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Contra el miedo

“Angustia por un riesgo o daño real o imaginario'' o ''recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea” es como define el Diccionario de la Real Academia el miedo en sus dos acepciones.

El miedo a la enfermedad, que dominó las primeras semanas de confinamiento sumado a un civismo maduro, ha ayudado a que los contagios no sigan subiendo exponencialmente; por lo tanto, permite atisbar un horizonte esperanzador. Lamentablemente, ese miedo en su versión de angustia o recelo tardó en llegar más de lo que hubiera sido deseable, y es lo que está obligando a los profesionales sanitarios y a muchos otros a dar lo mejor de sí mismos, hasta los niveles del sacrificio personal, poniendo sus vidas en serio riesgo, cuando no sencillamente dándolas.

Sin haberse superado la emergencia sanitaria, ahora irrumpe con enorme virulencia también la angustia por haber perdido el trabajo o el recelo o aprensión a perderlo. En el primer caso ya se encuentran muchos cientos de miles de personas; en el segundo nos contamos por millones. El hecho incontrovertido de que no sabemos ni cuándo ni cómo se saldrá de este horroroso atolladero agrava la pasión. Justamente, el que la vida se nos dé pasivamente es lo que la hace imprevisible. No hay momento presente que no sea una crisis, pero esta que nos toca afrontar es de otro calibre.

Me temo que un manual de estoicismo va a resultar de escasa utilidad, pues no hay desapego que nos vuelva invulnerables. Hay momentos en los que el sufrimiento envilece o engrandece, ahora bien, el que justamente los momentos de la vida estén tasados le confiere la pasión de vivirla. El dilema está servido: exacerbar nuestras dudas, interrogantes y miedos o arrebatarlos con fuerza.

Todo parece indicar que lo peor no es tanto el dolor, como el miedo al dolor; este nos educa porque nos enseña nuestras limitaciones a la vez que nos hace más comprensivos; aquel nos encorseta, endurece y priva de la mejor inteligencia para afrontarlo. El miedo apunta a la imaginación hasta conquistarla, colocándonos en situaciones que no son reales.

La psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross, una experta mundial en cuidados paliativos, tras visitar los campos de exterminio nazi después de la guerra y reflexionar sobre los dibujos que vio en las paredes de los barracones, se dedicó a lo que se conoce como las fases del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación en los enfermos terminales, que posteriormente se han extendido a otras experiencias traumáticas, como la pérdida de un empleo.

Para enfrentarnos eficazmente a lo que tenemos por delante hay que aceptarlo en toda su integridad y dureza: no hay vacuna para crear empleo. El trabajo sale del trabajo, porque el que trabaja crea trabajo; los que aún lo tenemos habremos de trabajar, desde ya, más y mejor para devolvérselo a quienes lo han perdido: se lo debemos. Los que no se sumen a esta fiesta, que hagan de palmeros, pero con la boca cerrada.