Mejor carne, mejor vida

Plataforma por la Ganadería Extensiva y el Pastoralismo / BC3 Basque Centre for Climate Change —
8 de julio de 2021 21:32 h

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Esta semana el ministro de Consumo, Alberto Garzón, ha realizado una valiente reflexión pública sobre el impacto que la alimentación tiene en nuestra salud, el medio ambiente y los ecosistemas. Es muy importante que personas con poder de decisión en los más altos niveles sean conscientes de los problemas sociales y ambientales a los que nos enfrentamos como sociedad, incluyendo grandes retos como el cambio climático o la pérdida de biodiversidad. La misma línea de pensamiento impulsa la acción de nuestra Plataforma por la Ganadería Extensiva y el Pastoralismo, y por eso queremos recoger el guante que lanza el ministro a la sociedad civil para que aporte a este debate tan necesario. Para ello queremos aclarar algunas cuestiones que consideramos cruciales en un debate de estas características:

Lo principal, y más importante, es diferenciar entre producciones, como apunta el propio ministro durante el comunicado. Incluso reconocer que gran parte de la producción ganadera en España, especialmente en rumiantes, se da integrando una fase muy extensiva, ligada al territorio, y otra muy intensiva. Queremos analizar algunos argumentos ya que, lamentablemente, también se usan como caballo de batalla de aquellos enemigos de la ganadería sostenible, precisamente ésa que el ministro apoya.

El habitual uso de la huella hídrica en medios de comunicación es sumamente desafortunado. Dicha huella se divide en tres categorías: huella verde, o de lluvia; huella azul, o de canalizaciones; y huella gris, o de aguas residuales. La atribución habitual de 15.000 l/Kg (en realidad 13.452 para vacuno) corresponde principalmente a producciones extensivas, no a intensivas. Si se desglosa esa huella hídrica se ve que la inmensa mayoría de la misma (un 85%) corresponde a huella verde (lluvia caída sobre pastizales). Un criterio mucho más útil es descartar la huella verde y fijarse en la azul y la gris. En las producciones de cordero y cabrito, por ejemplo, que de media son más extensivas que el vacuno, un 93,5% de la huella hídrica agregada total (8.557 l/kg) corresponde a agua de lluvia. La huella hídrica agregada no distingue el lugar de producción y no permite entender si hay competencia con el consumo humano. No es lo mismo producir un kg de alimento, sea carne o cultivo, en un clima oceánico con precipitaciones constantes que hacerlo en una zona árida. Estos datos subrayan la necesidad de distinguir, tanto en las estadísticas oficiales como en los discursos políticos, la producción ganadera industrial de la extensiva. Ahora mismo no se hace, y de ahí que el comunicado del ministro lleve a error: la ganadería extensiva tiene una huella hídrica agregada particularmente alta, pero no tiene ningún impacto porque la mayor parte consiste en agua de lluvia.

La FAO ha atribuido un 14,5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero a la ganadería. Es verdad que es, quizás, la estimación más aceptada por la comunidad científica. No obstante, esta metodología responsabiliza principalmente a la ganadería de zonas como África, Sudamérica o el Sur de Asia y tiene elementos que se podrían actualizar, como tener en cuenta la corta vida del metano en la atmósfera y su impacto en el calentamiento adicional, la poca generación de óxido nitroso en prácticas más extensivas y de pastoreo, o los grandes flujos naturales de metano, de los que la extensiva es parte. Cada vez está más claro, además, el papel de los pastizales a la hora de mitigar el cambio climático. Todo ello conduce a considerar que realmente la contribución de la ganadería extensiva es considerablemente más positiva de lo que se le atribuye. Además, la atribución de la FAO incluye no sólo emisiones directas (metano eructado, nitroso, y metano de estiércol y purines), sino también indirectas, como el consumo de energía por transporte, entre otras fuentes. Por eso es absurdo establecer una comparativa con las emisiones totales del sector del transporte, ya que los camiones que transportan animales son a la vez parte de ese 14,5%.

En cuanto a la deforestación y su relación con la ganadería, aproximadamente el 20% de las importaciones de soja y al menos el 17% de las exportaciones de carne de vacuno desde Brasil a la UE podrían estar vinculadas con la deforestación ilegal. Por eso se podría reducir mediante el apoyo de sistemas ganaderos locales extensivos en base a pastos, consumiendo sus productos y reduciendo la necesidad de importación. Pero en cualquier caso, el gran problema de la deforestación es causado por la soja, que sobre todo se usa no para engordar vacas, sino cerdos que mayoritariamente se exportan a China (una burbuja en proceso de explosión).

Sobre el consumo per cápita de carne en España (dentro y fuera del hogar), hoy es ya menor a un kilogramo por persona a la semana, en concreto 970 gramos, principalmente de pollo y cerdo de producción industrial. En este sentido, desde 2012 hasta 2019 se ha reducido en España su consumo total en un 14,3%, aunque se ha producido un ligero incremento en el año 2020, seguramente influido por las condiciones tan especiales de la pandemia. Parece una tendencia clara de reducción de consumo de carne, no sólo en España, sino incluso en el mundo. Así, la producción global de carne se ha reducido por primera vez de forma consecutiva en los dos últimos años, por enfermedades animales y la pandemia de la COVID-19, pero también, probablemente, por la reducción en el consumo.

Los impactos sobre la salud del consumo de carne roja son una cuestión peliaguda, pues no se puede experimentar con humanos como con animales de laboratorio para controlar otros factores que afecten a los resultados de los estudios epidemiológicos, como por ejemplo estilos de vida saludables más generalizados entre población vegetariana. Sí hay consenso en que dietas a base de plantas aparecen junto a ciertos resultados beneficiosos, por ejemplo, menor peso corporal y menor prevalencia de diabetes, en comparación con las dietas omnívoras. La ingesta muy alta de grasas saturadas o hierro de productos animales puede tener efectos adversos para la salud de ciertas personas predispuestas. Efectos de ingestas más moderadas siguen siendo objeto de controversia, siendo necesaria más investigación. En ningún caso se puede decir, en base a la evidencia, que el consumo excesivo de carne sea igual o más perjudicial que el consumo de tabaco, alcohol o drogas. Por eso queremos apuntar que es mucho más preocupante la extensión y generalización de consumo de alimentos ultraprocesados, ya sea de origen animal o vegetal, con graves impactos ambientales en su cadena de valor (empaquetado, distribución logística, etc.) y probados efectos negativos en la salud.

Es mucho más preocupante la extensión y generalización de consumo de alimentos ultraprocesados, ya sea de origen animal o vegetal

En cualquier caso, nos gustaría señalar que el verdadero motivo de preocupación, aparte del consumo de carne en sí, son las causas que llevan a un nefasto modelo de producción y consumo. El papel que juega la Política Agrícola Común (PAC) en el mismo es muy importante. La forma en que está diseñada la PAC hace que las ayudas se concentren en las explotaciones más grandes, y así las pequeñas no pueden competir con ellas, siendo expulsadas del mercado. Incluso sin ayudas, las pequeñas producciones están en desventaja ante las grandes. Pero ayudas concentradas en las explotaciones más grandes y que menos ayuda necesitan acaban siendo el principal factor que hace bajar los precios y cerrar a las pequeñas. De ese modo, entre 2007 y 2014 han cerrado más de 11.000 explotaciones agrícolas al año en España, mayormente pequeñas y medianas, aumentando sólo las más grandes y sin tierras. Sin embargo, el Gobierno español ha apoyado una reglamentación para la nueva PAC que sigue fomentando la intensificación agrícola y favoreciendo la concentración de las ayudas en quienes menos las necesitan, abocando a los pequeños productores al cierre.

Por ello agradecemos la apertura de este debate y pedimos al señor Alberto Garzón, así como al resto del Ejecutivo y al conjunto de representantes públicos que:

En primer lugar, en términos de regulación, hagan lo que esté en su mano para diferenciar entre sistemas de producción. En este sentido, es crucial que las estadísticas oficiales recojan la existencia de la ganadería extensiva. Varios de nosotros participamos en el desarrollo de propuestas para la caracterización de la ganadería extensiva en sendos trabajos realizados en 2017 y 2020, que pueden servir para ello.

En segundo lugar, es de esperar que los representantes políticos españoles hagan una labor parecida a la ya hecha en torno a la medición de impactos del agua con el estándar ISO 14046 y se abogue por una contabilización justa de los impactos ambientales de la ganadería en foros internacionales como el IPCC o el IPBES.

Por último, es muy importante aprovechar el margen que se le permite a los Estados miembro de la UE a la hora de implementar la PAC, para que esta apoye y fomente las producciones agrícolas más sostenibles, y no a las más intensivas e insostenibles, como hasta ahora. Además, los ciudadanos agradecerán que el dinero de sus impuestos vaya a las producciones más sostenibles social y ambientalmente.