No hay nada peor que la policía para un adolescente. Siempre estamos huyendo de sus garras, siempre fingimos que actuamos de forma natural pero vivimos observados, perseguidos, registrados. La policía es capaz de joderte los planes del finde. Encontrarte con la policía es peor que tener un examen el lunes, es peor que no ligar. Pero la verdad es que el otro día, en una fiesta en un lugar abandonado lejos del centro y con una sola puerta de acceso, rodeada de mis amigas, me di cuenta de que para una chica de 15 años sí hay algo peor que un policía: de pronto parecíamos ser la fantasía de cualquier poli deseando pillar a menores bebiendo pero en lo único que podía pensar es en que preferiría mil veces que en esa oscuridad sin salida entrase un policía que un hombre turbio.
Si hay algo que a las chicas de 15 años nos da más miedo que la policía es un hombre. En fiestas, en parques públicos, en espacios abiertos o lugares abandonados, da igual, a nosotras nos preocupan más los agresores machistas que la pasma, aunque a veces sean lo mismo. La verdad es que prefiero que me arresten a que venga mi violador. Prefiero que mis padres se enteren de todo lo que hacía a sus espaldas y que les multen y les quiten mi custodia a encontrarme a cualquier hombre dispuesto a hacerme daño. Cuando lo dije, todas mis amigas estuvieron de acuerdo conmigo. ¿Por qué el peligro de la policía pierde relevancia al compararlo con el peligro que constituyen los pibes?
Pienso en Kim Kardashian. No por su sexualización como ícono ni nada, sino por una entrevista que dio cuando sufrió un robo. Ella dijo que en ese instante solo pensó: “Esto es, este es el momento. Este es el momento de mi vida en el que me violan”. Todos los comentarios al vídeo estaban repletos de mujeres compartiendo ese sentimiento: “Sí, eso es algo que hemos pensado todas en algún momento de nuestras vidas’. Y es verdad. Estamos en un momento en el que se han normalizado tanto la violación, el abuso y las agresiones sexuales, sobre todo para chicas jóvenes, que ya asumimos que por lo menos una vez en la vida nos va a pasar, y no hay otra.
¿Soy solo yo o todas sentimos que hasta es estadísticamente imposible que no suframos esto una vez en nuestras vidas? ¿Nos hemos preparado todas para lo inevitable? ¿Hemos poco a poco dejado de reaccionar con gritos ahogados a historias de agresión a adolescentes? ¿Hemos empezado a conocer a cada vez menos chicas que nunca hayan sufrido acoso, abuso, violación? Eso me hizo recordar al machito de mi clase al que humillé escupiéndole a la cara después de que abusara de mi amiga. En cómo la única manera de neutralizar a un macho es degradarlo y avergonzarlo delante de otros.
Vivimos la época de la cancel culture. Cada día se cancela a raperos por pedófilos o violadores en Twitter porque a un influencer le apetece. Como si no lo supiéramos desde el 2015. Y desde el MeToo siempre hay hasta trends de tiktoks donde se comparten experiencias de abusos. Y ahora más que nunca, la cara e Instagram de tu agresor. Hoy se puede echar a violadores de espacios. Yo he visto a hombres ser desterrados de áreas específicas de la ciudad, expuestos en cuentas de cotilleo, denunciados, borrados de todos sus círculos. Pero ¿y qué pasa con los demás, con los que no son cantantes ni actores? ¿Qué pasa con nuestros amigos? Es “yo te creo” hasta que el vínculo o fanatismo por esa persona supera tu credibilidad como víctima.
La credibilidad, por cierto, es otra de las grandes movidas en la adolescencia. No nos creen. Nadie. No nos creen nada. No solo lidiamos con las obvias incredulidades de los adultos: cómo suponen que exageramos todo en nuestras cabecitas, cómo a lo mejor nos hemos imaginado algo que no fue del todo así, cómo hay que ver los dos lados de la historia. Blablabla. Nuestra falta de credibilidad, además, se complica por, ya saben, el alcohol y las drogas, punto muy relevante a nuestra edad. En España, el consumo de esas cosas comienza a los 14 años en promedio, y cada generación comienza antes. Normalmente es un consumo excesivo y sí, son momentos donde pueden ocurrir agresiones más fácilmente. ¿Cuántas chicas se tienen que levantar al día siguiente a cuestionarse a sí mismas, solo para que los demás no lo hagan?: “No, no, solo me arrepiento de haber hecho algo que no haría sobria, pero no fue abuso ni nada de eso”. “No no, no me acuerdo de mucho, pero seguro que no pasó nada”.
Sabemos que en el sistema el consumo de alcohol y sustancias es solo un arma más que la misoginia puede usar contra nosotras, para manipular narrativas, achacándonos la responsabilidad por sus acciones. Y esto se sabe desde siempre. El alcohol es lo que les justifica a ellos, y lo que nos condena a nosotras. Cuando toda la vida social se basa precisamente en el consumo de esas sustancias, ¿se lo contarás a tus padres cuando sientas que a partir del cuarto vaso de vodka ya empezó a ser más tu culpa que la suya?
Esperan que cumplamos la construcción de ‘la violación soñada’, una en la que somos inocentes porque no hemos bebido. En la que gritamos y golpeamos a nuestro violador sin importar lo que nos pueda hacer de vuelta. En la que mágicamente nuestro móvil puede hacer grabaciones de audio y vídeo, y capturarlo todo mientras ocurre. Y en la que hay por lo menos 20 testigos de cómo nos violaban. Ya. Cuando era pequeña pensaba que las violaciones eran eso que se les hace a las niñas de 10 años y que sale en las noticias. Qué locura. Ahora sé que nos pasa a todas.
La violencia es sistémica también en cómo vemos nuestras relaciones como chicas jóvenes. En cómo creemos que tenemos que conseguir el afecto o el respeto de los hombres. En lo que creemos que estamos obligadas a hacer una vez dentro de una relación. Las dinámicas que adquirimos ahí. Y la manera en la que nos relacionamos con el sexo, desde las primeras veces que lo experimentamos. Si le añades las imágenes que se ven ahora en el porno mainstream y que algunos creen que es el sexo de verdad; la mala información sobre lo que es el consentimiento. Y cada día más fetiches y más raros. Me parece increíble pero me asusta la idea de que dejemos de diferenciar bdsm de agresión machista, y roleplay de violación. Que parece que haya dejado de importarnos la edad del consentimiento y todo lo que implica. Con la gilipollez de Love is Love, los pedófilos se están lucrando, os lo juro. Es hora de nuevos himnos, por favor.
He querido con este artículo hablar de los millones de puntos que unen violencia machista y adolescencia. Quería escribir sobre cómo procesamos y vivimos esa violencia siendo menores de una generación que experimenta cosas más fuertes y más rápido que cualquier otra jamás. Y lo hice sinceramente porque a veces siento que los adultos subestiman todo lo que experimentamos en el día a día, toda la información que absorbemos y todo por lo que tenemos que pasar. Se nos ha forzado a una madurez prematura y estamos viviendo la violencia machista de una manera singular y extrema. Tenéis que saberlo.