Durante la dictadura franquista, era habitual un consejo-amenaza que avisaba: “No te metas en política”. Las consecuencias no se explicitaban pero todo el mundo se podía imaginar que eran bastante oscuras y a lo mejor hasta físicas.
Por suerte, ese tiempo pasó. Por suerte, nuestro pueblo (no los próceres de los cuadros, como nos quieren hacer creer, sino la gente corriente y trabajadora) consiguió traer la democracia a este país… y con la democracia quedaron atrás los miedos más sórdidos.
No es que el poder y los privilegiados se quedasen de repente sin resortes para atemorizar a los que “se meten en política”. Los siguen teniendo, pero ya no son de madera o de metal, sino puramente psicológicos. Ahora la disuasión se ejerce sobre todo en el plano de la comunicación pública.
Ahora, si eres una persona corriente y “te metes en política”, lo peor que te puede pasar es que se metan en tu vida personal y en tu pasado a rebuscar cosas y luego pongan a miles de sagaces tertulianos a hablar de ello, que violen tus comunicaciones privadas y se dediquen a publicar todo lo que tienes en el teléfono móvil, que hagan fotos de lo que comes y lo que bebes, que distribuyan bulos difamatorios por whatsapp o que se pasen la vida repitiendo imprecisiones (o directamente mentiras) sobre ti en ciertos medios de comunicación y consigan así que muchos valientes anónimos (e incluso alguna radio financiada por la Conferencia Episcopal) te insulten en Twitter.
Todo esto al principio duele, no lo voy a negar. Al principio te cuesta dormir y te obsesionas con que se publiquen todas esas cosas horribles e injustas sobre ti. Al principio tienes que consolar a tu familia, dar explicaciones a tus amigos y no digamos ya si tienes niños. Al principio piensas que te pueden quebrar… y a algunos los quiebran.
Al principio duele, pero, si aguantas, lo cierto es que te llegas a acostumbrar. Si aguantas, se te endurece poco a poco la piel y cada vez duele menos… por lo menos te duele menos a ti. Tu familia tarda mucho más en acostumbrarse, si es que alguna vez lo consigue.
En todo caso, no es como quedarse sin trabajo, no es como que te desahucien, no es como tiritar de frío porque no puedes pagar la calefacción, no es como morirte antes de tiempo porque tienes que elegir entre comprar comida o medicinas… y, desde luego, no es como lo que te hacían si “te metías en política” hace unas décadas.
Si excluimos el acoso en los tribunales (posible, pero menos frecuente), en 2017 sólo te pueden amenazar con palabras y con estados de opinión.
Esto es lo que he aprendido tras tres años de valiosas experiencias que muy pocas personas llegan a tener en toda una vida y por eso me he decidido a escribir este artículo. Para que lo sepas y lo tengas en cuenta.
Porque no me resigno a vivir en una sociedad en la que a la gente corriente le puedan meter miedo para que no “se meta en política”. Porque ya hemos comprobado que los que han mandado siempre terminan gobernando para sus cuatro amigotes y vendiendo sus principios y a su pueblo por cuatro monedas. Porque, si la gente corriente y decente como tú no se mete en política, se acabará yendo todo al garete. La economía, los derechos conseguidos durante tantos años, las libertades civiles, la democracia… todo.
Me he decidido a escribir este artículo para decirte que yo no tengo miedo... y que tú tampoco tienes que tenerlo.
No tengas miedo porque no duelen tanto como parecen las represalias del poder y a cambio hay muchísima gente que ya no se cree las mentiras y te regala apoyo, sonrisas y abrazos cuando te ve por la calle. No tengas miedo porque al final no es tan dura la cosa y te aseguro que compensa… ¡vaya si compensa! No tengas miedo porque el miedo es lo único que nos separa de un país mejor y más justo y, por eso –justo por eso–, es exactamente lo que quieren que sientas.
No tengas miedo y, si te quieres “meter en política”, hazlo… y hazlo con una sonrisa. Que nosotros somos cada vez más y ellos son cada vez menos.