia de la República Francesa, puede terminar de oscurecer el panorama político europeo, que ya es bastante sombrío. En Italia y en Hungría dirigen el gobierno partidos de extrema derecha. En los Países Bajos el partido mayoritario en el gobierno es el ultraderechista Partido por la Libertad de Geert Wilder. La extrema derecha participa también, como socio minoritario, en los gobiernos de Croacia, Eslovaquia y Finlandia, y presta apoyo parlamentario al de Suecia. Ni siquiera se puede descartar que, tras las elecciones legislativas de 2025 en Alemania, la extrema derecha AfD consiga responsabilidades directas o indirectas de gobierno, apoyando a la CDU/CSU que será la probable ganadora. Con este panorama, nos espera un final de década muy preocupante en la UE, y es evidente que la decisión tomada el jueves por el presidente Macron puede propiciar un paso más en esa dirección, precisamente en el país que, desde la revolución francesa, ha representado para Europa y para el mundo el símbolo de las libertades y los derechos humanos