Después de casi medio año negándose a atender a todos los medios de comunicación que han tratado de ponerse en contacto con ella, la directora de los Teatros del Canal, Blanca Li, en una rueda de prensa enmascarada de balance presupuestario, por fin, se ha pronunciado respecto de la cancelación de mi obra sobre la figura de Teresa de Jesús. Lo ha hecho llamándome: manipulador, inexperto, mentiroso y acosador. Y no solo eso, por si fuera poco también me ha acusado de haberla insultado y amenazado.
Este diario, a través de la cesión de esta columna —es la primera vez que escribo para un periódico—, me da la oportunidad para que, a modo de réplica, me defienda de las injurias y agravios vertidos por parte de la directora de los Teatros del Canal hacia mi persona, pero no lo voy a hacer. No voy a descalificarla, y mucho menos la voy a atacar, como ella ha hecho conmigo. Y no voy a hacerlo por una sencilla razón. Porque, como dijo Bertolt Brecht: “Se ataca cuando la verdad es demasiado débil para defenderse”. El perro no muerde si no se encuentra en peligro. Cada cual es él y sus circunstancias, ¿no?, dijo Ortega y Gasset. No sé cuáles serán las de ella, pero sí sé cuáles son las mías.
Y mis circunstancias no me demandan que deba desmentir las palabras de una persona a la que nadie ha creído. Y no me las pide porque durante la insólita rueda de prensa del pasado 16 de diciembre, la directora de los Teatros del Canal llegó a afirmar que, cuando la llamé el pasado 1 de julio —para que me diera los datos sobre la reubicación que nos había prometido tras habernos cancelado la obra por, según sus palabras, “un recorte presupuestario de última hora”—, le dije “de manera muy insistente ‘me tienes que dar ya las fechas para la siguiente temporada”. Pero ella, según declara, “no podía hacerlo porque estamos a principios de julio, acabo de presentar la temporada y no tengo ni el presupuesto ni un esbozo de la programación del año siguiente, así que no le puedo confirmar en ese momento las fechas al 100%”. Bien, de lo que la directora de los Teatros del Canal no se dio cuenta, al hacer estas declaraciones, es de que, al decir esto (que no podía confirmarme al 100% las fechas), estaba afirmando que la obra podía ser reprogramada.
En la justificación se encuentra la mentira, pues ¿cómo se explica que yo, durante la llamada, no pudiera “aceptar la cancelación de la obra por un tema presupuestario”, si más adelante dice que “no le puedo confirmar en ese momento las fechas al 100%”? Si, “pese a mi insistencia”, no me podía “confirmar las fechas al 100%”, ¿por qué intentó demostrar, sacando unos papeles, que se debía a una cuestión económica? Qué sabio ese refrán que dice “por la boca muere el pez”, ¿verdad? Y qué oportuno. También viene muy al pelo aquella otra advertencia: no aclares que oscureces. Pero… Imagino que es el precio que hay que pagar por hablar, cuando te has pasado casi medio año callada. Pero, a lo que iba, sobre todo, no le voy a devolver la embestida, no voy a descalificarla porque considero que hacerlo sería caer en la trampa que sus asesores le han tendido. Si quiere caer ella, que caiga, pero yo no lo voy a hacer. Es obvio que el consejo que le ha dado la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid para que se defienda es muy malintencionado, ya que, arremetiendo contra mí, lo que la mal llamada Consejería pretende es que nos enzarcemos en una disputa personal, el foco se desvíe hacia una trifulca entre dos partes, del tipo tu palabra contra la mía, y así ellos, que son los principales responsables de todo esto, se vayan de rositas.
Y es por esta razón —y ahora sí que voy a dirigirme directamente a ti, Blanca— que he decidido que te voy a ayudar. Primero porque te veo muy mal aconsejada, y, segundo, porque te veo muy perdida. Mi consejo es el siguiente, es una historia, sí, tiene forma de cuento y empieza así: los antiguos mayas tenían un juego en el que los perdedores le cortaban la cabeza al capitán del equipo ganador. Y esto sucedía porque hubo un tiempo en el que perder era ganar. Sí, Blanca, por extraño que te parezca, el hecho de perder te convertía en alguien honrado y respetable. Y, ¿sabes por qué? Porque los antiguos dirigentes, los de verdad, aspiraban a sacrificarse en favor de su sociedad, mientras que los actuales, los dirigentes contemporáneos, a lo único que parecéis aspirar es a que sea la sociedad la que se sacrifique por vosotros.